Por Darío Cavacini
Durante este mes se cumple el aniversario del nacimiento de la terapia terapia electroconsulviva, popularmente conocida como “electroshock”. Aprovechamos la efeméride para referirnos a esta terapia invasiva y con una larga historia de daños irreversibles en las y los pacientes y para pensar en la necesidad de que la psiquiatría deje de ser represiva para ser más humana. En esta segunda parte, una experiencia argentina.
El efecto psiquiátrico[i]
Hasta la vuelta de la democracia en la Argentina, la TEC seguía siendo usada masivamente y sin los recaudos necesarios que ayudaran a amortiguar los efectos no deseados. En un informe realizado por Gustavo Gualtieri se relata el uso que se le daba al electroshock en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros, en la provincia de Santa Fe.[ii]
Según consta en los registros diarios de las guardias, entre fines de los años sesenta y principios de los ochenta se habían realizado, sólo en esa colonia, más de 7500 sesiones de electroshock, de las cuales 5000 habían sido aplicadas en forma directa; es decir, sin anestesia previa. Es válido insistir en que, desde principios de 1960, la psiquiatría estableció el procedimiento adecuado para su uso con el fin de disminuir el sufrimiento en los pacientes. Las sesiones realizadas en forma directa estarían encuadradas como mala praxis, debido a la alta concurrencia de lesiones graves que provocan.
En los registros también figura que muchas de estas sesiones se realizaban por motivos insólitos como indicación S.O.S. y electroshock al ingreso (como bienvenida al manicomio). También constan denuncias de fugas de pacientes que padecieron intensas sesiones de TEC durante los días subsiguientes a su reingreso.
Algunas personas fueron sometidas al uso del electroshock debido al cuadro de excitación que presentaban, porque estaban muy alteradas, según palabras de los propios psiquiatras. Lo que nunca se tuvo en cuenta es que ese estado era la manifestación del sufrimiento existencial provocado por el encierro y el maltrato del que son víctimas muchos pacientes durante su estadía en el manicomio.
Otra de las aberrantes maneras en las que se la utilizaba era por sorpresa, técnica llamada electroshock en pelo. Se aplicaban por detrás y de forma repentina los electrodos en las sienes, sin preparación ni aviso previo, mientras el paciente estuviera sentado o de pie. De esta forma, quedaba en un estado de profunda confusión y abulia, con una alta probabilidad de sufrir daños en huesos y músculos, paros cardíacos e incluso la muerte.
Ninguna terapéutica regía en estos casos, sino que la idea que sostenía su aplicación era la de un castigo por realizar alguna conducta considerada inadecuada por alterar el orden manicomial. Mediante este tipo de técnicas se buscaba disciplinar a los pacientes durante el período de internación, equiparándose de esta manera a los antiguos tratamientos perpetrados sobre enfermos mentales como la silla rotatoria, los baños de agua helada y las camas de fuerza.
En el informe también se detalla que, durante los años 1976 y 1977 (primeros tiempos de la dictadura cívico-militar-eclesiástica en nuestro país), las sesiones de electroshock aplicado de manera directa fueron mucho más frecuentes que en los años anteriores. También produjeron mayor sufrimiento y se incrementó el número de fallecidos por esta causa.
Tres pacientes de la mencionada colonia murieron a causa de convulsiones subintrantes o colapso cardiovascular el mismo día en que recibieron electroshock y una mujer falleció por un cuadro de abdomen agudo 48 horas después de haber sufrido la aplicación de electroshock directo por excitación.
Además, entre 1976 y 1981 aparecieron al menos 12 cadáveres de pacientes que flotaban en el río en las inmediaciones de la colonia, sin que sus autoridades pudieran explicar realmente las causas de tales hechos. En el informe se deja entrever que algunos de estos fallecimientos habrían sido a causa de la implementación de la TEC como castigo por realizar conductas inadecuadas.
En diálogo con Gualtieri, una paciente relató su experiencia con la TEC durante aquellos años: “Me hicieron electroshock unos meses después de nacer los chicos. Con el primero, eran siete golpes fuertes con las cosas esas acá (hace un gesto llevando las manos con los puños cerrados a las sienes), con el segundo me internaron cuando él tenía seis meses, fueron más o menos cinco (repite el mismo gesto), con el tercero fueron más cortos y suaves, pero eso sí, dos veces por día durante una semana. Me puse a llorar y le pedí a la doctora que no me lo hicieran más. Ella dijo que juraba que no me iban a hacer más electroshock y que ya mismo lo anotaba en la carpeta (…). Los electroshocks eran para fortalecerme, no sé, pero parece que no tuve suerte, eran otras épocas, eran unos asesinos esos”.
La aplicación de la TEC en muchos pacientes de Oliveros fue un espejo del uso que se le dio a esta técnica durante el Nazismo con los propios soldados que caían presos de colapsos nerviosos por cuestionar los crímenes cometidos y al que le dio en nuestro país la dictadura cívico-militar-eclesiástica a la picana eléctrica: se buscaba quebrantar a una persona, hacer desaparecer su subjetividad para volverla dócil y funcional a los fines de quienes detentaban el poder en ese momento.
Vale la pena reiterar que, dentro del manicomio, el poder está encarnado en la figura del psiquiatra quien, como resultado de su supuesto saber médico sobre la enfermedad mental, es el responsable del destino de las personas allí internadas, teniendo en sus manos la arbitraria selección de las técnicas aplicadas, sin tener en cuenta el daño subjetivo que provocan en quienes las padecen.
El electroshock usado como castigo y sin las precauciones necesarias para no incrementar el sufrimiento, que ya de por sí sienten muchos pacientes por el sólo hecho de estar internados, genera daños no objetivables que raramente son tenidos en cuenta por quienes lo aplican, dificultando aún más el proceso de recuperación de quien acude a un hospital psiquiátrico con la esperanza de una mejoría.
Las condiciones de vida dentro de los manicomios, como micromundo que reproduce el escenario social del afuera, en muchas ocasiones, se ven intensamente recrudecidas en periodos dictatoriales, donde ciertas técnicas creadas por la disciplina psiquiátrica se utilizan como instrumentos represivos con el fin de borrar subjetividades, disponiendo de los cuerpos de los pacientes como objetos sobre los cuales es permitido realizar todo tipo de prácticas.
El encuentro con el horror de Gualtieri al recorrer esos libros de las guardias de Oliveros nos muestra que lo esencial sigue siendo conservar a cualquier precio el orden manicomial, aun a costas de la destrucción del paciente, sin miramientos.
Víctimas de la peligrosidad científica
A pesar que todavía el mecanismo de acción del electroshock, por el cual mejorarían los síntomas de un paciente, resulta desconocido, la TEC es una herramienta terapéutica con vigencia en nuestro país. También sigue siendo utilizada en Inglaterra, Estados Unidos y Japón, entre otros. Se estima que un millón de personas son sometidas a este tratamiento cada año.
Se aplica sobre personas que presentan furor maniaco, melancolía aguda (con ideas delirantes de suicidio), catatonía o delirio agudo. Se utilizan como máximo diez sesiones, día por medio, luego de las cuales hay un periodo de descanso de seis meses para que el paciente se recomponga. En teoría, sólo debería implementarse en aquellos casos donde se han probado todos los recursos terapéuticos disponibles y no han tenido el efecto deseado. Sin embargo, a lo largo de su historia, el uso dado a la TEC se asemejó mucho más a una sesión de tortura que a un tratamiento médico. La intensificación de su uso sin anestesia en la colonia Oliveros durante los años dictatoriales es un fiel reflejo de aquello.
Enrique Pichon Riviere (considerado como uno de los precursores de la Psicología Social en la Argentina) fue un fuerte defensor de la eficacia del electroshock como tratamiento para determinados casos graves; no obstante lo cual afirmaba que su uso como castigo era una práctica tan descarnada y desesperante como habitual dentro de la disciplina psiquiátrica.[iii]
Aunque la maquinaria implementada ha sido aggiornada en nuestros días con el objetivo de disminuir el padecimiento que provocaba en sus inicios, sigue siendo utilizado como sanción contra las y los pacientes y no como tratamiento en pos de ellas y ellos.
Los escasos y cuestionables beneficios registrados en aquellos sobre los cuales se ha aplicado la TEC (por ejemplo, la remisión parcial de algunos síntomas que presentaban previamente a las sesiones) sólo han durado unas pocas semanas o meses, pero las consecuencias de ser sometidos a un trato tan cruel e inhumano perduran durante toda su vida.
Ningún tratamiento médico con diferencias tan amplias entre los costos y los beneficios ha sido validado y sostenido durante tanto tiempo a lo largo de la historia. Algunos psiquiatras sostienen que el electroshock ha perdurado a través de los años por el simple hecho de que ya estaba instalado como un tratamiento eficaz dentro del mundo médico-psiquiátrico (aunque esa eficacia nunca se haya comprobado fehacientemente).
Es necesario cuestionarnos porqué una técnica creada, supuestamente, en pos de las y los pacientes ha sido utilizada para castigar aquellas conductas consideradas por la psiquiatría como manifestaciones sintomáticas de la enfermedad, con el fin de impedir la alteración del orden manicomial, anulando de esta manera la posibilidad de darle un sentido singular a éstas.
Si toda conducta humana posee un sentido propio para quien la realiza más allá de lo observable, como un texto a descifrar o interpretar teniendo en cuenta todas las particularidades de la vida de esa persona, ¿por qué entonces han de ser suprimidos muchos de los comportamientos que realiza un paciente? ¿Qué idea guía aquellas modalidades de intervención represiva?
Uno de los principios sobre los cuales se funda la psiquiatría es el de considerar que las personas internadas (o plausibles de internación) representan un peligro inminente tanto para sí mismas como para el resto de la población. Por este motivo deben ser apartadas con el fin de poner a la sociedad al resguardo del riesgo que supone lo impredecible de sus comportamientos.
Una vez internadas, esta idea sigue siendo utilizada para mantener el orden dentro del manicomio. La disciplina psiquiátrica se ha servido de este supuesto para justificar una serie de medidas represivas llevadas a cabo contra las y los pacientes para evitar la posible concreción de esa amenaza. Este prejuicio también ha ayudado a crear, en gran parte, el imaginario social que se tiene respecto de las personas internadas asociado al miedo y a la violencia que se utiliza para justificar la marginación de aquellas personas que padecen este tipo de problemáticas.
Podemos aventurarnos a pensar que esta rotulación ha influido fuertemente para que técnicas como el electroshock se hayan sostenido en el tiempo, justificadas muchas veces como una de las maneras más eficaces para controlar lo incontrolable, en nombre del bien común y amparados por la ciencia.
Este peligro que se supone intrínseco a la mayoría de los pacientes es sostenido por las modalidades de intervención de la psiquiatría desde sus orígenes. De esta forma, la exclusión de la sociedad, su encierro en un manicomio y los castigos aplicados, quedan justificados.
Mientras sigamos centrándonos en esos parámetros, muchos de los comportamientos de las personas internadas serán considerados como un peligro inminente y, por lo tanto, deberán ser reprimidos para evitar que esa amenaza se transforme en realidad. Sólo modificando ese estigma es que podremos empezar a vislumbrar algún cambio significativo que lleve a iniciar un proceso de recuperación basado en otros parámetros que no sean los de esta supuesta e inminente peligrosidad. Para ello es necesario, en principio, que la psiquiatría deje de ser represiva para transformarse en humana.
[i] El efecto psiquiátrico es la manera en que el poeta Jacobo Fijman llamaba a los experimentos realizados por psiquiatras sobre los pacientes, entre ellos el electroshock.
[ii] Gustavo Gualtieri, Memoria y Verdad: Del Horror a una clínica posible en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros, III Jornadas Nacionales Espacio Memoria e Identidad, Rosario (Sta. Fe), 2004.
[iii] Vicente Zito Lema, Conversaciones con Enrique Pichon Riviere sobre el arte y la locura, Cinco, Buenos Aires, 1976, pág.120.