Por Ana María Vázquez Duplat / Foto: Facundo Andicoechea
Un femicidio y la conmoción. La concientización social y el poder popular para organizarse y luchar contra las violencias machistas. A tres años de un hito histórico que interpela en las calles entre los conceptos feministas y de masividad, desafíos y perspectivas en un análisis necesario.
“No cabe duda de que sí. También es cierto que todo movimiento nuevo, cuando empieza a formular su teoría y política, parte de apoyarse en el movimiento precedente, aunque se encuentre en contradicción directa con el mismo. Comienza adaptándose a las formas que tiene más a mano y hablando el idioma utilizado hasta entonces. A su tiempo, el nuevo grano sale de la vieja vaina. El nuevo movimiento encuentra sus propias formas y lenguaje”.
Rosa Luxemburgo. Introducción de Reforma y Revolución. Berlín, 18 de abril de 1899
El 11 de mayo de 2015 el país entró en conmoción frente al femicidio de Chiara Páez. Una niña de 14 años, embarazada, que fue asesinada a golpes y enterrada en el patio de la casa de su novio después de estar una semana desaparecida. El horrible femicidio de Chiara, fue el principal hecho que llevó a la viralización de la primera convocatoria a marchar el 3 de junio de 2015, bajo la consigna “Ni Una Menos”, contra las violencias de género.
La convocatoria, promovida por un grupo de periodistas feministas, en pocos días se convirtió en una ola imparable de indignación que recorrió todo el territorio argentino e incluso traspasó sus fronteras. Una multitudinaria movilización, sin banderas, llenó el Congreso de la Nación y millones de personas gritamos por primera vez “Ni Una Menos”, por Chiara y por cada mujer asesinada, para ese entonces, cada 30 horas en Argentina. Miles de víctimas y de familiares se adueñaron de la plaza para compartir su historia, un hito en la lucha de las mujeres emergería ese día con la fuerza de un caudal imparable que nos encuentra, este año, de nuevo preparando la tercera marcha contra todas las formas de violencia de las que somos víctimas las mujeres, las travestis, las lesbianas y las trans. Violencia que nos es impuesta por el solo hecho de ser lo que somos.
Pasados tres años, las cifras de femicidio son cada vez más dramáticas. En 2017 es asesinada una mujer cada 18 hía oras, y como correlato el Estado se encarga de desmontar y desfinanciar los programas orientados a la lucha contra las violencias de género. No asistimos, entonces, a la existencia de un Estado ausente, sino a la de un gobierno que activamente decide dar la espalda a la problemática y que además, premeditadamente, utiliza sus fuerzas para perseguirnos y reprimirnos en un intento disciplinador. Nos encontramos frente a un Estado responsable, no por omisión, sino por acción directa contraria a derechos.
La cara positiva de esta realidad, es el crecimiento y potencia que ha ganado el movimiento feminista no solamente en Argentina, sino en todo el mundo. Hoy podemos asegurar que el feminismo es la corriente de ideas y prácticas más revolucionaria e internacionalista organizada a lo largo y ancho del planeta. De movilizaciones en las que nuestro lugar como víctimas era el preponderante, hemos avanzado hacia la consolidación de un sujeto político de masas, contrahegemónico, capaz de reaccionar organizadamente, y que se posiciona de manera clara frente al poder político, económico, eclesiástico y sindical. Un movimiento que se reivindica esencialmente antipatriarcal/ antiandrocéntrico, pero que entiende que el patriarcado es la base principal de todas las desigualdades y por tanto es también anticapitalista, ambientalista, defensor de las diversidades sexuales, y trasgresor de todo orden racista y xenófobo.
El epígrafe también tiene su sentido, el movimiento feminista en Argentina se encuentra conformado y liderado, mayoritariamente, por mujeres que hacemos parte de organizaciones sindicales, sociales, políticas y partidarias, cuyo origen no se fundó en el propio feminismo. Nuestras prácticas y maneras de hacer política, y de transitar el camino de la construcción del poder popular, se encuentran atravesadas por experiencias previas de diversos tipos de militancia. Al movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis traemos la fuerza de los feminismos pero también los aprendizajes adquiridos en nuestras organizaciones, partidos, sindicatos o en el movimiento de estudiantes. Una realidad se hace eminente reconocer, muchas de esas prácticas son patriarcales y las estamos volcando al movimiento. Es nuestra responsabilidad, entonces, repensarlas (nos), deconstruirlas, y eliminarlas de nuestro movimiento si es que realmente apostamos a la construcción de un lenguaje y formas propias que conduzcan, no a la reforma, sino a la derrota definitiva del sistema patriarcal.
El movimiento feminista en Argentina avanza a paso firme en la construcción de sus singularidades. Su capacidad de construcción considerando la diversidad de pensamientos, corrientes, posturas y debates como una potencialidad antes que como una limitación es uno de sus atributos más únicos. La construcción del documento conjunto de todo el movimiento feminista en el marco del paro de trabajadoras y la marcha del pasado 8 de marzo, fue un proceso en el que el discurso nos sirvió como plataforma para el ejercicio, no retórico sino práctico, del propio feminismo.
Otro paso hacia la construcción de este lenguaje propio, es el cuestionamiento que el movimiento ha emprendido en relación al punitivismo. Frente a los casos más graves de violencia de género, el reclamo por más pena, por mayor judicialización era el que emergía más fervorosamente desde la mayoría de voces. Actualmente, nos encontramos como feministas, cuestionando el punitivismo como mecanismo en tanto reconocemos que éste es fruto del mismo sistema de dominación que nos oprime. A cambio de ello, la demanda se está reconvirtiendo a partir de un develamiento cada vez más profundo de las causas estructurales de la violencia machista. Es hasta allí donde pretendemos llegar y son esas causas las que apostamos transformar.
En este punto se encuentra el movimiento feminista, y con ello aparecen grandes desafíos que tenemos que abordar con un ojo puesto en el presente de nuestra lucha y otro en el pasado –el remoto y el próximo- para llevar a buen puerto un futuro en el que la conquista de la igualdad real deje de ser una utopía; y en el que logremos, como propone Rosa Luxemburgo, poner la revolución por delante del reformismo. Una revolución que será feminista… o no será.