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    Syriza y el rumbo de la futura Europa

    12 febrero, 20156 Mins Read
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    Por Francisco J Cantamutto. El escenario político europeo se vio alterado por el triunfo de Syriza en Grecia. Potencialidad y límites de un programa básico de rescate social. El plan económico que se empezó a implementar y las alternativas que se abren en Europa.

     

     

    A pesar de la campaña de miedo digitada por los principales partidos y grandes medios de comunicación, el 25 de enero el novato partido Syriza se hizo con una victoria mayúscula en las elecciones griegas. Todos los sectores de poder habían amenazado con una grave crisis, que prácticamente haría caer del mapa a Grecia si ganaba Syriza. Las críticas del establishment se orientan a denostar a este partido y a sus homólogos de Podemos en España, Sinn Féin en Irlanda o el Partido Verde de Inglaterra. Todas estas agrupaciones combinan severas críticas al orden político actual, proponiendo cambios que buscan desplazarse del anclaje tradicional izquierda–derecha, aunque asentándose en la defensa de “los de abajo”. Es decir, una impugnación anti-jerárquica a los grandes ganadores del neoliberalismo de las últimas décadas.

    A su vez, se recuperan las inquietudes de las movilizaciones desde que estalló la crisis mundial en 2008. Desde entonces, los gobiernos de la Unión Europea han optado por un plan de ajuste social basado en la total austeridad para el pueblo. La conocida “troika”, compuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE), impulsó recortes en salarios, salud, educación, pensiones y en seguros sociales para garantizar el cobro de los grandes bancos y fondos de inversión. Para hacerlo, no escatimaron en timos: el programa de ajuste en Portugal fue aprobado mientras se celebraba el día de la popular virgen de Fátima. El descaro con el que la troika carga el costo de la crisis sobre aquellos que no disfrutaron del largo invierno neoliberal fue la mecha que promovió las multitudinarias movilizaciones, casi siempre sin programas claros, aunque con una indignación palpable y expresa.

    Como si fuera poco, la digestión de la crisis no sólo se reparte de modo desigual entre ultra-ricos y el resto de la población, sino también entre países. Alemania y Francia impulsaron el ajuste en los países de la “periferia” europea, y así evitaron que el conflicto social se acrecentara dentro de sus fronteras. El ajuste económico se magnificó con un discurso claramente xenófobo al trasladarse a Portugal, Irlanda, Grecia y España (PIGS, por sus iniciales en inglés, que significa literalmente “cerdos”).

    No es extraño que en estos países sea donde más fuerza cobraron las nuevas opciones políticas. Tampoco es extraño el brote de racismo chauvinista que recorre Europa a través de partidos neonazis, pues este discurso fue fomentado desde lo más encaramado del poder. A pesar del ajuste sostenido (lleva ya seis años), Europa no retoma el camino del crecimiento.

    El triunfo de Syriza y su programa económico

    En este marco, se da la victoria de Syriza en Grecia, que obtuvo 149 congresales, sólo dos menos de los necesarios para formar gobierno por cuenta propia. En Grecia, regida por un sistema parlamentario, el gabinete es negociado en el Congreso según la representación proporcional de las fuerzas políticas. No es como en Argentina, donde se vota un candidato o candidata presidencial junto a un equipo formado por el mandatario electo, sino que los partidos representados en el Parlamento negocian su apoyo a cambio de ministerios y secretarías. La victoria contundente de Syriza le permitió constituir el gabinete casi sin negociaciones, ya que sólo cedió ante los Griegos Independientes (ANEL), una escisión derechista anti-ajuste del ex gobernante partido conservador, Nueva Democracia. El acuerdo anti-ajuste social es lo que los une, aunque en el clivaje izquierda-derecha tengan amplias diferencias (por ejemplo, respecto del rol de la Iglesia Ortodoxa).

    Alexis Tsipras asumió como primer ministro y Yanis Varoufakis, autodefinido como “marxista errático”, como ministro de Finanzas. Sin demoras, se anunció una batería de medidas económicas de gran impacto:

    -Se subió el salario mínimo a 751 euros, frente a los 586 actuales. La suba no sólo mejora los ingresos de los trabajadores, sino que fortalece la capacidad de negociación colectiva.

    -Se reinstauran los convenios colectivos, eliminados en 2012, con el mismo sentido que lo anterior: proteger a los trabajadores.

    -Para los hogares que estén en situación de pobreza, se proveerá de electricidad gratuita, subsidios en el precio del combustible para calefacción, se repartirán cupones de alimentos y subsidios de transporte, además de garantizar la atención médica gratuita.

    -Se pone un tope a la ejecución de deudas, paralizando procesos judiciales contra quienes no tienen ingresos y limitando los pagos al 30% de los mismos a quienes los tienen.

    Estas propuestas marcan un claro giro de la política económica griega, al atender las necesidades del pueblo trabajador en lugar de privilegiar a los acreedores. Aunque se trata de un conjunto de propuestas que bien podrían caber en el ideario socialdemócrata clásico, frente a las exigencias de la troika y el mandato de que no existe alternativa, estas políticas tienen un enorme peso simbólico. Justamente, muestran que sí hay opciones, y que se trata de una elección política: aunque sus propios líderes reconozcan que el programa pueda ser relativamente tibio, devuelve al pueblo la voluntad de discutir su futuro.

    El límite

    Automáticamente, la troika dejó en claro que habría que negociar con el nuevo gobierno griego. Salirse del juego no es una opción: hay que negociar las fichas. Al igual que hiciera el kirchnerismo en 2005, no discutir la lógica de la deuda sino cuánto y cuándo pagar. El mandatario griego inició una gira en busca de apoyos porque a fines de febrero vence la prórroga pactada y el país tendría que comenzar a pagar 1.800 millones de euros. La troika demandó un superávit fiscal de 4,5% por los siguientes cinco años para garantizar los pagos de una deuda que alcanza el 175% del PBI nacional. Syriza, por su parte, advirtió que esto no es posible pero, además, denunció que esta metodología no ha funcionado.

    El nuevo gobierno griego no aboga, sin embargo, por una auditoría de la deuda o su repudio legal y político, sino una reestructuración con quita, que provendría por propia voluntad de la troika, comandada por Alemania. Se alega que Grecia hizo lo equivalente con los teutones en 1957, lo que permitió que el país saliera de la crisis sin el peso de la deuda. Al igual que con el euro, la lógica es “no deberíamos haber entrado al juego, pero una vez dentro, sería un desastre salir unilateralmente”.

    Aún con este marcado límite (la deuda no se repudia, sólo se negocia), la fuerza de Syriza radica en ampliar el panorama de opciones políticas reales para los europeos. Quedará en la capacidad popular mover ese panorama aún más lejos.

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