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    Un ícono no muere así de fácil

    6 noviembre, 20123 Mins Read
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    Un ícono no muere así de fácil

    A los 74 años de edad y tras una larga enfermedad, en el día de ayer falleció el reconocido cineasta argentino Leonardo Favio. 

    Fuad Jorge Jury, conocido popularmente como Leonardo Favio, murió ayer tras varios días de internación en el sanatorio Anchorena de la capital federal, a la edad de 74 años.

    Su extensa obra, desarrollada durante medio siglo, lo ubica entre las principales figuras de la cinematografía argentina, aunque también será recordado gracias a su carrera como cantor romántico, desplegada durante gran parte de su vida.

    Productor, director, actor, cantante, pero por sobre todas las cosas, peronista, este mendocino nacido en la localidad de Luján de Cuyo el 28 de mayo de 1938 generó una profusa cantidad de títulos que hoy se han convertido en clásicos. El más importante de ellos, Nazareno Cruz y el lobo (1975), fue uno de los films más vistos en la historia argentina, con más de tres millones de espectadores.

    Juan Moreira (1973) y Soñar, soñar (1976) son otras dos películas que lo consagraron definitivamente como un director de renombre incluso más allá de nuestras fronteras. Ambas dejan en claro, sobre todo la segunda, su pasión por el peronismo, y motivaron una ola de persecuciones y prohibiciones hacia su figura cuya consecuencia inmediata fue el exilio. A fines del siglo XX, Perón, sinfonía de un sentimiento (1999), afianzó la postura político-cinematográfica que promovió y por la que será recordado.

    Favio se inició como actor bajo la dirección de directores de la talla de Fernando Ayala, Leopoldo Torre Nilson y José Martínez Suárez, entre otros, lo que le sirvió para, poco tiempo después, iniciar su propia carrera de director con  el cortometraje El amigo (1960). A mediados de los años sesenta filmó su primer largometraje, Crónica de un niño solo (1964), a la que le siguieron Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1966), El dependiente (1969) y los mencionados Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo y Soñar, soñar.

    Luego llegó el exilio en México, y su vuelta al país en 1987. Seis años después estrenaba Gatica, “el mono” (1993), Perón, sinfonía del sentimiento, Aniceto (2007) y finalmente, cincuenta años después de su opera prima, otro corto: La buena gente (2010).

    Pero, como mencionamos, su carrera de cineasta a través de medio siglo se conjugó con su tarea de actor en más de veinte películas y, además, con sus diversos discos repletos de baladas que tuvieron gran éxito en todo Latinoamérica.

    Su obra dejó una huella que fue continuada por generaciones de cineastas que aún hoy lo tienen como un referente del séptimo arte, y también provocó una enorme simpatía popular que convirtió sus películas en clásicos del cine argentino. Su trabajo particular con la imagen, el campo, el encuadre y la minuciosidad de sus cuadros, sus tramas habitadas por personajes populares y su mirada respecto del peronismo, renovaron nuestro cine para siempre y ubican a Favio como un precursor.

    Con su salud deteriorada y su motricidad cada vez más reducida a causa de una polineuritis, sus apariciones públicas y su trabajo se fueron espaciando cada vez más en el tiempo. Su deceso provocó tristeza general en el campo cultural argentino, y mucho más allá de él también. Su cuerpo fue velado en el Congreso de la Nación pero sus obras se mantienen bien vivas en el imaginario de nuestra sociedad, como no puede ser de otra manera en uno de los directores más relevantes que ha tenido el país. Porque un ícono cultural como Leonardo Favio no muere así de fácil.

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