Por Rodrigo Martínez. Elysium, la nueva película de Neil Blomkamp, muestra a una elite explotadora que, luego de destruir al planeta, se ha mudado a una estación orbital a la que no se permite el ingreso de los trabajadores terrícolas. Matt Damon en lucha contra el capitalismo.
A los 43 años, Matt Damon (conocido por la saga de Bourne, Temple de Acero o Los Infiltrados) se mete en la piel de Max De Costa, un ex convicto que vive en las ruinas de Los Ángeles en el año 2154 y trabaja para una fábrica de aviones que se utilizan para viajar a Elysium. ¿Dónde? A Elysium, una estación espacial muy avanzada donde la burguesía vive tranquila dándose todo tipo de lujos mientras el resto de la humanidad reside en la Tierra y se enfrenta a sus problemas de superpoblación y contaminación.
La acción se desata cuando Max se expone a altos niveles de radiación en un accidente laboral y se entera de que morirá en cinco días. En paralelo es despedido por su jefe Caryle (William Fitchner, más conocido como Alexander Mahone en Prision Break), quien es el dueño de La Corporación Armadyne, responsable de la construcción de Elysium e impulsora de un plan para reemplazar al presidente elysiano, complot que lleva adelante junto a la secretaria de Defensa Jessica Delacourt (interpretada por la talentosa Jodie Foster).
Entonces nuestro protagonista debe recurrir a un contrabandista llamado Spider (Wagner Moura) para infiltrarse en Elysium, el único lugar donde Max puede salvar su vida utilizando un Med-Pod (aparato médico que cura cualquier tipo de enfermedad). Antes de comenzar la misión, Max es sometido a implantes biotecnológicos que multiplican su fuerza. Por supuesto que viajar a Elysium no es tarea sencilla, ya que la estación espacial cuenta con robots y militares que se pasan el día vigilando nuestro planeta con el fin de no permitir el ingreso de “inmigrantes”. El militar más temido de todos resulta ser un mercenario llamado Kruger (Sharlto Copley), quien trabaja en secreto para la secretaria de Defensa.
Está más que claro que la película pone énfasis en el análisis de las diferencias sociales, la irresponsabilidad de las grandes corporaciones y la perversa lógica de las privatizaciones, entre muchas otras cosas. De hecho, es evidente que a su director, Neil Blomkamp, le interesa trabajar sobre estas temáticas, como puede apreciarse en Sector 9, su primer largometraje, una maravillosa película de alienígenas aterrizados en la cuidad de Johannesburgo y obligados a compartir guettos con los negros más pobres y a soportar los atropellos y la indiferencia de los blancos y de las corporaciones. Más allá de que una película futurista con robots, una tierra devastada y una explícita diferencia entre una elite de ricos y una absoluta mayoría de pobres pueda sonar a algo “trillado”, es necesario decir que Elysium aborda estas problemáticas de manera interesante y dinámica.
En la película de Blomkamp se reflejan claramente las contradicciones principales del capitalismo y, a la vez, las disputas del poder dentro de la clase dominante. El eje crítico principal, con el que la película hace su descargo antiimperialista, tiene que ver con el cuestionamiento a una burguesía que luego de destruir nuestro planeta, se marcha a una estación espacial vedada para el resto de los terrícolas. Así, cualquier semejanza con las políticas inmigratorias de los países centrales hacia los países subdesarrollados será “pura coincidencia”. Pero, para no hacer una lectura lineal sólo en términos de naciones, es sabido que la misma política de explotación que se da entre países también se da entre clases dentro de un mismo país. En el caso de Elysium estas dos contradicciones se simplifican y sintetizan: todos los pobres de todos los países están un solo planeta y los dueños del poder en otro. Podríamos decir que es la estrategia del muro que divide la villa del country llevada al extremo: los explotadores no sólo siguen aprovechándose del trabajo de toda la humanidad sino que además han realizado su objetivo último y ni siquiera se ven obligados a ver a toda esa fuerza de trabajo maltratada que, en última instancia, sustenta su vida de privilegios.
Otra faceta destacable del film tiene que ver con la forma en que el “poder” alimenta la demonización del otro, en este caso de los habitantes de la Tierra, quienes tienen prohibido vivir en Elysium. Los únicos empleados que viven en allí son robots y aquellos terrícolas que logren traspasar la frontera serán catalogados de inmigrantes ilegales e inmediatamente deportados a su planeta de origen. No hace falta hilar muy fino para ver aquí un reflejo de las políticas reales de los Estados Unidos respecto de la migración mexicana, del deseo del gobierno francés de “devolver” a todos los gitanos a Rumania o del cierre de las fronteras de España, por citar algunos casos actuales.
Respecto de las disputas de poder dentro de la clase dominante, podemos verlas plasmadas en la puja entre el presidente de Elysium y la secretaria de Defensa. La forma en que ésta decide resolver el conflicto tiene un parentesco claro con los golpes o intentos de golpe en los países latinoamericanos en los últimos años. Aquí también se pone en evidencia la complicidad de los poderes económicos, ya que es el dueño de la Corporación Marmydane quien planea el golpe de Estado junto con la secretaria de Defensa.
Otra reflexión interesante derivada del film tiene que ver, evidentemente, con el pésimo acceso a la salud que tienen las personas que viven en la Tierra, lo que inevitablente lleva a recodar la actual disputa que existe en Estados Unidos respecto de la más que tibia reforma del sistema de salud que en su momento impulsó el presidente Obama.
Con Elysium, la ciencia-ficción demuestra una vez más que es el género ideal para desafiar a los lugares comunes y plantear los más radicales cuestionamientos políticos y sociales a las sociedades modernas.