Por Emiliano S. El pasado sábado, Almafuerte presentó oficialmente en la Capital su nuevo trabajo de estudio: Trillando la fina. El encuentro metalero desbordó el estadio Malvinas Argentinas reafirmando la vigencia de Iorio y sus hordas.
“¡Muchachos, nunca se olviden que es un espectáculo, un entretenimiento esto, eh!”, se encarga de mandar religiosamente Iorio en cada una de sus presentaciones. Sin embargo, de fondo, en una de las tres pantallas gigantes, una bandera recuperaba la consigna: “PAREN DE FUMIGAR”. La misma imagen se reproduce en el tema “Glifosateando”, de este nuevo material (disco que se entregó a cada ‘perro cristiano’ que compró la entrada, ya que sólo se está comercializando en los conciertos). Iorio y sus límites, siempre desbordados.
Su éxodo voluntario a Sierra de la Ventana lo convirtió en un etnógrafo. Sin duda, la pérdida de su mujer, Ana Mourin, en 2001 (obsérvese la letra de “En este viaje” de Ultimando, 2003) fue el comienzo de la aporía, de esa resiliencia rural, de internación voluntaria en las soledades de Tornquist, en el extremo sur de Buenos Aires.
En Toro y Pampa (2006), la canción “Vencer el tiempo”, justamente, manifestaba esa necesidad de recomenzar su vida, la vida del padre del heavy metal local, “lejos de la red”, de la gran ciudad y sus vicios. Ya no hay un “Pibe Tigre”, un “Niño Jefe”, un “Dijo el droguero al drogador”. Iorio “loco, solitario y enredado”, como canta en “Si me ves volver” de Trillando…, radiografía el beligerante e imaginario territorio de Chasicó a Mamuil Mapu, rincones misteriosos de la provincia de La Pampa (“…que alguna vez se llamó Eva Perón, putos, recuerden” nos advierte entre tema y tema).
El ritual metalero comenzó a las 22.05, aunque dos horas antes, los fanáticos se encargaron de defenestrar a los vecinos de Malón (banda de los ex Hermética, con quienes Iorio quedó en muy malos términos y juicios mediante) y los chetos, y de ejecutar cantitos pro-Malvinas (cantitos que tanto le molestan a Iorio: “Después no vayan a ver a Motorhead o a Iron Maiden, si cantan “el que no salta es un inglés”).
Desde Toro y Pampa, los recitales de la banda se abren con una de las “milongas chamarriteadas” (como acuñó José Larralde a sus engendros) de Claudio Marciello, violero de Almafuerte y responsable indiscutible de las melodías, y la presentación en imágenes de los integrantes de la banda. Sirve para calentar motores. Por ahí se escucha a una muchacha sorprendida: “Ah, ¿hacen folklore también?”. Sí, ese logro fue exclusivo de Iorio: acercar los sonidos nativos, la música de nuestra tierra a los metaleros más jóvenes.
Abrieron con “Pa’l Recuerdo”, uno de los primeros cantos territoriales de Trillando la fina. La ruta 76 es una obsesión para Iorio. Ya en Ultimando le había dedicado un tema (“Ruta 76”), quizás como régimen de experiencia: esos caminos transitados por los pampas de Catriel, y ahora por las 4×4 y los yuppies. “Y recé porque muestre un cartel que hay patria más allá”, porque Iorio obliga a escuchar el tema con mapa en mano, tentándonos en el juego onírico que representa un viaje en ausencia. Le siguió “Patria al hombro” y un juego de imágenes entre el 17 de Octubre de 1945 y una escena de madrugada cuyos partícipes son Perón y Evita, “dupla guerrera argentina, sépanlo” (verso de “Ser humano junto a los míos” de la placa Almafuerte, 1998).
La caricaturización de Iorio, vía Beto Casella o Pergolini, en los recitales queda menos expuesta, menos freak; se sabe que lo performático, la “actuación”, su gesticulación acompaña cada canción. Los fans esperan eso: Iorio sacando una lanza imaginaria y matando a un monstruo (también ficcional) en la canción “Muere, monstruo muere”. Pero el monstruo es ambiguo: cuando Iorio se refiere al “espanto” nos reenvía a lo que él denomina la remake del escapismo, cocktail de cumbia villera, pastiche televisivo, neo hippismo, superficialidades de la sociedad de consumo.
Al que asesina, en su ‘acting’, es a su miedo de convertirse en eso: la bastardización de las ideas. “Nosotros no hacemos la de Babasónicos: ‘tengo que aprender a fingir más, y pilotear lo que siento’, no hermano, no podemos fingir nada”, para llevarse todos los aplausos y un grito de guerra de sus seguidores.
Siempre presente, llegó el set de Marciello. Despedida instrumental (solito el tipo con la acústica) con “Sopla el pampero” (Toro y Pampa) y “Caballo negro” (Trillando la fina). Dice el Tano, como lo bautizaron de pequeño, cambiando de viola: “Un caballo es un flete que nos lleva a un lugar mejor”. Y vaya que sí. Concentrados, filmándolo y boquiabiertos, los metaleros se babean con la virtuosidad de uno de los guitarristas más influyentes, en el género, de los últimos 17 años (los años de vida de Almafuerte). El único tema del nuevo disco que viola los límites de La Pampa es “Ciudad de Rosario”, y es el que tocan en el retorno del cuarteto luego del interregno del Tano.
Arrimándose a la tranquera, Iorio necesita usar a Ricky Martin para el próximo tema: “Pa’ Pelusa”, dedicado a un amigo marplatense y a los metaleros del atlántico. “Hay amor entre los hombres, muchachos”, con un cadena de risas de fondo, es también uno de los logros iorescos. No se puede negar el condimento humorístico. Es un showman, le hace honor a esa advertencia de entretenimiento que abrió esta nota. Un clown oscuro, entre melancólico, crudo y violento, emocionando a los chicos (vaya si hay pequeñitos coreando sus canciones), haciéndole un guiño perverso a los grandes; las nuevas generaciones que junto a sus padres componen el universo familiar de Almafuerte.
Desmitificando así, el machismo y la marginalidad del género, discursos vacíos y contrafácticos que dejó la década del ‘80. “Me sorprendo, loco, de la cantidad de minas solas”, decía un melenudo siguiendo un culo. Sí, insisto: el heavy como música de “machos” es una mitología, ya derribada, por suerte (falacia que, además, se cae si uno investiga la historia de Rob Halford, por ejemplo, cantante e ícono de Judas Priest).
El fin anticipado y literario: “Almafuerte”, nombre del ‘poeta maldito’, según Iorio, ‘olvidado’ (sin duda alguna) del canon académico nacional. Esa apropiación del linaje de Pedro Bonifacio Palacios, Almafuerte, es la marca de un derrengado cantándole a su tribu. Con casi dos horas de música al palo, sonaron los acordes de “A vos amigo” (A fondo blanco, 1999). El canto a la amistad funde a las 8000 almas del Malvinas Argentinas en un pogo que cierra una nueva página en la historia de Iorio, Marciello, Ceriotti y Valencia. ¿Será este disco el último de la banda?
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