Por Vivian Palmbaum |
Las históricas desigualdades se multiplican cuando se trata de las trabajadoras del territorio rural, campesinas, artesanas, migrantes, y muchas otras que día a día sostienen la reproducción de la vida en muchos sentidos.
A nivel mundial, según lo estima ONU Mujeres, las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43 por ciento de la mano de obra agrícola. Una cifra global que aun parece minimizar la participación de las mujeres en el trabajo rural. Apenas hace poco tiempo se reconocieron los derechos humanos para las poblaciones campesinas, un hecho que nos sorprende en pleno siglo XXI.
Tampoco las cifras que registra el último Censo Nacional Agropecuario, 2018, en Argentina, parecen dar cuenta de la participación de las mujeres en el contexto rural, que señala que en el país hay 223.292 productores o socios de explotaciones agropecuarias, de los cuales el 21 por ciento son mujeres. Por un lado, estas cifras parecen mostrar un camino que falta por recorrer en cuanto a categorías censales inclusivas, ya que desde la Union de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra, pequeñxs productorxs, estiman que un 50% son mujeres las trabajadoras de la tierra. Por otro lado, muestran que las mujeres que trabajan la tierra no son tenidas en cuenta a la hora de la elaboración de políticas públicas y que aun son pocas las mujeres que tienen acceso a la tierra.
Desde Marcha entrevistamos a María Carolina Rodríguez, productora familiar en La Plata, que forma parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra, UTT. María Carolina forma parte de esa gran comunidad que son las y los productores familiares que trabajan la tierra y sostienen la vida en su mayoría en condiciones de gran precariedad.
Así lo cuenta Rodríguez: “la vida de la productora, la mujer del campo, es muy sacrificada. Nosotras como productoras trabajamos más de 16 horas por día, a pesar de no ser dueñas de nuestra propia tierra, somos mamás, somos maestras, somos doctoras hoy en día que está el COVID- 19, somos las que cuidamos la semilla y las que estamos recuperando los saberes ancestrales, esa es la vida de las mujeres del campo, pero con discriminación”.
Las desigualdades de genero, que sufren las mujeres en el ámbito rural, significan duras condiciones de vida para estas trabajadoras y productoras: “Nunca se ha dicho que trabaja la tierra, que es la mujer la que se levanta a las cinco de la mañana a descarrillar, a hacer carga y la que sigue trabajando hasta las diez, once de la noche”. María Carolina agrega “nunca se visibiliza lo que hacemos, la mujer del campo necesita tener un reconocimiento, es la mujer que trabaja entre doce y diez y seis horas por día”.
La organización gremial del sector, la Union de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra, ha constituido la Secretaria de Genero. Allí enuncian: Queremos discutir nuestro doble trabajo, nuestra doble condición de oprimidas, como agricultoras sin tierra, sin políticas públicas para nuestro sector, trabajando junto a nuestras familias hasta 12 horas por dia y por otro como mujeres, que por nuestra condición de género se nos atribuye obligadamente, además del trabajo productivo el trabajo del cuidado del hogar y de los niños y niñas, de su salud, educación, de la organización de hogar, etc.. Sostenemos que esas desigualdades en muchas ocasiones son la semilla de la violencia de género.
Las redes de apoyo entre mujeres traspasan fronteras, intereses particulares y localías, asi lo entendieron las trabajadoras de la tierra que fueron las primeras que se acercaron apenas se inició la toma de tierras en Guernica para solidarizarse con las extremas necesidades y entregaron alimentos y semillas. Al igual que el pasado 13 de octubre cuando en el marco del Encuentro Plurinacional de Mujeres realizaron un verdurazo feminista entregando miles de kilogramos de verdura en Plaza San Martin, en La Plata.
No parece casual que el 16 de septiembre, apenas un dia después que recordemos a las mujeres rurales, se halla definido como el dia de la soberanía alimentaria. Desde la Via Campesina afirman que “sólo es posible acabar con la crisis alimentaria y el hambre en el mundo con soberanía alimentaria y una producción agroecológica”. Guardianas de la semilla y de los saberes ancestrales, las mujeres rurales se vinculan con la Pacha y sostienen la posibilidad de impulsar la soberanía alimentaria porque sostienen y recuperan estrategias de producción ligadas a patrones culturales que estan lejos del envenenamiento y de modelos de producción y consumo que solo se relacionan con la ganancia. Asi lo reconocen las trabajadoras de la tierra al impulsar talleres de plantas medicinales, que recuperan saberes para sanar, ligados a la tierra, o cuando se impulsan los saberes ancestrales para sembrar, desmalezar, prevenir y combatir las plagas que están lejos de los negocios ligados a la agroquímica.
Violencia de genero
Maria Carolina Rodriguez explica las violencias invisibles que cotidianamente padecen las trabajadoras, “no hay políticas públicas para nosotras, la falta de acceso a la tierra, esas son las necesidades y las violencias que sufrimos”.
Para las mujeres trabajadoras de la tierra, entre los principales problemas, explica María Carolina, es que “no tenemos acceso a la tierra, todas las políticas públicas que tendría que haber en el sector no hay, como ser los beneficios que llegan al campo siempre llegan para el hombre, nunca va a salir un beneficio que diga para la mujer campesina, la mujer que labura la tierra, la mujer que se levanta y trabaja entre doce y diez y seis horas por dia y encima es pobre. Las políticas públicas para el sector es para el compañero nomas”.
Eso que llaman amor es trabajo no pago, porque las trabajadores son quienes además se hacen cargo de sus hijes, son ellas quienes culturalmente tienen asignadas y asumen las tareas de cuidado sin reconocimiento, aunque tienen alta incidencia en la producción de ganancias. Rodriguez agrega que “hay mujeres que están solas en el campo, que se separaron del compañero violento, son dueñas de producir su propio alimento pero lamentablemente no hay tierra. Cuando salen del compañero salen con una mano adelante y otra atrás”.
Las trabajadoras rurales también sufren la violencia de manera silenciosa, que soportan a veces hasta la muerte, como sucedió con Lucía Correa. Maria Carolina explicó que “hay mucha violencia de género, tenemos el caso de Lucia Correa, la compañera que fue asesinada por un tiro en el estomago por el compañero. Mas allá de la muerte, nos empezamos a dar cuenta que la violencia de Lucia Correa venía sucediendo hace tres años y ahí pensamos en articular para tener un refugio, porque la compañera volvía con el compañero porque no tenia donde vivir, mas alla que todas las compañeras cuando sufren violencia de género van a las comisarias y no les toman la denuncia”.
En medio de la pandemia, el aislamiento y el aumento de las situaciones de violencia y necesidades que se multiplican son las guardianas de la semilla y los saberes quienes sostienen y multiplican la vida.