La economía de Cambiemos no muestra señales de reanimación, y todo parece indicar que el rumbo solo ofrece peores auspicios.
Se conocieron la semana pasada los datos completos del nivel de actividad de 2016. El resultado no fue sorpresivo: el PBI cayó un acumulado de 2,3% respecto de 2015. Se pasó así del bajo crecimiento previo a una recesión abierta, que contradijo de manera flagrante las expectativas de crecimiento del gobierno (hablaba de un 1%) pero también de los organismos internacionales de crédito. El resultado no es sorpresivo, sino que va en línea con todos los indicadores previos, que ya señalaban este escenario.
El consumo privado cayó casi un 1% en un año, y es posible que la caída no sea peor gracias a las compras de los sectores sociales más altos. El comercio, empujado por esta reducción de las compras, cayó un 2,6%. La inversión cayó un mucho más duro 5,5%, lo que significa un fuerte problema en términos de la actividad económica presente y futura. De hecho, la tendencia recesiva es muy fuerte, con la construcción –muy asociada a la inversión– cayendo poco más del 11% en todo 2015. Durante 2017, el gobierno intenta impulsar la obra pública para revertir este rumbo, pero está por verse su resultado final. La industria, bajo la caída de tanto consumo como inversión, también cayó un 5,7%.
Con estos valores, la destrucción de empleo ha sido importante. No existe un dato nacional del INDEC para comparar respecto del final de 2015, pero los guarismos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires indicarían un aumento del desempleo. A nivel nacional, el dato fue del 7,6% de la población económicamente activa. Para explicar este valor confluyen los despidos masivos, que han provocado un fuerte efecto desaliento –gente que dejó de buscar trabajo porque no encuentra, y deja de ser medida como desocupados– pero también la creación de empleo público –aspecto criticado por Cambiemos al kirchnerismo. El nuevo gobierno realizó importantes despidos durante el año con el objetivo de amedrentamiento político, para instalar el miedo, pero no con un objetivo de ahorro: los despedidos fueron reemplazados por nuevos contratados afines al nuevo gobierno. En un gran número de casos, las nuevas contrataciones se realizan pagando salarios más elevados –bajo la lógica de pagar equivalentes al sector privado– y vulnerando los procedimientos de concursos públicos. El boletín oficial está plagado todas las semanas de casos de nuevos contratos con nombres incomprensibles para amigos del poder. Se ve que el problema era reemplazar la “grasa militante” por “margarina simpatizante”.
Los sectores empresariales más cercanos al proyecto oficial también sufrieron el impacto de las políticas económicas, solo que en menor intensidad. El transporte y las comunicaciones, y electricidad, gas y agua incrementaron su nivel de actividad; mientras que el agro, la minería y la intermediación financiera cayeron, pero menos que el promedio, ganando así participación relativa. En todos los casos, se trata de sectores beneficiados por el cambio de precios relativos. Si se revisan los debates abiertos en este mismo espacio hace un año atrás, se podrá constatar que ya entones era claro que las políticas aplicadas por Cambiemos no podían tener otro resultado.
La falta de expectativas de crecimiento para este año amenaza a toda la región, motorizada por los –relativamente– bajos precios internacionales de las materias primas y la falta de demanda en los países centrales. En este contexto, que ya era conocido, el gobierno de Cambiemos eligió abrir la economía y llamar a los inversores del mundo. Para ello fue a Davos, organizó un “mini-Davos” en Buenos Aires, fue a Pekín, volvió a ir a Davos, y próximamente, del 5 al 7 de abril, realizará un segundo “mini Davos”, siempre tratando de tentar a los esquivos inversores, que palmean sus espaldas mientras se aferran los bolsillos. Si la inversión internacional se ha retraído desde el inicio de la crisis global en 2008, el Brexit el año pasado y la victoria de Trump han puesto mayor incertidumbre en el mundo.
En este esquema, los 15 meses de Cambiemos arrojan solo malas noticias en el ámbito externo. No solo que no llegó ninguna lluvia de inversiones, sino que contabilizando el envío de ganancias al exterior, el saldo de inversión arroja una salida de 420 millones de dólares. Estos se suman al rojo de 1.441 millones por saldo comercial, impulsado por fuertes déficit en servicios. Las importaciones han crecido en los rubros de consumo y vehículos, mientras que cayeron en los bienes asociados a la inversión (intermedios y de capital). Esta oleada de compras externas ha provocado un gran golpe sobre la industria, que no solo disminuye su nivel de actividad, sino que despide y suspende a sus trabajadores, a medida que cierra sus puertas o se reconvierte en importadora de los bienes que antes producía. El desplazamiento de la producción nacional es tan fuerte que no solo afecta a la industria, sino incluso a sectores agrarios usualmente llamados “economías regionales”: manzanas, peras o naranjas. A estos guarismos hay que agregarle las salidas por pagos de intereses por 13.608 millones y la abrumadora cifra de 17.302 millones de fuga de capitales.
¿Cómo cierran las cuentas? Endeudando al país, de manera exponencial. En concepto de créditos, títulos y bonos, y otras inversiones especulativas, entraron al país 35.786 millones de dólares. Esta masiva entrada de fondos financieros es responsable de la actual apreciación del tipo de cambio, que incentiva aún más la compra de bienes y servicios del exterior, empeorando el saldo comercial. Los grandes exportadores están reteniendo la liquidación de sus operaciones, a la espera de un tipo de cambio que consideren más apropiado.
No solo el Tesoro nacional participa de esta fiesta de deuda, sino también el Banco Central, cuyas cuentas pasaron al rojo también en marzo. Las reservas oficiales a mediados de este mes fueron de 51.618 millones de dólares, equivalentes a $802.483. La base monetaria (constituida por billetes y monedas circulando) es de $812.191, lo que no representa una diferencia sustancial. El problema es que el Banco tiene también deuda en LEBAC y pases pasivos por un total de $829.359, la mayor parte de la cual tiene vencimiento en tres meses o menos. Esto es una auténtica bomba de tiempo, pues sin controles cambiarios ni de capitales, cuando las ganancias de corto plazo no sean lo suficientemente jugosas, una estampida hacia afuera es un escenario posible. Si eso ocurriera, el ajuste devaluatorio no sería exactamente gradual.
El gobierno de Cambiemos ha provocado un auténtico desastre en la economía argentina, por donde se lo vea: mayor recesión, mayor inflación, mayores déficit gemelos, mayor desempleo, peores salarios. El peso de una economía paralizada en un año electoral es fuerte, y parece que los dispositivos discursivos empiezan a flaquear.