Por Augusto Juncal. Una abuela puteadora. Una madre bonita. Un padre que se fue. La sintaxis entrecortada de un niño que repasa su infancia. Historias de entre casa, relatos de Nuestra América.
Buela sopla de nuevo las brasas dentro de la plancha. Cierra con ese barullo la tapa y con el brazo estirao sube y baja la plancha. Hora la plancha debe está muy caliente. Brasa en la plancha, brasa en los ojos de abuela que plancha con rabia y putea. Yo tengo miedo cuando buela empieza a putiá. Un día se me partió una costilla de un escobazo. Buela barría el patio y putiaba. Yo vi el pato y le tiré una piedrita. Me gusta ver al pato corriendo. Es una cosa divertida. No le di al pato, pero buela me dio fuerte. Ni lo vi al pato corriendo, que igual corrió aunque no le di con la piedrita. Otro día se me abrió el brazo con el facón. Buela pelaba coco y putiaba. Después de pelá, con el facón sacaba fetas y tiraba en el cuenco. Agarré un pedazo ‘e coco y ni llegué a ponérmelo en la boca. Buela me dio con la hoja del facón. El filo arañó el brazo casi poquito. Me puse arena pa’ pará la sangre.
Y también un día así con buela planchando y putiando la lengua se me quemó. Llegó carta de mamá. Y mamá no mandó nada de plata. Buela empezó a putiar a mamá. Después empezó a putiarme a mí. Me da rabia. Mucha bronca. Yo apenitas dejé salir la punta de la lengua, pero buela vio. Ni me di cuenta y ya estaba agarrándome la pera, diciendo: abrí la boca, mocoso. Ahora mostrá la lengua. Eso estaba mal. Abuela es madre dos veces. Y yo no sé de mi mamá. Sé de mi abuela. Eso sí.
Ahora buela plancha esa camisa del abuelo. La blanca de ir al pueblo. Buela plancha y putea. Empieza a putiá la camisa de ir al pueblo del abuelo, después putea mucho al abuelo y termina conmigo. Me gusta la buela. Pero no me gusta cuando putea. Un día voy a esconder esa camisa blanca de ir al pueblo del abuelo. Buela también va al pueblo. Va a buscá la plata en la funrural. Nunca fui en funrural. Pero don Emilio tiene una verde y blanca. Buela viene con el dinero y a veces me trae ropa nueva. Me gusta la buela. Pero no me gusta cuando putea. Buela está diciéndome que lleve la camisa pa’l abuelo. La camisa del abuelo es grande. Es de mi tamaño. El abuelo está en la pieza. Cuando buela empieza a putiá él se queda en el cuarto. Yo voy debajo del mango. Pero buela, cuando empieza a putiá, la primera cosa que hace es gritá. Firmino, vení pa’cá. Yo corro rápido pa’ llegá antes que ella termine el grito. Firmino también es mi papá. Él es el que buela putea más. Pero a mí no me importa. Lo que no me gusta es que la putee a mamá. Yo pienso que mamá me viene a buscá pronto. Yo me voy con ella a la ciudá. Voy a ver autos andando por arriba y por abajo. Allá el suelo es duro. No voy a tené cómo escardá. Así que no voy a tené que ir al terreno a escardá. El abuelo va ir él solo. El abuelo va a tené que ir él mismo a llevarse la comida, que yo no voy a está acá para vení a buscar. Buela va a putiá mucho mucho al abuelo. Por ahí él no sale más de la pieza. Así que voy a viví en la ciudá. En una casa así de alta. Voy a andar en auto. Muchos autos. Y voy a está con mamá. Porque ella vuelve a buscarme. Cuando mamá se fue usaba tacos altos. Buela putiaba mucho los tacos altos. Mamá bonita con tacos alto. Iba a ver adónde se fue papá. Papá se fue y no dijo adónde. Se fue, nomás. Cuando llegue a la pieza, el abuelo va a mandarme a que me vista. Pero yo mejor estoy en cuero, así no ensucio la ropa y la buela no se enoja conmigo porque ensucié la ropa pa’ que la buela no empiece a putiá mi ropa sucia. Buela no putea mucho porque yo ande en cuero. Pero putea cuando me baña. Yo ya me estoy bañando yo solo. A veces el abuelo me ayuda. Me gusta cuando él me ayuda. Él no me ahoga ni parece que me va a arrancá la piel. Y el baño con el abuelo es silencioso. A mí me gusta mucho el silencio. Me levanto temprano y voy debajo del mango antes que la buela se despierte, para oír el silencio. En la ciudá no hay silencio con tantos autos. Pero me gusta la ciudá. Todavía no estuve, pero me gusta. Aunque no haiga silencio. Cuando llegue allá voy a sabé bañarme yo solo y quedarme bien limpio. A mamá le va a gustá. No quiero que ella se enoje porque no me lavé bien. También creo que allá no va a faltá dentrífico. Y no voy a usá más carbón. Buela dice que el carbón deja los dientes blancos. Pero el gusto es feo. ¡Ah, no! El Suvení está justo debajo de la mesa. Que no me vea. Ahora no. A la vuelta sí. Buela también putea mucho al Suvení. Enseguida que empieza a ladrá. Me gusta la buela, pero al Suvení no. El otro día le gruñó. Eso me gustó. Podía morderla un poquito. Un poquito, nomás. Me gusta la buela y no quiero que la muerda mucho. Pero el Suvení tiene derecho a defenderse. Para eso tiene dientes. Ya se me vino encima a mí, y eso que a mí me quiere mucho. Yo le quemé la oreja con un fósforo. Él se me vino encima, casi me mordió, pero no me mordió. Yo nunca le hice ninguna maldá. ¡Ah! Él una vez me defendió de la buela. Ella vino con la vara de mimbre y me la dio en las piernas. Él se le fue encima. El Suvení me salvó ese día. Desde ese día me hice mucho más amigo de él. Pero ahora él miró pa’trás y me vio. Y está viniendo rápido pa’cá. ¡No, Suvení, quedate ahí! ¡No vengas! ¡No, Suvení! ¡Pará! Hora es tarde. Suvení se pone muy contento cuando me ve. Y enseguida me chumba para que juegue con él. No le importó la camisa blanca de ir a la ciudá del abuelo. Camisa blanca, limpia y planchada. Hora preciso llevar la camisa pa’l abuelo. Está llena de marcas de las patas del Suvení. ¿Y ahora qué hacemos, Suvení? Fue el abuelo que le puso ese nombre: Suvení.