Evocamos las multitudes en esas experiencias compartidas de la militancia y el territorio. Un mural en el barrio de La Boca es motivo de encuentro y de revivir historias de las personas que lo habitan. Una crónica con experiencias compartidas y una pintura colectiva que refleja el barrio.
Por Vivian Palmbaun | Fotos de Paseo de la Economía Popular Martín Oso Cisneros
La Boca es un barrio popular de CABA. Detrás de esa vidriera turística con que se promociona, viven muchas personas, que habitan las calles, sus veredas, comparten en los escasos espacios públicos del barrio para escaparle a la falta de espacio y al hacinamiento en que viven. El Riachuelo es parte de ese paisaje, y límite de la Ciudad; un símbolo del abandono de un barrio que supo ser prospero. El conventillo es sinónimo indiscutible de La Boca, albergue marginal y precario de personas que llegan de todas partes.
El calor agobiante de enero no fue excusa para que emprendiéramos la tarea de pintar un mural. Recostado sobre la margen del Riachuelo, alejado de los brillos de los turistas, se encuentra el mercado popular, que pocos años antes había sido inaugurado hasta con la presencia de Teresa Parodi. Arrancaba 2018 y se hacía necesario darle visibilidad en momentos en que promediaba la presidencia de Mauricio Macri, que había diezmado la mayoría de las iniciativas populares.
Era pleno Enero, un tiempo de vacaciones, donde el mercado paraba para reorganizar tareas y por eso era una buena oportunidad para darle rienda suelta a la creatividad colectiva, que estaba agazapada, esperando detrás de las batallas que durante todo el año nos corrían con necesidades de reivindicación. Apenas veníamos de diciembre y la resistencia a la reforma previsional que una noche se promulgó. Esta actividad fue como un bálsamo para el encuentro.
El lugar había sido bautizado Mercado de la Economía Popular Martin Oso Cisneros, en homenaje al compañero asesinado en La Boca. Emplazado detrás de la primera iniciativa terminada de vivienda cooperativa y de ayuda mutua de la ciudad, habitada por familias que venían de convivir en los conventillos del barrio.
Con las paredes blanqueadas, fue necesario comenzar a hacer el boceto. Meli, nuestra compañera muralista de verdad, nos fue guiando para que pudiéramos construir entre todas un proyecto. Primero comenzó hablándonos, recuperando historias, para ir encontrando las representaciones colectivas que luego quedarían plasmadas en los muros exteriores. Otras muralistas nómades también nos ayudaron en la tarea.
La historia de la organización, las verduras de descarte con que habían comenzado a organizarse allí por el 2001, las distintas etapas de consolidación de la organización, la textil, el emprendimiento de panadería, el dolor del asesinato del Oso, se mezclaban con los mates, los almuerzos compartidos y las anécdotas personales que se filtraban para dar lugar a las imágenes que luego quedarían estampadas.
Se trataba de un larguísimo muro que enfrentaba al Riachuelo por Av. Pedro de Mendoza y escapaba por Ministro Brin, que daba testimonio de unas paredes deterioradas que habían sobrevivido al paso del tiempo. Como gran parte de La Boca, donde detrás del furor emprendedor se esconde el asentamiento y se multiplica la vulnerabilidad.
Un mural multicolor
Empezamos unas cuantas compañeras y luego se sumaron otras. Rojo, Violeta, Azul y Amarillo, Verde y tantos colores fueron conformando los fondos para luego avanzar con las imágenes a representar. Elaborar un boceto en una hoja de papel, con sus colores y fondos fue la primera tarea, luego traspasar en escala a los muros fue un aprendizaje.
La idea fue creciendo, igual que las charlas y la traspiración que nos empapaba. Con la cabeza cubierta, el mate le dio paso al tereré bien helado para acompañar el entusiasmo y las palabras. “Yo hice muchas cosas que no sabía que las sabía, que no me animaba y cuando empecé a hacerlas con otros me sentí segura”, comentaba una compañera, de las históricas, que antes había participado en el emprendimiento textil, después había pintado hasta banderas y ahora mostraba gran destreza con el pincel. Martita se hacía cargo de que no faltara ni la comida, ni los materiales necesarios.
Todo se había convertido en un espacio de Pinturas al agua y sintéticas, donde mezclar, diluir, inventar colores, buscar pinceles, atreverse a las paredes y a las escaleras, para alcanzar a lo alto.
La magia creativa no podía ser completa sin la presencia de las y los niños vecinitos, esos que justito estaban viviendo en la calle con sus familias por el incendio de la antigua Sanchetti que habitaban. En La Boca los incendios son parte de la cara más voraz del negocio inmobiliario, que arroja a la precariedad, al abandono y la indiferencia. Esas pequeñas personitas también se acercaban porque querían pintar: “¿me enseñás?”. Y así, pincel en mano, también fueron dándole color para luego sentarnos juntos a merendar. Después de unos días, la confianza ya estaba establecida y hasta se animaron a traer sus bicis que reclamaban pintura.
Se fueron concretando ideas previas, y nuevas que iban surgiendo junto a las complicidades y las decisiones de reflejar la realidad de la economía popular: de la mano del productor al consumidor, frutas, hortalizas, productores y productoras, flores, niñes, hornos, el infaltable emblema del barrio: la azul grana y la figura del Oso Cisneros fueron algunas de las imágenes que quedaron fijadas.
Días de sol, calor, transpiración y alegría. Voces compartidas, sonrisas y un buen recuerdo de unas jornadas entre mujeres, a donde luego también se sumaron algunos compas. Evocación de esos buenos momentos colectivos que se constituyeron en los últimos en los que participé en el barrio de La Boca; pero eso ya es otra historia…