A una semana del ballottage, los dos candidatos a la presidencia en Francia movilizaron sus votantes y continúan en campaña. Europa espera saber quién será uno de los timoneros del ajuste continental.
El candidato del Partido Socialista (PS), Francoise Hollande, y el actual mandatario francés, postulado por la Unión Por la Mayoría, Nicolás Sarkozy, movilizaron ayer a sus militantes en los últimos actos partidarios previos al ballottage del domingo que viene. Centro derecha y centro izquierda se medirán el domingo próximo para definir quién será el presidente francés durante los próximos cinco años. En las elecciones generales del fin de semana pasado, el candidato opositor se llevó la victoria parcial, con un 28% de las preferencias, contra el 27% de su contricante.
Todas las encuestas publicadas ayer en diferentes medios franceses dan una leve ventaja del representante del centro izquierda, Hollande, con una diferencia sobre su rival que oscila entre el 4 y el 8 por ciento, dependiendo de la fuente. Un resultado llamativo, ya que Sarkozy, de perder, dejaría a Hollande no sólo la guía de uno de los países económicamente más sólidos en medio de la crisis, también entregaría la co-conducción de la suerte de la Unión Europea, tomada en conjunto con la mandataria alemana, Angela Merkel.
Justamente las medidas anti-crisis están hoy en el centro de la campaña francesa. Tras la caída del gobierno holandés -uno de los más rígidos en materia tributaria- a causa de la imposibilidad de cumplir con las metas trazadas por la UE, los demás países comenzaron a sentir cierta aprensión, y a cuestionar los límites impuestos por la comunidad. Es que los 27 miembros acordaron, entre otras cosas, reducir su déficit a un 3% del PBI para 2013, y varios comienzan a ver como imposible llegar a ese objetivo. No parece ser el caso de Francia, por ahora. Como presidente, Sarkozy fue uno de los impulsores del acuerdo, sabiendo que las previsiones para su economía son bastante optimistas. Pero por su lado Hollande, cuestionó los términos del acuerdo, aún sin atacar su idea de base. En el acto de ayer, el candidato del PS advirtió que “la austeridad no puede ser el horizonte insuperable de los pueblos”, cuestionando de hecho la política que su adversario impulsó en el marco de la UE. Frente a unas 20 mil personas agolpadas en el Palacio Omnisports de París, Hollande volvió a insistir en la necesidad de incluir una clausula de incentivo al desarrollo en las medidas comunitarias. Esta propuesta, que sin embargo no cuestiona las políticas de ajuste y achicamiento del estado a nivel continental, estuvo al centro de una polémica europea durante la semana pasada que terminó favoreciendo la campaña del PS. Es que la canciller alemana, Angela Merkel, que había cuestionado la propuesta, debió retractarse y anunciar una ‘agenda europea para el crecimiento’. “Hace pocas semanas Merkel no quería oír hablar de crecimiento”, dijo Hollande tratando de ‘cobrarse’ el cambio de rumbo alemán. “Hay algo que está cambiando y tras las elecciones cambiará mucho más”, aseguró.
El crecimiento de Hollande sin embargo se vio manchado por la reaparición pública del ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, quien antes de ver su carrera política truncada a causa del escándalo sexual del Hotel Sofitel de Nueva York, había sido uno de los candidatos ‘presidenciables’ del Partido Socialista. “Dominique Strauss-Kahn no participa en la campaña presidencial, por lo tanto, no tiene por qué reaparecer de ninguna manera hasta que se acabe esta campaña”, aseguró Hollande, incómodo por el regreso de su ex socio en el medio de la campaña.
Por su lado, el actual presidente siguió en sus intentos de seducir a la extrema derecha, verdadera sorpresa en las elecciones generales con casi un 20% de las preferencias. En toda Europa, las formaciones más conservadoras han tenido una posición que les valió el apodo de ‘euroescépticos’, principalmente a causa de su discurso fuertemente nacionalista, y su tendencia a encontrar en la integración europea el detonante de la crisis. En su discurso pre electoral, Sarkozy aseguró que su país está “diluido dentro de la mundialización”, y exhortó a los votantes a “defender las fronteras de la nación”. Entre otras cosas, el mandatario francés deslizó la posibilidad de rever el tratado de Shengen, uno de los acuerdos fundadores de la Unión Europea que permite la libre circulación de las personas entre países miembros. “Fue un error tratar de derribar las fronteras políticas, económicas, culturales y morales”, aseguró el candidato de UPM, y consideró que esa fue la “causa del desastre”.
Mientras tanto, el centro derecha se encontró en la necesidad de salir a rebatir las acusaciones que algunos medios publicaron en sus páginas. Ayer, el diario francés Mediapart dio a conocer una investigación donde se asegura que el ex mandatario libio, Muhamar Gadafi, financió con unos 50 millones de euros la campaña presidencial de Sarkozy de 2007. “Es una infamia. Cuando pienso que hay periodistas que se atreven a dar crédito a lo que dice el hijo de Gadafi y a sus servicios secretos (…) Es una vergüenza que se me haga semejante pregunta”, retrucó Sarkozy, quien inclusive llegó a hacer declaraciones sarcásticas acerca del escándalo que el año pasado había debilitado su imagen, cuando se comenzó una investigación judicial acerca del financiamiento ilegal a UPM por parte de la dueña de la línea de cosméticos L’Oreal, Liliane Bettencourt.
La contienda electoral francesa se convirtió entonces en uno de los interrogantes más importantes para el equilibrio europeo. Por un lado, el actual mandatario parece decidido a reforzar su perfil más derechista y crítico hacia la integración, con el fin de fortalecer los estados nacionales en detrimento de la unión continental. Por el otro, Hollande busca desmarcarse del férreo discurso pro-ajuste de los altos mandos europeos, aprovechando el descontento popular y la debacle de otros países de la UE, pero sin cuestionar a fondo la matriz liberal y conservadora de las medidas. Sea quien sea el ganador, imprimirá su visión en la cúpula bipartita de ‘los que mandan’ en el viejo continente.