Por Federico Larsen. Los indignados tomaron las calles en todo el planeta, bajo la consigna “¡Globalicemos la Plaza Tahrir! ¡Globalicemos la Puerta del Sol!”. Roma fue el epicentro de la respuesta represiva a un nuevo movimiento, en un país en crisis.
Como en Génova y Nápoles en 2001, Italia se consolidó como el país donde la respuesta a las masivas movilizaciones que cuestionan el orden mundial es la represión. La marcha de los 300.000 indignados que recorrió las calles de Roma el pasado 15 de octubre terminó abruptamente por la intervención policial, que dejó un saldo de 135 heridos y 32 detenidos. Esto se da en un momento político muy delicado, en el que el gobierno de Silvio Berlusconi logró mantener una ajustada mayoría parlamentaria para evitar su caída y los movimientos sociales renovaron su avanzada al calor de las manifestaciones que en toda Europa exigen fuertes cambios en el sistema político y económico.
Un país en crisis
Italia se encuentra hoy en una profunda crisis económica y política. Con una deuda interna que asciende al 140% de su PBI, un gobierno de centro derecha fracturado y una oposición que no logra presentarse como una alternativa real, el país se convirtió en tierra fértil para los reclamos que surgieron de los indignados españoles y se propagaron luego por el mundo. En diálogo con Marcha, el colectivo Infoshock, uno de los protagonistas de la jornada del 15 de octubre, sintetizó: “La pesadez de la crisis, cada vez más real y concreta, se une a una crisis gubernamental nunca vista antes. Los partidos políticos tienen cada vez menos legitimidad entre quienes se movilizan. Una generación entera no tiene futuro, sin rédito, sin perspectivas de vida posibles, por culpa de una clase dirigente que piensa sólo en sus intereses, que quiere obligarnos al chantaje, a la deuda y la explotación, borrando derechos, desmantelando servicios y estado social, para mantener bancas”.
El gobierno Berlusconi, en el poder desde el año 2000, salvo el breve lapso en que el centro-izquierda logró posicionar a Romano Prodi como primer ministro, ya ha dado muestras en varias ocasiones de la política que decidió seguir con respecto a la protesta social. Desde 2001, cuando en Génova la represión se cobró la vida de un joven durante las marchas contra la cumbre el G8, hasta los más recientes despliegues policiales en los alpes, cuando activistas de todo el país impedían la construcción del ‘tren bala’ que va a unir Paris con Roma.
“En Italia la herida de Génova todavía está abierta”, explicó a Marcha el escritor y periodista Angelo Mastrandrea. “Los policías y dirigentes responsables han sido promovidos, y las fuerzas políticas y ministros que mandaron aquella represión aún están en el gobierno. Lamentablemente el gobierno hoy se está aprovechando de los incidentes del 15 de octubre para anular los reclamos. Está actuando de manera autoritaria”. Tras los enfrentamientos, el ejecutivo decidió prohibir las marchas por un mes y prepara una ley especial, sobre la base de la que regía en los sententa para frenar a la lucha armada, para detener preventivamente a quienes quieran manifestarse. “Lo hacen porque saben que en Italia hay riesgo de default y el pueblo está por explotar, quieren meter miedo y evitar las manifestaciones”, opinó Mastrandrea.
Un nuevo espacio político
Los miles de manifestantes que se volcaron a las calles la semana pasada, respondieron a la convocatoria lanzada a nivel mundial a través de un manifiesto al cual adhirieron, entre otros, Naomi Klein, Vandana Shiva, Noam Chomsky y Eduardo Galeano. Allí se reclama por el fin de las políticas de ajuste, contra el neoliberalismo y por una democracia global. Sin embargo, la versión italiana de los indignados tiene fuertes particularidades: “En las dinámicas de los movimientos italianos aún pesa mucho la fuerte politización que todavía existe, a diferencia de otros países” explicó Mastrandrea. “Los ‘indignados’ italianos son un movimiento muy heterogéneo, que retoma políticas y prácticas del movimiento altermundialista, y junta diferentes organizaciones y grupos. Hay partidos de la izquierda radical, pequeños grupos marxistas-leninistas, anarquistas, ecologistas y centros sociales. En los últimos años de las luchas sociales territoriales han nacido comités y movimientos. Es posible que ahora nazca un nuevo espacio público, pero será la culminación del desarrollo de los movimientos sociales de los últimos diez años”.
Uno de los elementos más novedosos es el rechazo a la representación política y al sistema partidario, aún en sus expresiones de izquierda, como el Partido Democrático, principal opositor, considerados en su conjunto como neoliberales. “Por eso, uno de los cánticos más escuchado en las marchas es ‘que se vayan todos’, como en Argentina en 2001”.