Por Ricardo Frascara. El campeonato de Racing tuvo su expresión máxima en la fiesta final, sazonada por el encuentro imaginario de dos astros de la Academia: el Diego Milito de hoy y el Humberto Maschio de ayer.
Mi mujer, fana de la Academia, me decía: “¿Y? ¿La nota de Racing para cuándo?” En realidad, la nota de Racing no caduca. La puedo escribir en cualquier momento. Así lo hice a lo largo de mi vida. Racing es una de las razones del fútbol pasión. Racing es la mitad del corazón de la populosa y trajinante Avellaneda. No es ni Boca ni River, pero tampoco es el tercero en discordia. Racing nació de sí mismo. Se alimenta de su sangre. Vive, como ningún otro, de su gloria. De vez en cuando le toca un campeonato, muy de vez en cuando, para el gusto de su hinchada. Pero no importa; Racing siempre está. Esa verdadera religión racinguista, que explota en la tribuna cada semana – espectacularmente retratada por Juan Campanella en su película “El secreto de sus ojos”-, es imposible de derrotar, aunque el equipo pierda. Pero cuando el equipo gana, ¡ah, por favor!, esto no tiene parangón.
La iluminada cara de Diego Milito puede ser la síntesis gráfica de un campeonato ganado con todas las armas en juego. Racing fue un ataque penetrante, con una entrega conmovedora… y sin embargo, aunque su DT Cocca apostó a eso, su equipo fue también una defensa eficaz, solidaria y concentrada, con un Sebastián Saja que clausuró el arco en los últimos 584 minutos del torneo. En la largada del último campeonato corto de la AFA, el equipo arriesgó a muerte, tropezó, tuvo lagunas repentinas, tembló, brilló… pero el final del torneo fue arrollador. El fiel de su balanza se niveló en aquel partido interrumpido frente a Boca, cuando no se soportó más la lluvia y el albiceleste perdía 0-1 jugados unos minutos del segundo tiempo. ¿En ese intervalo de varios días, qué les dijo Cocca; qué juramento hicieron los jugadores; qué nueva fuerza encontraron? No lo sé. Lo que sí estoy seguro, es que Diego Milito tomó la bandera y lo que se había insinuado, se consolidó. Fue el sargento Cabral, el tambor de Tacuarí… ¡qué sé yo! Pero levantó la bandera y apuntó hacia el arco rival… en 20 minutos dio vuelta el partido contra Boca, y sobre aquella resonante victoria, construyó una torre inalcanzable, hasta para el entonado River de este año.
Yo vi a este Diego Milito repetir el camino y la hazaña de aquel Humberto Maschio, al que vi llevar a Racing al campeonato de 1966, y que luego derivó en la obtención de la copa Intercontinental, frente al Celtic británico. Aquel Racing de Roberto Perfumo y Alfio Basile, del heroico Chango Cárdenas y del laburante Yaya Rodríguez. ¡Qué equipazo! ¡Qué polenta! Esta bella historia racinguista vino enganchada con el regreso de Maschio después de jugar 9 años en Italia. Tal como hoy fue decisiva la vuelta de Milito, después de haber jugado 9 años entre España e Italia. Maschio manejó los hilos del equipo de Juan José Pizzuti; Milito tomó las riendas del team de Diego Cocca. Uno de Avellaneda, HM, nacido en 1933, y el otro de Bernal, DM, nacido en 1979, crecieron en Racing, triunfaron en el exterior y regresaron con sorprendentes treinta y pico para devolverle a Racing el capital –con intereses- que había puesto en aquellos dos pibes del suburbio sur.