Por Karina Felitti*
Esta aplicación para teléfonos inteligentes se lanzó al mercado en septiembre de 2012 y desde entonces no ha hecho más que crecer. Tinder puede traducirse al español como “yesca”, palabra que la RAE define como “cosa sumamente seca, y por consiguiente dispuesta a encenderse o abrasarse”, y también como “incentivo de cualquier pasión o afecto”.
La llama del logo le va bien. Sus creadores la pensaron como la recreación virtual de un bar: en lugar de acercarte personalmente a alguien que posa en la barra se pone “me gusta” a una o varias fotos de perfil. Incluso hay más información que la que podríamos obtener personalmente: a partir de la conexión por Facebook, podemos acceder a las páginas favoritas y los amigos en común, además de que existe un espacio disponible para la presentación personal. Esta dinámica no exige al comienzo un esfuerzo físico, de hecho se dice que funciona bien para “solteros perezosos” que planean citas desde el sofá, pero ello no significa que no se requieran otras destrezas. La lógica del mundo empresarial se aplica también aquí: para ser exitoso hay que invertir tiempo y a veces dinero: existen servicios de coaching de citas online para optimizar resultados. El asesoramiento para la construcción del perfil –frase de presentación y fotografías– tiene un valor de 50 dólares en TinderUs y hay otras alternativas pagas con servicios similares.
La polémica entre la aplicación y el feminismo se dio a fines de agosto de este año, cuando circuló la historia de una joven canadiense quien tras escribir en su perfil que era feminista, recibió comentarios agresivos de varios varones. Efectivamente algunos podrían considerarse misóginos o sexistas aunque la falta de contexto, de la conversación y de la aplicación en sí para poner en discusión la equidad de género, me hace matizar el resultado del experimento. Una de sus evidencias me resultó por demás extraña. A la pregunta “¿Qué te excita en la cama?” la chica respondió: “Consentimiento”. Acuerdo con la necesidad de consentir pero, como bien analiza la historiadora y filósofa Geneviève Fraisse, reconozco que existe una dificultad en el uso del término (¿por qué en el sistema de salud debe aclararse que se trata de un “consentimiento libre e informado”?, ¿será que hay otros consentimientos que no lo son?) y que una respuesta de este tipo, sin marco de referencia, resulta, en principio, fuera de lugar. De hecho es una cuestión sensible para las feministas compatibilizar lo que nos gusta en la cama con la lucha política: ¿podemos disfrutan sexualmente estando atadas y al día siguiente dar una conferencia sobre violencia de género? Sí, no, tal vez, depende. Todas esas posiciones son posibles.
A las pocas semanas la denuncia de la canadiense se publicó en un suplemento feminista de la Argentina, con la misma indignación y saña antiTinder. El tema giró por las redes locales y leí comentarios como: “Los boys and men de Tinder transmiten en directo desde la época de las cavernas”; “Qué se puede esperar de Tinder? y más que nada…qué hace una feminista en Tinder?”. Esta fue, casualmente, una de las frases que la canadiense acusó como sexista en su cuenta. Dicha por una feminista, en el muro de otra feminista, generó mi respuesta, también feminista: “Coge”. Pero dejemos este debate del debate y lo autobiográfico para puntualizar algunas cosas.
¿Mercado de la carne? No. Tinder es gratis. La “carne” es la misma con o sin pantalla. La pose también. Si para ir al bar una mujer se vestía con mini y botas, para las fotos de Tinder se produce también. Si el plan es de seducción se ponen en juego “tecnologías de lo sexy”, en este caso, de corte heterosexual. Para algunas feministas esto es exponerse. “Como te ven te tratan” decía mi abuela y citarla en esta nota me da a atraso.
¿Democratización sexual? Tal vez. La escasez de información habilita cruces inesperados o quizás buscados (la fantasía interclasista). Así un profesional conoce a una empleada, un comerciante a una científica, un extranjero a una local. Y volviendo a las mujeres, hay un espacio de relajamiento de los códigos de recato que habilitan intercambios más libres. Claro que esto tiene como contracara intervenciones violentas que aprovechan la impunidad del anonimato. Leí en un perfil masculino: “Si no vas a responder te deseo una muerte lenta” y abandoné rápidamente un chat ante la frase “A mí me gustan las blancas”. Salirse de la conversación es mucho más fácil que escaparse del bar (sino recuerden a Thelma y Louise)
Volver al amor cortés y los juglares bajo el balcón de la amada parece improbable y lo celebro. ¿“Amor líquido”? Bueno acá estamos hablando de “sexo húmedo”. ¡Tinder es parte de la sociedad, con feministas y misóginos, con personas que buscan sexo casual, amistad, pareja estable y hasta vender productos! Posibilita múltiples contactos y reconfigura la relación entre lo privado y lo público. Que para muchas feministas la aplicación sea incompatible con el feminismo invita a otras reflexiones tan acaloradas como los intercambios de la llamita. Es hora de asumirlos.
*Doctora en Historia, UBA. Texto originalmente publicado en Las Simones, Chile