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    Culturas

    Tras las huellas de “un oscuro día de justicia”

    25 marzo, 20149 Mins Read
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    Por Mariano Pacheco. A 37 años de su asesinato en el centro porteño, recordamos a Rodolfo Walsh a través de una lectura de su último cuento ficcional publicado, “Un oscuro día de justicia”.

     

    Escrito en noviembre de 1967 y dado a conocer en 1973, “Un oscuro día de justicia” fue el último texto de ficción publicado por Rodolfo Walsh. La inspiración para este texto surgió luego del asesinato de Ernesto Guevara en Bolivia.

    Días antes de terminarlo, había escrito “Guevara”, un artículo publicado en febrero de 1968 en la revista Nuevo Hombre. Allí asume “sentir vergüenza” por estar sentado frente a una máquina de escribir mientras otros han muerto combatiendo.

    Entonces escribió ese cuento, en un estado de “conmoción”, al ver que El Comandante había muerto “demasiado solo”. Son momentos en los que Walsh se debate acerca de si es capaz o no de comenzar a escribir esa novela que la “crítica” le reclamaba a vivas voces para consagrarlo como un gran escritor, según sus propios cánones.

    En “Un oscuro día de justicia” la trama no se estructura a partir de la figura del Che, sino en torno a una espera y una promesa: la llegada del tío Malcolm,  no para una típica visita de domingo, sino para que “trompee” al celador Gielty, verdugo de su sobrino, El gato, y del resto de los niños que habitan el internado de los irlandeses, a quien Walsh denomina “el pueblo”.

    La espera se concreta y hacia el final del relato el tío Malcolm llega, por fin, y trompea al celador. La historia parece cerrar así con un final feliz. Pero no. Gielty se repone y deja fuera del “ring” a Malcolm. Allí se produce la verdadera “educación sentimental”. Escribe Walsh: “el pueblo aprendió que estaba sólo y que debía pelear por sí mismo”. Finalmente, “el tío Malcolm quedó como un héroe a mitad de camino”.

    Queda clara la crítica que Walsh -como tantos otros- sostiene respecto de la “teoría del foco” pregonada por el Che. Pero como el propio autor sostiene en el mencionado artículo, la muerte de Guevara funciona como “nuevo punto de partida”. La crítica al foco no implica un cuestionamiento al ejercicio de la violencia popular, sino a la falta de ligazón de la vanguardia con las luchas emprendidas por las masas. Por eso Walsh va a vincularse al sector del peronismo de base, primero, y luego a Montoneros (y en Montoneros dirá, a principios de 1977, que si la teoría de la vanguardia galopa demasiado delante de la realidad, “se corre el riesgo de transformarse en patrulla perdida”).

    Tal vez podamos pensar la lección del pueblo del internado de los irlandeses en estrecha relación con el lema esgrimido por la CGT de los Argentinos. Central sindical que Walsh integrará, dirigiendo el periódico CGT. Consigna que sostiene: “Sólo el pueblo salvará al pueblo”.

    La serie de los irlandeses

    En 1965, la prestigiosa editorial Jorge Álvarez publica Los oficios terrestres, que incluye los relatos “Corso”, “Esa mujer”, “Fotos”, “El soñador”, “Imaginaria” e “Irlandeses detrás de un gato”. Este último inaugura la serie de los irlandeses, ese tríptico de cuentos en los que Walsh construye un micro-mundo de chicos pobres en un internado. Como ha señalado Silvia Beatriz Adoue en su libro Walsh, el criptórafo. Escritura y acción política en Rodolfo Walsh, con sus personajes “demasiado terrestres”, el autor de El caso Satanowsky busca conjurar cualquier intento o ilusión de gestar un héroe épico. No es para menos, ya que la épica posible pregonada por Walsh  está basada en los pequeños gestos de gente común.

    En este primer cuento, el eje está puesto en el proceso de inclusión de El Gato en la jerarquía del internado, que reproduce en su interior las relaciones de poder y de opresión de la sociedad capitalista (el más fuerte aplasta al más débil). No está de más recordar que Walsh era un atento lector de Roberto Arlt, para quien la sociedad no era más que una inmensa escalera de verdugos.

    Dos años después, en 1967, nuevamente por Jorge Álvarez editor, Walsh publica Un kilo de oro, integrado por “Cartas”, “Nota al pie”, “Un kilo de oro” y “Los oficios terrestres”, segunda entrega de la serie de los irlandeses.

    En la célebre entrevista que le concede a Piglia en 1970, Walsh destaca -a la vez que lo tensiona- el componente autobiográfico de “la serie”: “evidentemente hay una recreación autobiográfica pero, quizá, no tan estrecha como podría parecer. Lo autobiográfico es nada más que un punto de partida, una anécdota y a veces ni siquiera una anécdota entera sino media anécdota. Porque yo estuve en dos colegios irlandeses, uno en Capilla del Señor, que era un colegio de monjas irlandesas en el año ‘37 y después en el ‘38, ‘39 y ‘40 estuve en este otro, el Instituto Fahy de Moreno, que era un colegio de curas irlandeses. En este sentido hay una realidad mixta, ¿no es cierto?, porque hay un mundo de irlandeses pero al mismo tiempo es la Argentina, y es indudablemente en la Argentina, es decir, hay una burla acerca de uno de los personajes, no sé si en este cuento o en cuál de los cuentos, que dice que uno de los personajes pretendía ser descendiente de reyes y no de humildes chacareros de Suipacha. Cada tanto eso está, está porque estaba, el mundo se vivía así, doblemente”.

    En esta segunda entrega comienza el verdadero proceso de “construcción de un pueblo”. La historia gira en torno a la ayuda que El Gato le ofrece a un internado más débil que él, rompiendo así la lógica de la “escalera de verdugos”, y pregonando una verdadera “ética de los pequeños gestos de la gente común”.

    “Hay una evolución en los cuentos”, insiste Walsh en la entrevista con Piglia. “Aquí se empieza a hablar del pueblo y de sus expectativas de salvación representadas por un héroe, es un héroe externo, es decir, no deposita sus expectativas en sí mismo, sino en algo que es externo, por admirable que pueda ser”.

    Queda claro por qué esa “épica posible”, protagonizada por “seres comunes” y gestada a base de “pequeños gestos”, será la gran lección que puede leerse en “Un oscuro día de justicia”.

    Entre el Che y Perón

    “Un oscuro día de justicia” fue escrito en un momento bisagra del autor. Tal como deja asentado en su diario el 3 de mayo de 1972, su relación con la literatura se da en dos etapas: de sobrevaloración y mistificación hasta 1967, “cuando ya tengo publicados dos libros de cuentos y empezada una novela” y de desvalorización y paulatino rechazo a partir de 1968, “cuando la tarea política se vuelve una alternativa”.

    Esta simple anotación da cuenta de un importante paréntesis literario que va a producirse en su escritura. Porque si bien su preocupación por la literatura no dejará nunca de estar presente, y durante su último año de vida comenzará a intentar escribir nuevamente ficción, el hecho es que desde el Cordobazo y hasta el Golpe de Estado de marzo de 1976 no va a producir ficción, sino que todo lo que va a escribir será en función de su militancia política: la experiencia en el periódico CGT, el Semanario Villero, el diario Noticias… Sólo excepcionalmente realizará alguna colaboración específicamente “periodística” en Panorama, La opinión, Georama y Siete días, pero rápidamente se da cuenta de que el trabajo que le insume cada nota no se corresponde con el dinero que cobra por su publicación.

    Ese mismo día y en la misma línea, Walsh anota en su diario: “La desvalorización de la literatura tenía elementos sumamente positivos: no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la intelligentzia burguesa, cuando el país comenzaba a sacudirse por todas partes. Todo lo que escribiera debería sumergirse en el nuevo proceso, y serle útil, contribuir a su avance. Una vez más, el periodismo era aquí el arma adecuada”.

    De todos modos, aclara: “quedaba sin embargo una nostalgia, una posibilidad entrevista de redimir lo literario y ponerlo también al servicio de la revolución”.

    Por supuesto, entre la publicación de Los oficios terrestres y “Un oscuro día de justicia” Walsh había escrito ese maravilloso libro titulado ¿Quién mató a Rosendo?, pero como él mismo aclara, “la línea Operación masacre era una excepción”, porque no estaba concebido ni fue recibido como literatura, sino como periodismo, como testimonio y denuncia. Y esto será central, porque más allá de sus intenciones, Walsh está entonces extremadamente preocupado por las formas en que es recibida la obra de ficción, y por quienes es leída.

    Tal vez por eso “Un oscuro día de justicia” haya sido uno de sus últimos textos de ficción escritos antes de sumergirse de lleno en la militancia revolucionaria, en la cual desempeñó importantes tareas clandestinas.

    Walsh cambió la posibilidad de escribir una novela sobre el proceso revolucionario argentino -como se había planteado- para fundirse con él. La serie de los irlandeses -además de Operación masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, que también pueden ser leídos como novelas– son lo más parecido a una novela que Walsh nos legó.

    Resulta paradójico, pero “Un oscuro día de justicia”, el cuento que Walsh escribió en 1967 pensando en Guevara, en la soledad de un líder sin masas, en el fracaso de la teoría del foco, puede ser pensado de otro modo al momento de su publicación, en 1973, en una coyuntura en donde el peronismo ocupa el centro de la escena política nacional. La figura central podría ser ya no Guevara sino Perón: un líder de masas aclamado por millones. Y sin embargo, la conclusión puede ser la misma: sólo el pueblo podrá salvar al pueblo. Pero el pueblo argentino, ¿había aprendido entonces que estaba realmente solo?

    La actualidad de Walsh no deja de asombrar. Su concepción de la heroicidad no puede ser más contemporánea. Y la aseveración del cuento “Un oscuro día de justicia” no deja de resonar como música para nuestros oídos: “el pueblo aprendió que estaba sólo y que debía pelear por sí mismo”. 

     

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