Por Juan Manuel Boccacci – @juanmanuelboc
Crónica sentida de una jornada manchada por el crimen de Santiago Maldonado
La noche está más callada que nunca. Hasta me parece que oscureció antes también. Estaba enfrascado en asuntos de trabajo cuando vi la noticia en Facebook. Voy hasta la computadora, entro en las redes antisociales. Prendo la radio. Los periodistas dan la noticia y siguen con la rutina habitual, los programas de viernes siempre más felices por la llegada del fin de semana. Yo quiero que hablen de Santiago, me parece absurdo que todo siga como si nada. Por supuesto, todo siguió como si nada.
Ojeo el celular. No hay mensaje de los amigos, quisiera no estar yendo solo a la Plaza, así que mando mensaje en los grupos. En Facebook una militante del Partido Obrero sube una foto de Mariano Ferreyra: exactamente hace siete años lo mataban en una protesta en Avellaneda. Me cuesta creer la coincidencia. La compañera acompaña la foto de Mariano con un texto: “Del mismo modo que opera hoy el macrismo con Santiago Maldonado, hace siete años el gobierno de Cristina contó con un ejército de difamadores para encubrir su responsabilidad, la de la policía, la burocracia y los empresarios en el asesinato de Mariano Ferreyra”. La foto de Mariano está acompañada con las notas de esos “difamadores”, muchos de ellos son los periodistas con los que hoy me informo y en los que confío.
Llegando a la avenida, el sonido de una sirena. Va aumentando a cada paso. Pasa un camión de bomberos a toda velocidad. Algunas personas se tienen que tapar los oídos.
Bajando las escaleras del subte el sonido persiste en mi oído, como si la estación bajo tierra fuera una caja de resonancia que contiene a las sirenas en el aire.
En el andén no hay nadie. La gente baja del lado de enfrente. Ellos vuelven, yo voy.
Miro el celular, nadie responde todavía. En Facebook, el poeta Cesar Gonzales escribe:
“Que en paz descanse tu alma Santiago.
Te mataron por estar del lado de los oprimidos.
No te olvidaremos”.
Un pibe se sienta a mí lado en el andén. No tiene pinta de ir a la Plaza. Lleva auriculares y ropa deportiva. De a poco van cayendo otras personas, muchas muy bien vestidas. Van hacia la noche del viernes.
En Lacroze suben tres personas. Ella tiene una expresión triste, como si estuviera a punto de llorar. ¿Será por Santiago? Los tres van de negro. Se sientan frente a mí. No me animo a mirarlos a la cara. Me limito a seguir escribiendo en la libreta. Ella ahora se ríe y eso me envalentona para mirarla. Vuelve a la expresión compungida de antes. Me parece más una declinación natural de su cara que una pose de dolor.
Llegan mensajes de amigos. Manu está en la morgue. Lucas dice que va para allá pero más tarde. En otro grupo Pablo dice que ya está en la Plaza. “Que triste todo chicxs!”.
Esta vez ya no vamos a pregunta dónde está Santiago, partimos con una certeza. No está más. O está, pero de otra forma. Andrea, su cuñada, habla en la tele con Víctor Hugo. Cuenta que Sergio, el hermano mayor de Santiago, sintió cierto alivio, dentro del dolor. La búsqueda terminó, dice. Qué difícil entender lo que pasará por el cuerpo y el alma de esa familia. Escucharla me deja pasmado. No atino a llorar ni nada. Algo me acerca mucho a ellos y por otro lado siento un abismo. Estimo que es porque, como ellos, Santiago es un extraño que en pocos días se volvió alguien cercano. 78 días, en realidad menos, intensos.
Pienso en la identificación con Santiago, igual que con Mariano Ferreyra. Todos los desaparecidos que hubo en el medio, de los que nos enteramos y de los que no, sin embargo ellos me movilizaron de otra forma. Hay algo de egoísta en eso, como si fuera calculado, un sesgo, seguramente de clase o ideológico. Pero acá estoy, a diferencia de hace siete años, dónde no me movilicé, yendo hacia la Plaza. Tengo esa sensación de mierda, por pensar y pensar todo mil veces. Sensación que muchas veces me dejó sentado en mi casa. Hoy prefiero accionar. Comerme mi autocrítica pequeño burguesa.
Las ruedas del subte hacen un chirrido agudísimo al contacto con los rieles. Los tres siguen adelante mío. “Si bajamos en la que viene podemos ir a la morgue”. “No, sigamos hasta la Plaza”. Ellos también van, siento cierto alivio.
En Carlos Pellegrini baja la gran mayoría. Decido bajar ahí para hacer la típica caminata de las marchas por Diagonal Norte hasta desembocar en el Plaza. Agarro Diagonal. Está bastante vacía. Soy de los pocos que caminan hacia el bajo. Espero el sonido de los bombos, los cantos, pero no hay nada eso. Ya casi llegando veo gente que vuelve de la Plaza, como si hubiera terminada lo que sea que se haya armado. El Cabildo está pintado con algunos grafitis. “Al estado asesino vamos a derrocar”, “Lechuga vamos a vengar tu muerte”. La mayoría lleva la “A” anarquista como firma.
En la Plaza debe haber unas doscientas personas frente a los que debe ser un altar improvisado. Lo primero que sobre sale es la bandera, estimo que Machupe, colgado a lo alto de la reja que rodea a la estatua central de la Plaza. A medida que me acerco voy a travesando las espaldas de la gente para llegar al altar. Pienso otra palabra no religiosa para definirlo, pero no me sale. Es un altar. Hay fotos de Santiago, algunas chiquitas otras un poco más grandes. En el centro dos carteles: “Fue Gendarmería”, “El Estado es responsable”. Las iluminan la luz amarillenta de unas cuantas velas.
Acá el silencio es más hondo todavía. Debe ser por el contraste con esta Plaza, símbolo del bullicio, bombos, cantos, el amuchamiento de la gente. Hoy se escuchan los grillos.
Una piba sentada en el piso rompe en llanto. Los amigos intentan consolarla. “Dale, Vale, levántate, dale, vamos, hay que prepararnos para la marcha de mañana”. La piba no quiere saber nada.
Camino entre la gente, cruzo miradas con muchos de ellos. Hay varios que, como yo, atraviesan el pequeño grupo en torno a altar como buscando a alguien. Llegamos hasta ahí y ahora nos buscamos, sabiendo que no nos vamos a encontrar. Son miradas de desconcierto, de no entender. Capaz esa es la manera de expresar el dolor a los que a los que no nos sale llorar.
Hay gente de todas las edades. Una pareja de unos cincuenta años sentados en el pasto, mirando hacia el pequeño grupo. A lado mío dos señoras con los auriculares enchufados al celular. En la pantalla miran C5N que transmite desde la morgue. Las caras más dolidas son las de los jóvenes. Algunos llegan con sus padres, que los abrazan. Otros en grupos. Me acerco otra vez hacia el altar. Hay tres pibitos de unos diez años prendiendo unas velas. Un par de fotógrafos se acercan y les sacan fotos. Me molesta mucho la falta de tacto de los fotógrafos. El altar es el epicentro de dolor. Hay gente abrazada, ojos brillosos. Algunos se quedan sentados en los asientos de la Plaza o el piso. Otros se acercan a las velas y las fotos, y después se van. Esperaba que esto fuera una marcha pero es un velorio. Hoy da para esto. Juntarnos en silencio, mirarnos a la cara, llorar, prender una vela, dejar un mensaje pegado en las rejas. Putear. Putear a Macri, a la gendarmería, al estado represor y asesino.
Irrumpe un grito: “Santiago Maldonado”. “Presente”, respondemos. “Santiago Maldonado”, “Presente”. “Ahora y siempre, ahora y siempre”. Aplausos. Otra vez silencio.
Mi amigo Moche llega desde la Villa 31, donde milita. Se organizó un acto contra festejo por el pasado 12 de octubre. “Estaba Norita”, me dice. En medio de la actividad suena el teléfono de Nora. “Esperen que es Sergio”, dice. “Se hizo un silencio terrible”, cuenta mi amigo. “Le mandó fuerzas, le dijo que mañana iba a estar en la marcha y que le avise si necesitaba algo”. Esa es Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo.
De vuelta a casa, nos compramos unas birras en un chino cercano. “Por Memoria, Verdad y Justicia”, me dice Moche.
Me llega un mensaje de Lau desde Chile. Es un audio de Jorge Drexler, que estaba tocando en el Gran Rex. “Me gustaría dedicarle una canción a Santiago Maldonado. Sé que es una semana jodida, pero hagamos un esfuerzo de abstracción. Una vida es una vida en cualquier circunstancia. Por un minuto, les pido, dejemos otras cosas de lado, y pensemos que es la vida de un pibe, que hay gente pasándola muy mal, su familia, y que toda vida merece respeto”. Y empezó a tocar “Polvo de estrellas” que arranca así:
“Vale,
una vida lo que un sol,
una vida lo que un sol vale”.