La semana pasada se expresaron con total claridad las contradicciones y vulnerabilidades de la economía gestionada por Cambiemos. Tal como venimos comentando en este espacio, las políticas de liberalización de la economía con énfasis en las cuentas externas dejan expuesta la economía argentina a los vaivenes internacionales.
Por Francisco Cantamutto | Foto de Lara Fleites Fink
La semana pasada, un movimiento internacional en el mercado de capitales hacia los países centrales atacó a la economía argentina por encima de cualquier otra. A esto se suman los ruidos electorales que empiezan a indicar la posibilidad de que Cambiemos no gane las elecciones en 2019. Incluso dentro del sector empresarial varios actores apoyan el recambio de Mauricio Macri por María Eugenia Vidal.
Más allá de las definiciones sobre quién será el candidato de Cambiemos, lo cierto es que la incertidumbre sobre el rumbo a seguir está sobre la mesa más presente que nunca. Ahora bien, ninguno de estos dos factores hubiera afectado tanto a la economía de no ser por la falta de instrumentos de política monetaria y cambiaria que el Gobierno se privó a sí mismo, fruto de la negociación con el FMI. El estallido de la crisis no tiene que ver con estos dos elementos, constantes en los últimos meses, sino con las inconsistencias generadas a partir de la incapacidad de controlar la inflación.
Tras conocerse el índice de inflación la semana pasada, el gobierno anunció un paquete de medidas con gran desgano. Este paquete incluía un conjunto de bienes cuyos precios serían relativamente congelados, conocidos como “precios esenciales”, y cuya aplicación dependía de la estabilidad del tipo de cambio, por lo que aún no ha sido puesto en práctica. Pero también incluía un fuerte componente de crédito para distintos sectores vulnerables que reciben asignaciones en particular, tal como se hiciera en el año 2017 de cara a las elecciones.
Algo que pasó relativamente desapercibido fue el anuncio del presidente del Banco Central, Guido Sandleris, de ponerle un techo de $51,45 al tipo de cambio. Para quienes están valorizando su capital mediante la conocida bicicleta financiera, es básicamente anticiparles que van a dejar que se devalúe la moneda hasta ese nivel. Por lo tanto, para quienes pretenden obtener altas ganancias por las tasas de interés en dólares, el anticipo de esa devaluación lo que fomenta es a retirarse antes de que suceda y la ganancia en dólares se reduzca.
Ahora bien, anunciar entonces ese techo y no tener ninguna herramienta de política económica para intervenir sobre el mercado y contener esas expectativas fomentó que los grandes operadores del mercado financiero empezaran a liquidar sus posiciones de activos en Argentina. Esto fue lo que la semana pasada se vivió como una corrida contra el peso que generó una devaluación, perforando un nuevo techo y alcanzando a rozar los 48 pesos, que luego se logró reducir paulatinamente mediante ventas e intervenciones tanto del Banco Central como de distintas bancas públicas. Sin embargo, no pudo ocultar la total falta de confianza en el esquema del propio gobierno. Es decir, no fueron los movimientos internacionales ni la incertidumbre política lo que generó las corridas de la semana pasada sino las propias inconsistencias del programa de Cambiemos.
Distintos medios ligados al capital concentrado internacional, como la revista financiera Forbes o el diario Financial Times, enunciaron con total claridad que la Argentina está en la puerta de una crisis. Esto era sabido, como es sabido que cualquier gobierno que siga va a tener que reestructurar la deuda a largo plazo. La novedad es la conjunción de todos estos factores en un escenario de incertidumbre política y económica de muy corto plazo.
El Gobierno apuesta a que los dólares de la liquidación de la cosecha junto al préstamo del FMI les sirvan para contener esta presión al dólar, al menos hasta las elecciones. En caso de no lograrlo, lo que la semana pasada se vivió como un repudio a los activos argentinos por parte de los grandes operadores internacionales puede convertirse en un fenómeno de salida de pequeños ahorristas, lo cual llevaría también a una corrida financiera. Este escenario aún no está sobre la mesa pero es en parte lo que los operadores bursátiles de Estados Unidos visualizaron cuando hicieron caer el valor de las acciones de los bancos en aquellas plazas.
Aún sin salirse del esquema general de ajuste social y reforma estructural que Cambiemos encara desde que asumió, estos pequeños cambios de dirección en torno a reglas que deberían ser técnicas y relativamente estables vulneran aquello que el propio gobierno dice querer sostener, que es la credibilidad y las reglas de juego.
Esto genera aún mayor incertidumbre y una falta de credibilidad que vulnera la posibilidad de una reactivación de la economía o de cualquier tipo de inversión productiva. Aún más, empiezan a aparecer viejos actores, conocidos para la Argentina, que cuando los operadores financieros se desprenden de los activos en el país, compran a precio vil para luego demandar y conseguir precios anteriores: los archiconocidos fondos buitres. Es decir, el Gobierno ya no solo está entregando el país al capital transnacional y financiero, sino que además ahora está invitando al banquete a los peores sectores de la cadena alimenticia: las aves carroñeras por excelencia.
En este esquema de políticas, el Gobierno está provocando su propia crisis debido ya no sólo al programa general sino a las propias inconsistencias en las que incurre una y otra vez. Es una duda que logre contener una crisis aún mayor de aquí a las elecciones de octubre. Lo que es seguro es que no podemos esperar ninguna buena noticia por parte de ellos. Sólo la resistencia social podrá generarlas.
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