Por Florencia Goldsman* / Foto: Carolina Luna de Bondi fotográfico
Abrazadas por los montes arbolados del sureste mexicano, del 7 al 11 de marzo más de 6 mil mujeres constelamos un microuniverso en el I Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan. Así fue en el taller de internet feminista y seguridad digital del que participaron casi 100 mujeres
Hay tantas visiones del I Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que luchan como personas que pudimos participar en ese espacio. Existe, sin embargo, un punto de confluencia, una valoración, de este espacio abierto para compartir experiencias por las mujeres zapatistas como un espacio seguro. Se percibe en las reseñas y artículos ya publicados sobre este encuentro la inevitable fuerza de contagio originada en la perseverancia y en la creencia de que otros mundos son posibles. Una energía que proviene del simple hecho de encontrarse con estas mujeres valientes y encapuchadas. Ellas son testimonio vivo de la insurgencia, de las alzadas en contra de un continuum de vivencias de esclavitud. Cada día se rebelan, organizan y mejoran sus condiciones de vida, el autogobierno, en las tierras que trabajaron largamente, que habían habitado sus ancestras y de las cuales habían sido expropiadas, hasta que la revolución del EZLN en 1994 concretó mediante las armas el reclamo por tierra y libertad en México.
Los primeros pasos que dimos, bajando de buses o camionetas alquiladas para llegar a la zona de Tzotz Choj, lindera de la selva Lacandona, nos encontraron formando una fila que se demoraba y que cansaba a quienes habíamos recorrido miles de kilómetros y atravesado océanos para llegar hasta allí. Registrarse o buscar la credencial de participante era un proceso de atención sin prisa y con toneles de paciencia. Esta experiencia burocrática, que en otros contextos hubiese malhumorado a muchas, aquí en cambio nos amansó las ansias de llegar, de ocupar, de empalagarnos de actividades. La fila avanzaba con la cadencia de las babosas (hubo quienes después comentaban que el hecho de que las personas esperaran para entrar era una estrategia para ir sumergiéndose en la dimensión zapatista del tiempo). Un lento sumergirse en una propuesta anticapitalista de vida. Entonces lo mejor fue respirar, esperar, mirar el verde, y comentar con las amigas la felicidad de haber llegado a ese rincón de rebeldía único en el mundo.
Las anfitrionas, reunidas en el Caracol 4 —como se llama a las regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatistas— llamado “Torbellino de Nuestras Palabras”, en la región tojolabal-tzeltal de Las Cañadas, dentro de uno de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) , hablaban entre sí en lenguas tojolabales, tzeltales y mames. Desde los pequeños detalles, hasta en los grandes actos nos recordaron que el encuentro partía de un eje común: “acordamos vivir”. Tan simple, urgente como elemental, lanzaron en el discurso de bienvenida. Una corriente vibrante, como un tatuaje que nos marca a todas, una marca a fuego transfronteriza que nos conecta en la experiencia de violencia. Un acuerdo básico basado en el peligro que constituye ser mujer (y mucho más desobediente). La fuerza y el escalofrío. Partimos del acuerdo: ni una muerta más, porque vivas nos queremos.
Diferentes lenguas, pieles, maneras de mirar un mundo que está en guerra contra las mujeres y las personas de identidades disidentes confluimos en Chiapas. Durante un puñado de días habitamos en un ecosistema de ritmos, voces, presentaciones de teatro, batucadas y rituales mayas para ofrendar a las muertas y a las desaparecidas. El fuego sagrado evocó a Berta Cáceres, Nadia Vera, Guadalupes, Claudias (aún no sabíamos que deberíamos proyectar ese fuego sediento de justicia por la concejal activista negra, lesbiana y favelada Marielle Franco asesinada pocos días después). Entre el humo del copal y las ofrendas de hierbas y semillas, nos encontramos jugando fútbol, bailando, comiendo arroz y frijol, debatiendo otros mundos posibles.
“Lo que vemos es que nos están matando”, afirmaron las mujeres zapatistas en el escenario principal del caracol bajo un sol inclemente al que resistíamos encontrándonos diferentes pero iguales. “Somos mujeres que luchamos. Somos un bosque de mujeres y lo que nos hace iguales es que somos diferentes. Nos hace iguales que nos están matando. Acordamos luchar juntas contra el sistema capitalista patriarcal que es el que nos está matando”.
En la puerta de ingreso al caracol el aviso era sincero y tajante: “Prohibido entrar hombres” y así fue hasta la noche final del encuentro, en la que se liberó la veda masculina y el ambiente se enrareció (tal como bien se narra en algunas crónicas). No obstante, durante el transcurso del encuentro quedó claro que las zapatistas nos invitaban para oírnos, conocernos, acercarse cuidadosamente a nosotras, así como nosotras nos podríamos aproximar aceptando otros tiempos, idiomas y demandas. En el predio era común ver a las zapatistas cargando pesados equipajes junto con las extranjeras, otras ocupándose de la calidad del sonido de los micrófonos, haciendo video, o dirigiendo la ubicación de las carpas en las colinas verdes que quedaron regadas de tiendas de camping multicolor.
“Si son de la ciudad o del campo. Si son partidistas. Si son lesbianas o asexuales. O transgénero o como se diga cada quien. Si tienen estudios o no. Si son feministas o no. Todas son bienvenidas y como mujeres zapatistas las vamos a mirar, las vamos a escuchar y las vamos a tratar con respeto. Nos hemos organizado para que en todas las actividades haya alguna de nosotras que lleve sus mensajes a nuestras compañeras en nuestros pueblos y comunidades”, explicitaron durante la primera jornada, en la que se dedicaron a compartir sus vivencias en grupos, todas desde el anonimato de sus pasamontañas y con la voz cantante de alguna compañera más representativa, pero despersonalizada tras la lana negra.
Dibujar estrellas para crear esperanza anticapitalista
(…) “En cada latitud del mundo y a pesar de los años de reivindicaciones, siguen encontrando en su camino hacia el Lajan. Lajan, lo parejo, pues. Este concepto resulta fundamental por ser al mismo tiempo ‘lo que demanda en su conjunto el movimiento neozapatista de cara a la nación y lo que piden las mujeres en relación a los hombres. El coincidir de estas dos demandas hace que el EZLN sea un movimiento en su esencia profundamente feminista, aunque las mujeres de su base denuncien que en la práctica siguen fallando aquellas condiciones sencillas que permitirían un verdadero equilibrio entre los géneros, como la repartición de los cargos y del trabajo doméstico por el otro”.
Durante el primer día, las mujeres convidadas a este encuentro fuimos deleitadas por las zapatistas con la poética y poderosa costura de sus palabras. Así como con sus músicas: una banda de rock de mujeres zapatistas tocó casi todos los días y se destacó con sus letras anticapitalistas y la solidez de una guitarrista encapuchada que sorprendía con la habilidad para demorarse en solos a puro rock and roll. Las invitadas nos sentábamos en el campo de fútbol acolchonado con capas de aserrín, aplaudiendo, cantando, celebrándolas.
En la primera jornada de una serie de obras de teatro que intentaban contar el cotidiano de la vida comunitaria zapatista sorprendió con una pieza en la que mostraban la organización de la salud comunitaria. Así las mujeres zapatistas recreaban la organización de la salud a través de la medicina tradicional y el importante rol que cobran las parteras, hueseras (que hacen las veces de kinesiólogas o fisioterapeutas) y hierberas (aquellas que traducen un dolor en un antídoto basado en medicinas naturales). La transferencia de conocimientos se daba mediada por el arte, por la música, por las miradas atentas y cariñosas que nos narraban sus elecciones de vida por detrás de las capuchas. Las mujeres zapatistas han sabido empuñar armas, levantar escuelas y hospitales, oponerse a la resistencia de sus maridos en sus propias casas y han sabido darse el lugar para compartirlo.
También en el caracol Morelia las paredes hablan y señalan con precisión aquello que las mujeres zapatistas encarnan. Señalan la necesidad de dibujar estrellas porque la humanidad es inmensa “y la esperanza no tiene límites”, denuncian el derecho a la digna rabia, realzan el valor de las autonomías y las triples jornadas laborales que las mujeres indígenas, trabajadoras y explotadas enfrentan desde el origen de los tiempos.
Las comunidades indígenas que integran el movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) han confrontado históricamente una injusticia económica extrema arraigada en el legado del colonialismo y la concentración de las tierras y la riqueza que define la región chiapaneca. También han denunciado una exclusión política porque han sido alejadas de la toma de decisión estatal y nacional, y por último han reclamado y visibilizado la exclusión basada en un racismo verticalista que se refleja en la falta de acceso a servicios básicos como educación, salud, electricidad y acceso a agua potable.
El lugar de las mujeres zapatistas es el de una discriminación multiplicada, en palabras de la Comandanta Ester compartidas en 2001 en el zócalo del Distrito Federal. “Somos oprimidas tres veces, porque además de ser pobres, somos indígenas, y somos mujeres”, remarcaba¹. Este reconocimiento de la marginalización con marcas interseccionales es un telón de fondo fundamental para comprender los cambios radicales construidos desde la solidaridad, la cooperación y las relaciones de igualdad que las mujeres del EZLN plantean.
Esquivar al capitalismo intercambiando tecnologías
Los días subsiguientes a la primera jornada se desenvolvieron en una enorme cantidad de talleres autogestionados, pláticas, foros de cine-debate, campeonatos de básket y fútbol y una variada oferta de talleres de danzas y espacios para el autoconocimiento de nuestras cuerpas.
Cada día era muy común ver a mujeres de edades y cuerpos diversos ensayando coreografías dirigidas desde la rebeldía de sus caderas, así como con el eje colocado en la relajación y el cuidado o caminando pero sostenidas por otras. Para tomar baño había que hacer fila y cambiarse desnudas al sol con la confianza que dan los espacios seguros. Espacios casi inexistentes en nuestras vidas cotidianas.
Los salones, que eran los dormitorios de noche, de día se desdoblaban en espacios para intercambios de conocimientos libres. La asistencia era enorme, entusiasta, cálida, calurosa, empolvada (los suelos de tierra nos envolvían de la cabeza a los pies), nos dejaban el corazón flameante y los ojos llenos de esperanza. Así fue en el taller de internet feminista y seguridad digital, que esta cronista ofreció con el apoyo de la periodista mexicana Lulú Barrera, del cual participaron casi 100 mujeres. Antes de comenzar, debimos reformular las actividades (pensadas para 20 personas) a partir del desborde de asistentes, grupos mixtos de mujeres de feminismos urbanos y de mujeres zapatistas que señalaban desafíos respecto del acceso a las tecnologías. ¿Cómo hablar de internet conociendo la brecha digital (de acceso, de uso, de alfabetización técnica) que aún existe en nuestros países?, nos preguntamos antes de iniciar. ¿Cómo cuidarnos para no hablar del privilegio de nuestro acceso desde las ciudades? ¿De qué manera conseguir un código común?
Los interrogantes previos se reflejaron en la reflexión conjunta de esos grupos mixtos a la pregunta: ¿qué tecnologías usamos las mujeres que luchamos? Partimos de la base de considerar no solo una computadora o un celular como tecnología, si no más bien de pelar las capas de la cebolla acerca de los artefactos que usamos (o que nos usan) y que nos rodean desde que nacemos. Conseguimos, a partir de la mezcla de experiencias de resistencias urbanas y rurales, aportes valiosos que nos acercaron a las compañeras zapatistas y sus formas de considerar las tecnologías (que por otra parte, ya habíamos visto en acción con la excelente logística con la que se desarrolló todo el encuentro).
De los siete grupos en los que nos dividimos, además de debatir críticamente las redes sociales privativas (y no respetuosas de nuestra privacidad) que usamos la mayoría las mujeres urbanas, rescatamos los aportes de las mujeres zapatistas porque permiten ampliar nuestras miradas sobre las herramientas que usamos y creamos para luchar. Así algunas compas, a veces un poco intimidadas por la poca familiaridad con el idioma “castilla”, se animaron a compartir sus visiones. Mencionaron los handys (sistemas de radio base a distancia) tanto los que usaron durante todo el encuentro, que mantuvo la organización y los horarios sincronizados en afinada orquesta, pero que también las mantiene a salvo y contactadas entre diferentes caracoles. Para otras mujeres de comunidades zapatistas, la construcción de las carreteras que mudaron no solo la fisonomía de sus pueblos, sino también las dinámicas económicas y sociales son las tecnologías de mayor impacto.
El hilo, la aguja, el telar, la carretilla, la olla y el comal (recipiente para calentar las tortillas). Entre estas tecnologías cotidianas apareció entonces el rebozo, como una de las herramientas comunitarias mas típicas entre diferentes comunidades. Este tejido, cuyo origen es desconocido y mixto, surge tal vez del encuentro entre la mantilla española y los tejidos indígenas. Para las mujeres es tecnología, porque además de su uso ornamental, para cubrirse de la intemperie como bufandas o chales o para tapar la cabeza, es parte de diversos trajes típicos mexicanos y cumple múltiples funciones. Mayormente utilizado para cargar bultos e incluso para llevar a los hijas e hijos en la espalda, o amarradas como cuna para arrullarlos. Es una herramienta de las parteras tradicionales en el tratamiento de la sobada y la manteada usadas para acomodar al bebé y en el k’ax yeet’ o masaje posparto maya, entre otras adaptaciones creativas.
Por último, queremos rescatar la tecnología de la máscara/pasamontañas que las protege a nuestras anfitrionas del EZLN. A las mujeres indígenas les da seguridad y además, creemos nosotras, las aleja de los individualismos ego-centrados que sufren la mayoría de los movimientos sociales. El pasamontañas se arraiga en la profundización de la violencia en un país con los mayores niveles de persecución y asesinatos a defensoras y defensores de Derechos Humanos del mundo. Un territorio donde siete mujeres son víctimas de femicidio por día, se denuncia cada hora más de un caso de violación promedio y hay un aumento radical de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas. Las tecnologías de autocuidado nos dieron a mujeres, lesbianas, travestis y trans provistas al interior del caracol un espacio liberado de la hostilidad y del peligro diario.
Lleva tiempo digerir, incorporar y transmitir un poco de tamaño intercambio de tecnologías, vivencias y conocimientos. Por eso son sabios los consejos de las zapatistas, de seguir la resistencia cada una a nuestra manera. Rumiar en colectiva estos encuentros cuando regresemos a nuestros tiempos, a nuestros modos, a nuestros mundos. Takal, takal, que significa de a poco. “Y cuando les pregunten si llegaron a algún acuerdo, porque eran muchos pensamientos diferentes los que llegaron a estas tierras zapatistas. Tal vez ustedes respondan que no, o tal vez responden que sí, que sí hicimos un acuerdo: acordamos vivir. Vivir es luchar”.
*Artículo originalmente publicado en Píkara Magazine