Por Nadia Fink.
A seis años del asesinato de los jóvenes militantes Jere, Mono y Patóm, en Villa Moreno de Rosario, la película documental Triple Crimen revive el recorrido que hicieron familiares y compañeras y compañeros desde el 1 de enero de 2012 hasta el juicio que llevó a la banda narco a las cárceles.
El Mono y Jere se ríen a carcajadas. Corte. Jere va entrando a la canchita mientras relata. Cierra mirando a la cámara, con la sonrisa imborrable que aparece siempre en los relatos de quienes lo conocieron. Corte.
Ese comienzo estremece. Impacta verlos vivos, filmándose entre ellos para las redes sociales, en pleno disfrute y compartiendo entre amigos, en la canchita que tiene el ingreso de Villa Moreno, zona sur de Rosario, su lugar de encuentro y donde fueron asesinados aquella noche del 1 de enero de 2012 en la que el barrio cambió para siempre.
La siguiente escena toma la inspección ocular realizada antes del juicio a los asesinos, que tuvo lugar en noviembre y diciembre de 2014, por abogadas y abogados de la querella y la defensa, jueces, fiscales, etc., en esa misma canchita. Las dos caras de un mismo lugar.
Ciudad de pobres corazones
Rubén Plataneo, oriundo de Rosario, es el director de la película Triple Crimen, que tuvo su estreno en el BAFICI y que se proyectó en Rosario durante diciembre pasado. Cuando desde Marcha le consultamos qué lo había motivado a rodar este film, nos respondió: “Hace varios años que es conocida, a nivel nacional e internacional, la situación en Rosario sobre la instalación y extensión de bandas de narcotraficantes y también que hay un sistema de complicidad institucional, paraestatal, con participación de distintos estamentos de la policía, de la justicia, del gobierno, que sostienen de distinta manera en su rol y sus instituciones el funcionamiento del narcotráfico. Eso ha significado en los últimos años el índice de asesinatos más alto de la Argentina en toda su historia, que llegó a 360 por año, la mayoría de las víctimas jóvenes menores de 30 años. Eso me fue impresionando fuertemente. Y mientras investigaba toda esta trama complejísima y violentísima del narcotráfico y las muertes, en su mayoría de jóvenes de barrios pobres de Rosario, me encontré con que había un grupo de familiares de víctimas, en este caso de los tres chicos que habían sido asesinado en la villa Moreno, que todos los meses salían a reclamar, hacer marchas, desde su barrio hasta Tribunales, exigiendo justicia para los asesinos de sus hijos”.
Y es acá donde vuelve a aparecer la canchita como escenario: ese entramado de narcotráfico que incluye connivencias policiales, estatales y judiciales es el que llevó a que Claudio “Mono” Suárez, Jeremías “Jere Trasante” y Adrián “Patóm” Rodríguez fueran asesinados en el lugar donde celebraban el año nuevo con amigos. Las balas llegaron de parte de una banda narco liderada por Sergio “El Quemado” Rodríguez y compuesta por Brian Sprío, Manuel Delgado y Mauricio Palavecino. Buscaban a quien había baleado al “Quemadito” Rodríguez, hijo del mandamás de la banda, esa misma noche, y que se encontraba internado fuera de peligro. Hacia Villa Moreno fueron, en su Kangoo verde, con armas de alto calibre. Sin mediar preguntas, dispararon contra los tres y contra Moki, único sobreviviente. “No eran soldaditos de nadie”, se esforzaba por explicar Lita, mamá de Mono, cuando al otro día, sin haber enterrado aún a un hijo que se murió en los brazos, la prensa oficial hablaba de “ajuste de cuentas” y de que los pibes “tenían antecedentes”. Allí, en esos banquitos que ya no están, al costado de esos árboles donde Keko, hermano de Mono, señala los agujeros de bala que quedaron como testigos silenciosos, familiares de cada uno de los chicos reconstruye esa nota y revive la sorpresa y el espanto que tiñó el barrio.
El boom inmobiliario en la ciudad de la provincia que tiene el 80% de la producción de la soja del país (donde la construcción ha sido banco fiel de los excedentes del negocio), el crecimiento de las propiedades de lujo en una ciudad con serios problemas habitacionales y un 50% de la población con problemas de vivienda, el puerto como lugar de ingreso para experimentos de narcotráfico, los búnker que se propagaron como los ladrillos para los sojeros, la plata contante y sonante generada por las drogas y la trata son el marco en el que se dio el Triple Crimen. Y por eso Plataneo elije contar esas aristas de Rosario a partir del relato de periodistas como Carlos del Frade y José Maggi que relatan estos puntos de contacto, pero también describen la necesaria connivencia policial para que el narcotráfico siga avanzando.
Pero también el relato cuenta con los testimonios de Carlos Varela, abogado defensor del Quemado Rodríguez –y reconocido defensor de narcos en la Ciudad–, y el ex ministro de seguridad de la provincia de Santa Fe, Raúl Lamberto, quien asumió en junio de 2012, luego de que Leandro Corti debiera renunciar tras los numerosos asesinatos y de las denuncias de complicidad de las fuerzas de seguridad con los narcotraficantes y barrabravas. Y es allí donde el ojo toma partido, donde la mirada del director retoma lo que relataba al principio y elije cómo contar. Estos testimonios, a diferencia de los de los familiares de las víctimas que cuentan desde el barrio y la calle, se realizan en despachos y edificios de categoría. Lugares que, por cierto, habitan a diario funcionarios y abogados. Los planos enfocan manos nerviosas, cuerpos en tensión, palabras que son un relato. Hay algo de actuación, de puesta en escena que atraviesa estas escenas, al igual que las tomadas durante el juicio, donde fue único equipo audiovisual que lo registró.
Así cuenta Plataneo sobre esa etapa, que ocupa un tercio del film: “Lo filmamos de un modo bastante particular: están en juego los personajes, sus rostros, hay un paisaje interior que tienen una tonalidad totalmente diferente al resto. Los personajes están actuando un rol en esa puesta en escena que descubrimos ahí, que además nos permitió conocer mucho más física y directamente, mirándonos frente a frente, la intimidad de la banda narco, y la relación con los abogados, con la policía, con los jueces, con los fiscales. Con los familiares de los asesinos y las víctimas juntos, en la misma sala”. Esos personajes de los que habla Plataneo parecen ser “los otros”. Pero en este caso, “el otro” no es quien suelen tomar los poderes y los medios de comunicación hegemónico. El otro es aquel que fue a invadir el barrio, el que se sienta en el banquillo de los acusados y no habla y mira con superioridad, o quien defiende a bandas narcos y le pide al único sobreviviente de la tragedia que tome el arma con el que asesinaron a sus amigos con la misma naturalidad con la que declara la inocencia de los asesinos en serie.
Ciudad de locos corazones
Pero en el inicio hay una historia: la lucha que nació el día que asesinaron a los pibes y que Movimiento 26 de Junio, donde militaban Jere, Mono y Patóm, se puso al hombro junto con algunos familiares.
Y así como el relato de las familias va trazando el rompecabezas (que, por cierto, también es el film) para reconstruir el asesinato, las vidas y algunas anécdotas de los pibes (que tenían apenas entre 17 y 21 años), la lucha que iniciaron y que terminó en un juicio histórico; también está el otro relato que fue pura acción: las numerosas marchas y festivales, la vigilia previa al juicio y la instalación de una carpa en las puertas de los Tribunales para recordale a la justicia de adentro que afuera había muchas personas organizadas velando por la memoria de los pibes.
En el medio, ese rompecabezas que va armando Plataneo es una pregunta en voz alta (con su voz en off), es la reflexión sobre la ciudad y sobre la pibada como sector más vulnerable a la desidia estatal, es un ir haciendo que se comparte con el público. “Para los familiares, fundamentalmente para los padres, los amigos, compañeros, toda esta pelea de tres años y el juicio, significó una etapa que cambió sus vidas para siempre: debieron salir de su cotidianeidad y salir a la calle, a organizar movilizaciones, a encarar a los medios, que es una tarea dificilísima, a defender el buen nombre de sus hijos y reclamar justicia. Incluso, tuvieron que vincularse con otros familiares de víctimas similares… Yo fui percibiendo esa transformación que los padres estaban viviendo concretamente durante todo ese tiempo: por eso me decidí inmediatamente a filmar, en la canchita pero también en la cotidianeidad del barrio”, nos cuenta el director.
El juicio, que finalizó el 5 de diciembre de 2014, condenó a los cuatro imputados: Sergio Rodríguez, 32 años de prisión por considerarlo coautor penalmente responsable de homicidio agravado por el uso de arma de fuego y participación de un menor; Brian Sprío, 33 años de prisión, por considerarlo coautor y que concurre a su vez con tenencia de estupefacientes con fines de comercialización; Daniel Delgado, 30 años, como coautor y Mauricio Palavecino, 24 años de prisión por considerarlo partícipe necesario del delito de homicidio. Adentro y afuera, hubo un desahogo sin fin. Sin embargo, la Cámara de Apelaciones en lo penal bajó algunas penas el 5 de septiembre de 2015 y absolvió a Brian Sprío. Adentro y afuera la bronca estuvo presente.
Los pasillos, el barrio, las casas que habitaron Jere, Mono y Patóm, los perros que rondan Moreno, la canchita (que luego de todas esa larga lucha hoy fue restaurada y que volvió a ser lugar de encuentro permanente donde se disputan torneos de fútbol infantil, funciona una colonia de vacaciones, etc.), los sonidos: la música que sale de las casas, los saludos con vecinas y vecinos, los ladridos, las motos, los gritos de las pibas y pibes que juegan… El film retrata los destellos de una cotidianeidad interrumpida. Pero también los caminos recorridos para conseguir justicia. Es una película en la que los buenos triunfan aunque el sabor es amargo porque los pibes no vuelven.
Jere camina por la calle del costado de la canchita, la misma en la que estaba su casa. Corte. Doblan y por Pte. Quintana está llegando Patóm en moto. Primer plano de Patóm. La música apaga las voces. El plano se funde y la sonrisa que les ocupa toda la cara nos queda en la retina como un recuerdo imborrable.