Por Claudia Korol / Foto: Daniel García. La autora propone un recorrido por los 24 de marzo de cuerpo presente en la historia y la de sus protagonistas. Un relato, donde los ´Nunca Más´ y los ´Ni Una Menos´ se encuentran en las calles para revolucionar. “Este 24 de marzo internacionalista” nos dice al finalizar su propuesta para ejercitar la memoria colectiva “es un grito, es un llanto, es un abrazo, es un compromiso, para enfrentar las políticas de muerte con políticas de vida”.
Los 24 de marzo tenemos una cita de honor como pueblo. Nos preparamos para encontrarnos una vez más con nuestras compañeras y compañeros desaparecidas/os 30.000 veces, con los asesinados y asesinadas, con los agujeros que nos dejaron las prisiones y los exilios externos e internos. Es una cita también con quienes se nos fueron porque el dolor se les hizo enfermedad, tumor, infarto, y con los pedazos de vida que nos quitaron, individual y colectivamente.
Es una marcha llena de ausencias, pero también, y sobre todo, es una cita de honor con la resistencia de nuestro pueblo, que sigue ahí renovándose, de generación en generación.
Las Madres -que varias de ellas aún siguen en la ronda de los jueves-, los hijos e hijas de H.I.J.O.S. -que algún día nos ayudaron a respirar saliendo a las calles para gritar, frente a las políticas de indulto a los genocidas, que “no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos”-, los hermanos y hermanas de lxs 30.000, las abuelas que continúan buscando a los niños y niñas, hoy adultos/as, para abrazarlos/as, y para restituir su identidad robada. Hoy salen con nosotrxs también los nietos y nietas. Vendrán incluso algunos hijos e hijas de genocidas -que reconocieron que el infierno creado por sus padres, lo vivieron también en sus hogares-. Salen además un montón de pibes y pibas, pintando pañuelos en las plazas, hablando del genocidio en las escuelas, como respuesta a la decisión del gobierno, que pretendió borrar de un plumazo la arquitectura urbana de la memoria colectiva, con un operativo de restauración de la Plaza de Mayo, en el cual arrancaron las baldosas donde estaban pintadas los pañuelos de las Madres.
El pueblo resiste, con una eficacia simbólica que no se aprende en las academias de publicidad. Nos arrancan una imagen, y la multiplicamos 30,000 veces. Nos arrancan un cuerpo y lo pintamos en las paredes, como contornos de una historia que no se entrega a los desaparecedores.
Los 24 de marzo, la memoria se dibuja con nuestros propios cuerpos en las calles. Vamos a la cita con nuestros corazones vapuleados, conmovidos, atravesados no sólo por los recuerdos, sino también por los golpes recientes que estamos recibiendo de un gobierno que es heredero de la dictadura, y por ello intenta dar marcha atrás con los derechos sociales, políticos, económicos y los derechos humanos que la lucha del pueblo ha venido logrando. La precarización laboral, la desaparición del trabajo, la condena a vivir en los límites de la sobrevivencia, la persecución a las comunidades originarias, la pérdida de derechos de las mujeres, lesbianas, travestis, trans, la criminalización de la pobreza, necesitan retrotraer otros logros como la prisión de varios genocidas, y los juicios a otros tantos, intentando desarmar la construcción social del Nunca Más.
Berta Cáceres en Honduras, las niñas de Guatemala, Macarena Valdés en Chile, Marielle Franco en Brasil, Marisela Tombé en Colombia, Santiago Maldonado, Rafa Nahuel, Diana Sacayan en Argentina, Alina Sánchez en Kurdistán, son sólo algunos nombres de los muchos que resuenan con nosotras este 24. Nombres de compañeras caídas en el siglo 21, que dialogan este 24 con 30.000 hermanas y hermanos en este territorio llamado Argentina, y con cientos de miles en el mundo que se entregaron completamente a la lucha para que la vida no sea un lugar de múltiples opresiones, sino un territorio de libertades.
Nunca Más – Ni Una Menos
Muchas veces nos preguntamos la génesis del Ni Una Menos, ese grito masivo, gigantesco, que visibilizó la violencia heteropatriarcal, el machismo, el odio hacia lesbianas, travestis, trans, cuerpos disidentes. Muchas veces nos preguntan por qué un día, salimos a las calles, nos abrazamos, y gritamos nuestro ¡ya basta!
Intentando respuestas parciales en medio de la marea de auto convocatorias, organizadas y espontáneas que siguieron y siguen, instalando al feminismo como un actor decisivo en la política nacional e internacional, estoy segura que el Ni Una Menos, viene amasado en muchos Nunca Más que fuimos realizando como pueblo, a través de las múltiples luchas contra la impunidad, en las que aprendimos, con las Madres, que “la única lucha que se pierde es la que se abandona”.
El Nunca Más, amasado en tantos 24 de marzo y en otras fechas emblemáticas para la historia de nuestro pueblo, es una conciencia colectiva de lucha contra la impunidad. El Nunca Más, nos permitió movilizarnos cuando el Menemato impuso la política de indultos, y cantar “Quién dijo que todo está perdido/ yo vengo a ofrecer mi corazón”. El Nunca Más que permitió el 19 y 20 de diciembre del 2001, salir a las calles de a montones, para enfrentar y lograr derogar el Estado de Sitio impuesto por el gobierno de Fernando De La Rúa, y luego hacer renunciar al mismo presidente y a varios que le siguieron.
El Nunca Más convocó a la masiva movilización contra el 2×1 intentado por el gobierno para “salvar” a los genocidas del castigo. El Nunca Más permitió organizar desde el pueblo vuelto “testigo” las maratones de los Juicios a los Genocidas, donde se hace memoria minuciosa para recordar qué hicieron, de qué los acusamos, por qué no pueden estar en libertad, ni en una prisión domiciliaria. Desde esa misma clave, pudimos identificar la necesidad de asegurar que no haya impunidad para los femicidas, los violadores, los brutales y violentos sostenedores del orden patriarcal.
El Nunca Más y el Ni Una Menos, son parte de la conciencia colectiva de lucha contra la impunidad, y las muchas formas de violencia patriarcal, capitalista, colonial. Hago esta reflexión un 24 de marzo, para decir que hay luchas que no sólo cumplen sus objetivos, sino que los exceden y ayudan a “parir” nuevas conciencias, nuevas luchas. La memoria entonces, no es un tema del pasado, sino del presente y sobre todo del futuro.
Las madres de tantas madres
No fue sencillo el recorrido que llevó a muchas madres de desaparecidas/os iniciar la búsqueda, preguntar mil veces con una foto en la mano de su hijo o hija ¿dónde está? No fue fácil el camino de encontrarse con otras y agruparse, a lo largo y a lo ancho del país. No fue fácil tropezarse con tantas mentiras, tantas trampas. Algunas se organizaron como Madres de Plaza de Mayo, o con los nombres de otras plazas en las que se encontraban (Plaza 25 de Mayo en Rosario, por ejemplo). Algunas se organizaron como Familiares de Desaparecidos y Presos por razones políticas. Otras no se organizaron, pero buscaron y en algunos casos siguen buscando rastros de sus familiares, y exigiendo Justicia. Es común verlas en los tribunales cuando se juzga a algún genocida tomando nota, atentamente, para ver si sale alguna pista más.
Las madres que luego fueron Madres de Plaza de Mayo, o Familiares de Desaparecidos, o grupos de derechos humanos en los pueblos y provincias, no sólo hicieron un recorrido fundamental para construir este Nunca Más. Sus aprendizajes luego sirvieron para apoyar otras luchas contra la impunidad y las violencias. Por eso no asombra ver a algunas Madres junto a los familiares de Luciano Arruga, o junto a la mamá de Santiago Maldonado o de Rafita, o al lado de las madres de las víctimas del gatillo fácil, o de las Madres del Dolor, o de las Mujeres de Negro. Por eso fue conmovedor el encuentro de Norita con las Madres de las niñas de Guatemala, o el de Mirta, con las madres y familiares de víctimas de los crímenes de estado en Colombia. Vimos a distintas Madres encontrándose con otras madres en Kurdistán, en Palestina, en Ayotzinapa, o en distintos rincones del mundo, compartiendo experiencias de búsquedas, de enfrentamiento a la desesperanza. Aprendimos con ellas que nadie lucha sólo para una misma. Que las luchas son siempre colectivas, tengamos o no conciencia de esa dimensión histórica.
Los compañeros y compañeras de la memoria organizada
Adriana Calvo, Silvia Suppo, Nilda Eloy, son nombres de compañeras que ya no están físicamente con nosotras, pero que vienen con nosotras no sólo el 24 de marzo, sino cada vez que tenemos que pensar y sentir el valor de dar testimonio.
A Silvia Suppo el dar testimonio de su secuestro y el de sus compañeros, y de la violencia sexual sufrida en el mismo, le costó la vida. Fue asesinada brutalmente, y no nos cabe duda de que aunque el crimen quiso ser presentado como un robo, el móvil fue callar a una voz de testigo (como antes lo hicieron con Jorge Julio López), para atemorizar a otras.
Adriana Calvo, como Nilda Eloy, nos enseñaron que la violencia sexual fue parte de los dispositivos de tortura sistemática que utilizaron los genocidas contra las mujeres. Los cuerpos de las mujeres como botines de guerra, fueron modalidades en los que las dictaduras latinoamericanas replicaron lo aprendido de los militares europeos y yanquis en sus guerras de conquista. Repitieron hasta el cansancio la bestialidad de la ocupación de cuerpos y territorios, bajo la idea de ser los dueños de la vida y de la muerte de quienes caían en sus campos de prisión y exterminio.
Una historia de siglos de impunidad, los volvió omnipotentes. Por eso es tan necesario el castigo a los responsables de esos crímenes. No se trata, como algunos banalizan, de simple impulso punitivista, o de revancha. Se trata de un ejercicio de poder popular. Para poner un corte en la cadena de violencias, y un “ya basta” a la impunidad. Para ello, fue y es necesario el papel de los y las testigos, que tuvieron que hacer el esfuerzo de re-vivir y re-cordar (volver a pasar por el corazón y por el cuerpo), los dolores sufridos, mostrando las heridas y lo que la búsqueda de sobrevivir lleva a regiones del olvido.
Las testigos agregan a estos tantos dolores, los de la violencia sexual, las violaciones abiertas o encubiertas, su utilización en algunos casos como “damas de compañía”, el chantaje sobre sus cuerpos y sobre su sexualidad, las mutilaciones de su integridad. Por ello, el testimonio de las compañeras da luces sobre aspectos brutales de estos “padres de familia”, “padres de la Patria”, bendecidos por los administradores de la “fe”, mostrándolos como lo que fueron y son: violadores seriales, femicidas, genocidas, capaces de secuestrar y torturar a niños, niñas, adultos/as, ancianos/as. Esclavistas, ladrones, usureros, sin una gota de humanidad a la hora de ordenar crímenes de mujeres embarazadas, de niños robados.
Cachito Fuksman, Jorge Julio López, andarán también este 24 con nosotrxs. No sólo por su papel de testigos, sino como parte de aquellos y aquellas sobrevivientes que “organizaron” las tareas de defender la memoria, entre ellos para decirse como parte de una generación que buscó cambiar el mundo. Cachito siempre traía esa dimensión a su testimonio, para pedirnos que no nos olvidáramos de las razones y los sueños por los que lucharon. No se trata de hacer memoria del martirio, insistía, sino memoria de la resistencia y de la rebeldía.
Cuando este gobierno “remodela” la ESMA y a otros centros clandestinos, para re-escribir la historia, es bueno recordar aquellas recorridas que guiaba Cachito junto con otros compas de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, para que su mensaje se vuelva compromiso. Las luchas y los sueños de los compañeros y compañeras, seguirán en nuestras acciones presentes y futuras, no como consigna, sino como programa.
Este 24, así de masivo y combativo, no sería posible sin la labor sistemática de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, que unió la tarea durísima de dar testimonio, con la presencia de ese programa en cada una de nuestras luchas, y en la organización del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Que la memoria no sea olvidada, que no sea traicionada, que no sea puesta en la cuenta de una próxima elección.
24 de marzo internacionalista, contra los golpes y las guerras imperialistas
La dictadura argentina fue parte de un movimiento del capital internacional, decidido a poner un freno a la lucha de los pueblos en América Latina, que venía en ascenso desde el triunfo de la Revolución Cubana. Fue simultánea con las dictaduras de Uruguay, de Chile, de Brasil (comenzada una década antes), la prolongada dictadura de Stroessner en Paraguay, y las dictaduras centroamericanas.
Leer los procesos políticos sólo en claves nacionales, nos hace perder varias posibilidades de análisis del movimiento del capitalismo como sistema internacional, del patriarcado –como sistema de opresión mundial que lo precede-, y en Nuestra América, del colonialismo, como momento fundante de la imposición violenta del patriarcado capitalista.
El capitalismo reorganizó en los años 70 sus fuerzas disciplinadoras, y el continente todo fue regado de los cuerpos de miles de revolucionarios/as y de luchadoras/es sociales y políticas/os.
Hubo muchas marchas y contramarchas desde entonces y disputas territoriales, nacionales y continentales en las décadas siguientes. En los finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, la Revolución Bolivariana en Venezuela dio un fuerte estímulo a diversos procesos de transformación en el continente. Fidel y Chávez, impulsaron un ALBA como unidad de los gobiernos y pueblos para la creación de una alternativa propia frente a las políticas imperialistas.
Pero el capital transnacional ha lanzado su contraofensiva una vez más. Golpes de Estado (Honduras, Paraguay, Brasil, y los frustrados en Bolivia, Ecuador, Venezuela), desestabilización de las democracias en todo el continente, invasiones (Haití), militarización de la vida cotidiana, fraudes electorales, persecución a los pueblos originarios y criminalización a las defensoras de la vida y a las y los líderes de la protesta social, son algunos de los rasgos –no todos- de esta contraofensiva.
En otros continentes, el capitalismo patriarcal refuerza las guerras desatadas por dictadores como Erdogan, en Turquía, contra la lucha de liberación del pueblo kurdo y la revolución de las mujeres de Kurdistán. El gobierno de Israel por su parte, refuerza sus crímenes en los territorios ocupados, encarcelando al pueblo palestino que defiende su libertad, y encarcelando a niñas y niños, adolescentes, y a miles de combatientes antifascistas que enfrentan la ocupación.
Por eso este 24 de marzo, necesitamos reforzar el llamado a una lucha antimperialista, antifascista, antipatriarcal, anticapitalista, anticolonial, de dimensiones internacionalista. Cuando nos encontremos en las plazas del país con nuestras caídas y caídos, y los miremos a los ojos, sabremos que en ellos también brillan las dimensiones internacionalistas aprendidas del Che, de Tania, de Rosa Luxemburgo, y ahora de Berta, de Marielle, de Alina, y de tantas compañeras y compañeros en el mundo.
Este 24 de marzo internacionalista, es un grito, es un llanto, es un abrazo, es un compromiso, para enfrentar las políticas de muerte con políticas de vida. Para exigir la libertad de todos los presos y presas políticas, y también la libertad de decidir sobre nuestras vidas, de hacer nuestra historia, desde abajo, colectivamente, y sin pedir permiso. Es un momento para permitirnos el juego de nuestras emociones, sabiendo que 2 más 2 puede ser mucho más o mucho menos que cuatro, si intentamos cambiar las reglas del orden mundial, y no permanecer presas de ellas. En tiempos de fuertes retrocesos, contrarrevoluciones, no valen los lamentos. La historia la hacemos las mujeres, los pueblos. Cuidando el fuego, en llamas por momentos o en brasas otras veces, incendiaremos el tiempo de las derrotas, y caminaremos sobre las huellas de la dignidad, de la esperanza y de la rebeldía. Como nos dijo Darío Santillán, “ni muertos, ni muertas nos detendrán”. Nuestra palabra está llena de rabia y de ternura, de memoria de las revoluciones que nos faltan.