Por Mariana Komiseroff. El prolífico director teatral Claudio Tolcachir indaga en esta hermosa pieza dramática en los pormenores de las familias disfuncionales. Una comedia que hace mucho más que hacernos reír.
En el año 2010 se sancionó la ley 26.618, comúnmente conocida como ley de matrimonio igualitario, en la que se establece que cualquier pareja independientemente de su orientación sexual puede contraer matrimonio. Ese mismo año se estrenó El viento en un violín en el Festival d’ Automme, en París.
El matrimonio deja por fuera del sistema de legislación otras formas de familia que escapan al modelo. Pareciera que la ley de matrimonio igualitario intentara ingresar al sistema sólo los vínculos que puedan encajar dentro del binario heterosexual impuesto, es decir, que el matrimonio igualitario es una vía para obtener visibilidad, ampliar derechos y obtener seguridad, pero sigue reproduciendo un solo tipo de modelo familiar.
Claudio Tolcachir trabaja con familias disfuncionales, ensambladas, a las que les faltan siempre cinco para llegar al ideal impuesto. En esta oportunidad, dos familias uniparentales en espejo: por un lado una madre, Mecha (Miriam Odorico), y un hijo, Darío (Lautaro Perotti), de clase media, con empleada doméstica incluida (“Dora” – Mimi Rodríguez), y en paralelo la misma empleada y su hija, Celeste (Tamara Kiper), en pareja con otra mujer, Lena (Inda Lavalle).
El tema que pareciera estar en primer plano es el vínculo madre e hijo/a, donde el amor es la excusa para talar a sus hijos como bonsáis para que no crezcan, convirtiéndolos en seres dependientes, aun en la adultez, y así conservar el lugar de poder que perpetúa la jerarquía.
La familia modelo no se nombra ni existe en la obra, pero es un imperativo de comparación tácita. Lo que se excluye del campo visual a veces es tan importante como lo que se muestra. Este es un gran acierto, al igual que hacer una hipérbole de la vida cotidiana de estos personajes y generar una identificación inmediata través del humor. Quién no fue, en mayor o menor medida, un hijo/a en esa situación de cómodo sometimiento a la madre, quién no fue madre sobreprotectora, a quién no le gustó llevarse la gloria de los aciertos de la vida de otro. Cuando digo madre o hijo me refiero a los roles como lugares de poder, uno podría identificarse con las situaciones de El viento en un violín aún sin tener hijos, aún sin tener padres, porque lo que importa es el tipo de vínculo.
El lugar del psicoanalista (Gonzalo Ruiz) también es un lugar de poder que estructura la jerarquía respecto del paciente, cuando reconocí el rol de ese personaje me pregunté por qué un psicoanalista, qué tiene que ver el psicoanálisis acá, luego entendí que es reconfortante para Mecha saber que su hijo, Darío, un pibe de clase media, mitómano incapaz de encausar su vida, es normal. Pero la realidad la desilusiona, y ella quiere acercarlo a la normalidad como sea. El psicoanálisis es el último medio que le queda a ella para tratar de insertarlo en la sociedad.
Tal vez el problema sea justamente ese. Como dice uno de los personajes: “estamos sosteniendo roles que son una mentira”. El psicoanálisis fracasa en su intento de normalizar.
Por otro lado están Lena y Celeste, que si bien son una pareja de lesbianas bastante estereotipada, violan a Darío. La “norma” parecería ser que los hombres violen a las mujeres. A este respecto el investigador del Conicet Ezequiel Lozano en su ensayo Cuatro abordajes teatrales de las sexualidades disidentes, una comparación, dice que lo disruptivo es plantear la violación de un hombre, no por otro varón ni mediante nada que lo involucre analmente sino como mero inseminador. Si bien el tema de la violación queda como enunciado y se pasa rápidamente a otra cosa sin darle la importancia que merece, el solo hecho de que suceda en escena es suficiente para ejemplificar la revolución que los personajes están proponiendo.
El Viento en un violín es una obra excelente que hace reír y reflexionar, nos deja pensando que es posible hallar el sentido de la existencia aun fuera de la norma.
Horarios:
Viernes 20:00 hs.; Sábados 22:30 hs. Y Domingos 21:30 hs en Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660).
Otras Notas de la autora:
Terrenal: el mito de Caín y Abel en la mirada de Mauricio Kartún
El amor, el disfraz del cuerpo como mercancía