Por Mariana Komiseroff
Originalmente, Once hijos es una historia de Franz Kafka. El dramaturgo Federico Ponce la retoma y resignifica en una obra teatral que invita al espectador a repensarse.
Federico Ponce se apropia del cuento Once hijos de Franz Kafka escrito en 1883 y pone en escena una versión que si bien es fiel al texto, trasciende lo evidente y no se queda en la oscuridad que caracteriza al autor australiano; ya que la obra, a simple vista, resulta divertida y amena. Lo que aporta profundidad a la mirada es cierta extrañeza sutil en la escena dada por la deshumanización de los personajes. La sonrisa perpetua del padre que vuelca sus frustraciones en sus descendientes los vuelve ajenos, siniestros. Lo siniestro es lo conocido y cotidiano cuando ya no se reconoce.
El padre es una figura de autoridad a la que hay que satisfacer y presenta a sus once hijos. Aquello que los diferencia es también aquello que los reúne. Cada uno, aunque tenga señas particulares, podría ser cualquiera de los otros. Funcionan como un espejo que atrae, pero si el patriarca mira demasiado de cerca, se repugna.
La dirección se vuelve coreográfica en principio por necesidad de organizar la cantidad de actores y luego deviene en decisión estética. ¿Qué es la identidad si no el modo particular en el que nos apropiamos de un patrón de acción o movimiento y que funciona como un mapa coercitivo de los límites de lo que podemos ser? Se hace hincapié en que si bien cada cuerpo porta su propia manera de ser en el espacio, los rasgos identitarios se diluyen en pos de una masa dócil que los vuelve marionetas manejadas por su creador. Hay que matar al padre para ser, o esperar a que muera, para humanizarse. La iluminación marca el adentro y el afuera de manera concreta, lo cual da la sensación de corral. Remite a instituciones que delimitan la libertad de maneras tácitas y menos evidentes que las instituciones carcelarias.
Todo el teatro, y el arte en general, en la superficie o en lo profundo, remite a la identidad, pero esta interesante propuesta de Federico Ponce nos lleva a pensarnos como apéndices discursivos de nuestros padres. Sinécdoques de ese sujeto que se presenta como completo, aunque el objeto fálico que simboliza el poder que ofrece como herencia sea solo una silla.
La obra se presenta todos los domingos a las 21 en Elkafka Espacio Teatral (Lamberé 866, CABA).