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    Teatro

    Teatro. Un zoológico de caricias

    11 marzo, 20155 Mins Read
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    Por Pablo Potenza. Timbre 4 es el lugar donde los viernes de marzo y los jueves a partir abril puede verse la obra teatral Demasiado cortas las piernas, de Katja Brunner, dirigida por Diego Faturos. Marcha fue hasta allá para contarte cómo la ve.

    Si uno ingresa al Teatro Timbre 4 -México 3554, C.A.B.A.- para ver la obra Demasiado cortas las piernas sin haber leído ninguna reseña como ésta, sin que le hayan contado de qué se trata, solo con el empuje del boca a boca que la recomienda, la expectativa puede llevar al equívoco hasta un momento antes del inicio de la acción.

    Entre la muñeca que se exhibe en el programa de mano, la escenografía que muestra la habitación de una nena de clase media en los fines de los ’60 y principios de los ’70 (sapitos a cuerda, el caballito fijo, la tele portátil) y, sobre todo, la música incansable que remite a las cortinas de apertura que fabricaba Mike Rivas para los programas infantiles de aquellos mismos años, se arma un conjunto que parece decirnos que la cosa va de comedia argentina con enredos familiares y cuadros equívocos: ¿quién es el capocómico de turno?, me pregunto.

    El equívoco, en realidad, es esta interpretación, que se disipa en cuanto la obra comienza a andar y va adentrándose en un drama fulminante, con presencia de coro griego incluido, para narrar lo inenarrable. Cómo hablar después de la guerra, se preguntaron muchos intelectuales; cómo hablar después del abuso y el incesto se preguntó la dramaturga Katja Brunner. La respuesta la encontró por varios caminos que el director Diego Faturos supo llevar adelante con destreza y dinámica.

    Primero, el cruce de las artes, que permite, a través del uso del video, poner en escena con técnicas surrealistas los sueños de la niña. Se superponen las imágenes en blanco y negro, se repiten planos diversos en tamaños que se agigantan o empequeñecen, se relatan las sensaciones de abismo o urgencia, se adivinan las figuras en ausencia y se insinúa lo no dicho.

    Segundo, la puesta en escena del coro, que interviene cada vez que la escena llega a un nivel de dramatismo insoportable. Se trata de un grupo de cinco guionistas -o dramaturgos- que discuten entre sí y con los personajes la forma de la narración, reponen escenas, discuten valores, cuestionan conductas, comprenden avatares, avanzan y retroceden, dudan y corrigen, se cansan y se entusiasman. Componen. Un acierto es la falta de vestuario que se verifica en la informalidad y desaliño cotidiano de cada uno de ellos; situación que es corroborada cuando se rearma entre todos una escena y, ante la necesidad de un elemento que debería estar a disposición pero no lo está, uno de ellos justifica la falta diciendo: “no sé, yo vengo de casa”.

    Tercero, la metáfora animal. El padre en cuestión se dirime entre la violencia ejercida con ternura sobre la persona de la hija y el idealismo del amor por los animales, aquellos que el Hombre puede llegar a extinguir y los que son rarezas destacadas que seducen a la infancia: “el pato azulón” y “la rana toro”.

    Cuarto, los cuentos intercalados por la madre: narraciones infantiles siniestras, ilustradas con la animación que acompaña los monólogos -magníficamente dichos por Lala Mendia-, que siempre finalizan en un “colorín colorado” digno del género del terror.

    Quinto, el relato directo de la protagonista -Julieta Vallina en gran interpretación- que interpela al público entre la descripción del amor y la escatología del dolor.

    Es a través de la niña que habla donde se da la mayor tensión dramática de la obra, dado que todos somos un poco culpables de lo que pasa: el padre, que se tienta y avanza; la madre, que no contiene y elude; la ciencia que justifica y previene; la sociedad que no comprende y juzga. La víctima muestra un costado incómodo: el amor. Entre la identificación de la niña y la justificación de la adulta, la interpelación al colectivo social juega con la parábola cristiana conocida: el que no tiene pecado que tire la primera piedra.

    En definitiva, la obra Demasiado cortas las piernas nos pone por delante lo prohibido -los tabúes- y nos hace pensar sobre roles y conductas sociales: quiénes son los que prohíben, por qué prohíben, cómo se juzga desde afuera, cómo se juzga a la víctima y cómo al victimario y al cómplice. ¿Se los puede comprender? Sí, son humanos. La alternativa es la violencia animal, ejemplo de lo cual es la metáfora narrada sobre la gata parturienta, que se come la placenta y los gatitos que sabe no van a vivir; en la comparación está la diferencia entre el instinto y la razón, pero no es eso lo que distingue a los humanos, sino el amor. Desde allí debe partir la comprensión y la solución a estos problemas.

    Por suerte, cuando la tensión dramática llega a un extremo intolerable el coro de guionistas siempre vuelve a intervenir y desarma lo que perciben se les va de las manos. Todo drama siempre tiene su alivio.

     

    Demasiado cortas las piernas. Teatro Timbre 4. México 3554.

    Dirección: Diego Faturos.

    Elenco: Julieta Vallina, Lala Mendia, Cinthia Guerra, Julián Krakov, Javier Rodríguez, Francisco Lumerman, Matías Labadens.

    Funciones:

    Marzo: viernes 20:30 hs.

    Desde abril: jueves 21 hs.

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