Por César Saravia*
La guerra de 12 años en El Salvador dejó al país con una cifra de 74.000 muertos y cerca de 8.000 desaparecidos. En 1992, el FMLN y el gobierno, encabezado por el entonces presidente Alfredo Cristiani, firmaron los acuerdos de paz que ponían fin a la guerra. La gran deuda de estos acuerdos, como coinciden muchos analistas, fue la incomprensión del modelo económico neoliberal en auge. Como señala Paul Almeida, en El Salvador, democracia y neoliberalismo son dos procesos que se instauran en paralelo.
En la década de los 80, el pueblo salvadoreño, privado de la posibilidad de hacer escuchar sus demandas, fue empujado a tomar las armas. El contexto de represión y desigualdad, vino acompañado de la radicalización y el surgimiento de diversas organizaciones revolucionarias que permitió la aceleración de las condiciones subjetivas, para que en 1980 se conformara la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que rápidamente atrajo el interés internacional. No obstante, el triunfo del FMLN no llegaría por la vía armada, sino que tendría que esperar 17 años, y hacerlo, como hecho insólito, por la vía electoral.
Durante la década de los 90, el ajuste estructural tuvo una resistencia de tipo sectorial, como la que llevaron a cabo los trabajadores de la Administración Estatal de Telecomunicaciones (ANTEL) contra la privatización de la empresa, sin poder evitar que esta ocurriera.
A principios del siglo XX, el FMLN lleva a cabo una estrategia de “concertación de fuerzas sociales y políticas”. Esta estrategia tendría su mayor manifestación durante la campaña de protestas impulsada por el gremio de médicos contra la privatización de la salud, en 2002, en que el FMLN movilizó a su militancia en favor de las demandas de los médicos. En los próximos años, el partido obtendría importantes apoyos del movimiento de masas que le permitiría en 2009, tras varios intentos fallidos, llegar a la presidencia. La victoria se daría con la fórmula integrada por Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén. El primero, un reconocido e incómodo periodista y el segundo, ex comandante de la guerrilla y firmante de los Acuerdos de Paz. Alrededor de esta candidatura se construyó toda una épica de cambio. Después de una campaña intensa y unas elecciones cerradas, el FMLN llegó por primera vez al gobierno. Ese día, el triunfo se celebró en la colonia Escalón, uno de los barrios más lujosos de San Salvador. Los rojos habían llegado al poder, y lo celebraban así, en el corazón residencial del capital salvadoreño.
Tomando como modelo a Lula da Silva, Funes logró acuerdos con algunos sectores empresariales emergentes, instauró una política de relaciones internacionales “abierta”, poniendo siempre su mayor interés en Estados Unidos, principal socio comercial y hogar de más de 2 millones de salvadoreños. Al mismo tiempo, reestableció relaciones formales con Cuba y reconoció como Estado a Palestina. En lo discursivo, instaló un discurso polarizador en torno a dos elementos: uno, en relación a los gobiernos anteriores, la derecha política, que representaba “los 20 años de neoliberalismo”, y el otro, con un componente de clase, alrededor de la oligarquía. Su política social, mucho más fuerte que sus antecesores, logró generarle fuertes simpatías entre los sectores más populares.
Quizás uno de los principales problemas que enfrentó fue entrar bajo un contexto de crisis económica. El Salvador, con una fuerte dependencia de Estados Unidos, fue el país latinoamericano que más sufrió la crisis, lo que condicionó la capacidad del Estado de incrementar el gasto social en áreas prioritarias. Poco a poco, Funes fue perdiendo apoyo en sectores clase media, debido a una intensa campaña de desprestigio promovida por la derecha mediática. En este periodo, vemos un alejamiento de la estrategia de concertación de fuerzas sociales. La integración de muchos referentes del movimiento social a la burocracia estatal explica en cierta medida este fenómeno.
El Salvador en la geopolítica regional: ALBA y la sombra de Estados Unidos
El triunfo de Funes generó muchas expectativas. En ese momento, y antes del golpe de Estado en Honduras, en Latinoamérica se alineaban 10 países con gobiernos progresistas o populares, tres de los cuales, estaban en Centroamérica (El Salvador, Honduras y Nicaragua). Desde la cúpula del FMLN, se planteó una clara intención de alinearse al bloque ALBA. No obstante, Funes parecía tener otras cosas en mente. Frente a esta discrepancia, Washington se movilizó rápidamente para “coquetear” con el gobierno, a fin de, en lo interno, alejarlo de la línea más radical del FMLN y en lo externo, separarlo del bloque ALBA. La presencia de la entonces Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, durante la toma de posesión de Funes, fue el primer mensaje de confianza, nada inocente.
El momento de quiebre con el bloque ALBA fue el Golpe de Estado en Honduras. A Estados Unidos le bastaron 28 días para romper con el pequeño grupo de izquierda que estaba por formarse en Centroamérica. Si bien la respuesta del gobierno de El Salvador fue un contundente rechazo al Golpe, su postura fue suavizándose rápidamente, presionado por Estados Unidos y el factor económico que implica que Honduras sea su segundo socio comercial. El Salvador, se convirtió en uno de los mediadores para reincorporar a Honduras a la OEA. La visita de Obama a El Salvador consolidó la postura del gobierno de Funes. Por una parte, Estados Unidos enviaba un mensaje de confianza, por otra, con el golpe, uno de advertencia.
Con el pasar del tiempo, la alianza Funes-FMLN fue perdiendo apoyo de los sectores socialdemócratas y de la izquierda más radical, nucleada en la autodenominada Tendencia Revolucionaria. Desde 2013, la marcha del Primero de Mayo, históricamente unificadora, se realiza por separado entre los simpatizantes del gobierno y los que no. Para garantizar la gobernabilidad, Funes logró una alianza con sectores de centro derecha. Respecto al FMLN, este siguió apoyando al gobierno, pero creando en paralelo su propia agenda. Si bien el gobierno nacional rechazó alinearse con ALBA, sí lo hicieron los gobiernos municipales, conformando la empresa ALBA Petróleos, empresa mixta, definida como una empresa social. Es posible intuir tres objetivos de esta estrategia. El primero, mantenerse alineados al ciclo progresista de la región; el segundo, el apoyo a empresarios emergentes y sectores productivos olvidados; el tercero, mantener una presencia visible en el territorio, evitando perder identidad en relación al gobierno.
El segundo gobierno del FMLN, ¿camino al socialismo?
A mi entender, lo que algunos llaman “polarización de la sociedad”, es más bien un empate político entre las dos principales fuerzas históricas. Diversos sectores han intentado romper con este empate, a través del surgimiento de “terceras fuerzas” o promoviendo el desgaste del sistema que es, en términos concretos, un bipartidismo, sin mayores resultados a la fecha. Es bajo este escenario que en 2014, Salvador Sánchez Cerén se convierte en el presidente de la República. La elección fue bastante cerrada, únicamente 6.000 votos de diferencia, lo cual generó un clima de tensión y dio un impulso al proyecto de la derecha, visiblemente desgastado hasta ese momento.
Las críticas al Frente han venido no solo desde la derecha, sino también desde la izquierda. Dagoberto Gutiérrez, uno de los referentes de la denominada Tendencia Revolucionaria y excomandante de la guerrilla ha señalado en diversas ocasiones que el Frente ha perdido la mística revolucionaria, dejando de luchar por el poder para luchar por el gobierno. Otras críticas aparecen vinculadas a la promoción de la cooperación estadounidense en el país, principalmente durante el gobierno de Funes, como el Asocio para el Crecimiento, el FOMILENIO y la Alianza por la Prosperidad, dado el carácter imperialista de las mismas.
Para juzgar al gobierno actual del FMLN es importante inicialmente remontarse a sus bases ideológicas. En sus estatutos, este partido se define como socialista, misma definición que muchos de sus dirigentes, incluso el presidente, en más de una ocasión han abrazado abiertamente. Claro está que el enunciado de socialismo en sí mismo no dice nada. Para Héctor Perla, politólogo, el FMLN es una organización que cree en una “etapa progresista del capitalismo”, en el camino al socialismo.
Partiendo de esto, en principio, podemos afirmar, que el FMLN en el gobierno no ha podido modificar la estructura económica, ni desmontar el modelo neoliberal. Con lo que las reformas, como señala Rafael Molina, han sido más bien moderadas. En parte, la ausencia de industrias estratégicas a ser nacionalizadas, y una burguesía deslocalizada (como la banca) dificultan el camino de esta transformación. Lo anterior no significa, necesariamente, que haya renunciado a hacerlo. Su principal apuesta pareciera radicar en una búsqueda por la democratización de la economía, apostando a recuperar sectores productivos, como el agro, y el papel del Estado en la economía y la planificación, así como el uso de la política pública como herramienta para la inclusión. Esto que podríamos englobar en una estrategia, en palabras de Shaffick Handal, de “lucha política prolongada para la revolución democrática”.
El principal desafío se presenta en la superación del bloqueo llevado a cabo por la alianza política, económica y mediática de la derecha, que tiene como su principal brazo político al órgano judicial, específicamente la Sala de lo Constitucional. La política en El Salvador ha vivido en el último tiempo una judicialización, casi convertida a una discusión de derecho, restando protagonismo a otros actores. Por otra parte, el cerco mediático formado por los grandes medios, sumado a la ya histórica debilidad de la izquierda para comunicar, ha generado en la opinión pública una sensación de desencanto y marcado pesimismo bastante arraigado en el imaginario colectivo. Esta batalla en lo simbólico y contra la despolitización, es una en la que el FMLN aún tiene un largo camino por dar.
Si bien es cierto existe un movimiento social y popular, que ha acompañado los esfuerzos de transformación, la desmovilización política e ideológica de este es visible. No obstante, en el último tiempo se observa una repolitización dentro de determinadas luchas, como la de los movimientos en defensa del agua y contra la minería, así como por la despenalización del aborto. Estos, sumados a los sindicatos que convergen en el primero de mayo, organizaciones territoriales de base, juveniles y estudiantiles, deben servir de base para una concertación de fuerzas capaz de convertirse en un actor de peso. Parafraseando a Theotonio Dos Santos: un país será tan revolucionario como el movimiento social así lo empuje. El gran desafío para la izquierda, radica en el despliegue de las fuerzas sociales que permita resistir a ofensiva de la derecha en la región y avanzar en el proceso histórico de lucha.
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*César Saravia es integrante del Movimiento Centroamericano 2 de Marzo.