Foto: Lino M. Etchesuri.
Por Noelia Leiva. Artista desde los 14 años, cuando se definió como Susy se convirtió en un norte para la autodeterminación de los géneros. Discutidora de lo “normal”, pretende abrir puertas hacia caminos más sinceros con los “otros” cuerpos. En la semana para la erradicación de la violencia machista, Marcha dialogó sobre sus búsquedas.
“Yo, pobre mortal, / equidistante de todo/ yo D.N.I: 20.598.061/ yo primer hijo de la madre que después fui/ yo vieja alumna/ de esta escuela de los suplicios/ Amazona de mi deseo/ Yo, perra en celo de mi sueño rojo/ Yo, reinvindico mi derecho a ser un monstruo/ ni varón ni mujer/ ni XXI ni H2O”. Yo monstruo mío, de “Poemario transpirado”.
Un centro cultural porteño es el escenario del encuentro. Desde una esquina, una voz anuncia que ya está allí, esperando. En la mano tiene un tatuaje que resume su vida y sus anhelos: “Buena vida y poca vergüenza”. Susy Shock anuncia que su primer material discográfico, que se llama como el diseño en su piel, “no estafa al vivo”. Es una metáfora de su recorrido: el compromiso con la autodeterminación de las identidades y la lucha contra lo “normal” con lo que el héteropatriarcado excluye a quienes ponen en duda sus bases. Poetiza, cantora, coplera, actriz y militante trans, su trayectoria es un acto de apuesta a la libertad de ser y su trabajo adelanta pasos para que las personas que se mueven en los márgenes del binarismo de género puedan hacer de éste su propio mundo.
“Mi derecho a explorarme / a reinventarme,/ hacer de mi mutar mi noble ejercicio”, reclama Susy desde su Poemario Transpirado, un clásico de la noche capitalina que supo conquistar miles de visitas en las redes sociales y en las giras por otras provincias argentinas. Es en ese recorrido por paisajes distintos al de cemento que la referente encuentra “otras lógicas”, que son, en definitiva, su búsqueda. Ama con su modo “provinciano” de conectarse con los y las demás, defiende el ritual de encontrarse, canta alto contra la violencia que distancia a la vez que carga de expectativas peyorativas a los cuerpos rebeldes gracias a las etiquetas dominantes. En diálogo con Marcha, la artista repasó ejes de su vida y sus convicciones.
“…mi derecho a ser un monstruo…”
-Como artífice de la palabra, ¿de qué manera se encuentra frente a ella en un lenguaje habitualmente conservador como el folklore, del que está compuesto su primer disco (*)?
-Si hay algo por lo que peleo es por eso. Me parece que hay algo en el discurso de todas las músicas que hacen que las vanguardias y las relecturas sean estéticas. Hay mucho de eso en el folklore, interesantísimo. Pero el rol de la mujer es el mismo, el patriarcado gira allí todo el tiempo. La danza no da cuenta que hay otros cuerpos y otras relaciones con vínculos nuevos. Hay un correlato de nuestro arte que va de la mano de movimientos políticos y sociales, y, a la vez, a veces hay ausencias en los resultados estéticos-artísticos. Hay que empezar a dar cuenta de que nuestros cuerpos habitan las calles, las ciudades; que discuten. Soy muy difícil como espectadora porque no me detengo sólo a ver la buena iluminación o dirección; si el discurso sigue atravesado por lo mismo, me parece no sólo pobre sino peligroso.
-¿Por qué?
-Porque el arte es un vocero de ideas, algunas de las cuales no todo el mundo pone en discusión. Sí pasó con cuestiones del orden de lo político, pero el género no está atravesado (por debates en la arena artística). Seguimos contando el cuento de Romeo y Julieta; lo modernizamos, pero sigue hablando de algo espantoso: un modo que pretende vincularnos, un modo de ser varón y ser mujer. Mi apuesta primera es que otros y otras artistas lo revean. Anhelo la multiplicación de esta lectura, y para eso son necesarias las nuevas generaciones.
-En sus presentaciones en vivo, hay un manejo interesante de los silencios, que asegura que se conserva en tu nuevo material discográfico. Como referente trans, ¿cómo atraviesan los silencios a la militancia?
-Hay una frase que sostiene que una palabra muda es más verdad que una palabra hueca. Por un lado, hay una necesidad en estos tiempos de visibilizar voces acalladas. Bienvenidos todos y todas los que tienen esas voces, aunque tartamudeen, aunque improvisen y se equivoquen. Son voces que estuvieron calladas y su empezar a hablar es como aprender a caminar. Sin embargo, también está la exigencia de retomar el silencio, porque aprender a hacerlo implica tener un pensamiento crítico. Un silencio que nos dé la entidad de lo que queremos contar, que aporte y no separe. Vivimos tiempos de democratización de la tecnología que hace que cualquiera suba lo que tenga ganas en todos los formatos posibles. Quizás sea la más grande rebeldía proponer el silencio en medio de tanta posibilidad de decir lo que no siempre es el pensamiento propio. Así que tengo esa dicotomía. Por un lado que mis compañeras y compañeros, sobre todo las personas trans que fueron silenciadas históricamente, tengamos la posibilidad de hablar. Por otro, invitar a otros que no son trans, que tienen la palabra hace mucho tiempo, a que puedan hacer grandes e intensos silencios para proponer algo interesante.
-¿Cómo se relaciona el decir con su discusión con lo definido como “normal”?
-Tiene que ver con desde dónde nos instalamos el colectivo lgbti frente a eso normal. Me enteré hace días que una profesora, que es abiertamente lesbiana, cuando un niño le dijo a otro “puto” trató de explicarle que no es un insulto sino una posibilidad. Los directivos y padres le dijeron que no tendría que haber dado esa discusión sino contenerlos para que no haya insultos, solamente. Cuando me lo contó, le dije que era el problema de querer pertenecer a instituciones con estas lógicas. Tiene que llegar el día en que no tengamos que pedir permiso para pertenecer y que podamos decir ‘nosotros y nosotras queremos educar a nuestras crianzas, que serán nuestros niños y niñas, con otros modos’. Debería haber espacios físicos que alienten a esa otra forma de educación y no pretender que este sistema que está ahí, con esos edificios y esos contenidos, sea lo normal.
-¿Qué hay de espacios conquistados como las leyes para el colectivo trans?
-Es una lucha con muchas contradicciones, porque por un lado se trata de querer ser parte de algo que todo el tiempo te expulsa y, por otro, sí creo que hace falta un estado de derecho, de reivindicaciones; ese piso de ciudadanía que nadie te puede sacar. Me parece que tenemos que estar más atentos a construir nuestro mundo que a pertenecer. Me encuentro con muchos o muchas pares que quieren reproducir lo otro y me hace mucho más ruido eso que cuando lo que se supone que pertenece a la normalidad no quiere ser otra cosa que lo normal.
-Cuando se habla de “inclusión”, ¿es posible detectar un discurso del poder que se para desde una zona de confianza desde la que se aprueba a que lo teóricamente distinto sea parte?
-Sí, me hace ruido en todos los ámbitos. Incluso en el de los partidos políticos donde ser puto, ser torta o ser trava hoy es un material casi necesario a tener. Todo el mundo tiene una secretaría de diversidad, hasta el PRO. Ese puto, esa torta, esa trava, que tiene todo el derecho a pertenecer a un partido político, no ilumina con su tortez, con su putez, con su travestismo a esos espacios sino que suelen volverse sumisos frente a esas lógicas, que son patriarcales, verticales, violentas y machistas. Me parece que es un retroceso. Se llena de eso y se aprovechan de los grandes agujeros que tenemos, que nos hacen aceptarnos ahí. Yo nunca voy a atacar a esa persona que está en situación de marginalidad y que de repente obtiene un cargo, voy a cuestionar más a quien siempre tuvo un privilegio y hay cosas a las que no quiere renunciar.
“…ni varón ni mujer…”
-¿Alguna vez su identidad fue un obstáculo para el desarrollo de algún proyecto?
-Soy un caso especial porque tengo el arte. Incluso antes de ser Susy supe que el teatro era mi espacio, con todas las monstruosidades que me habitaron desde que nací más las que vendrán. Empecé a los 14 años. Desde ya, hice cosas como todos para sobrevivir pero siempre supe que tenía un objetivo, que es hacer teatro o música. Sí me pasa como todas, que salgo y la calle es otra cosa. Habituada a los espacios afectivos, la calle resulta muy otra. Está a años luz de nuestros espacios de mucho respeto y amorosidad. Salís a comprar unas pastillas al quisco y tenés que soportar un montón de cosas. Una violencia que no necesariamente tiene que ver con que te van a golpear sino con que te vean como esa persona que les va a garantizar el pete, esa mirada que el mundo “normal” tiene de lo trans.
–¿Esa violencia es también transparente desde las personas definidas como mujeres, aunque son otro colectivo segregado por el patriarcado?
– A veces sí. Hay algo que no se nos perdona a las personas que nos identificamos con lo femenino de lo trans y es que rompamos con el privilegio de lo masculino, que dejemos todo para entrar en ‘eso’ inferior. Hay algo de tal decisión que molesta.
-En su defensa de la monstruosidad, ¿hay una búsqueda por resignificar la belleza?
-Sí, supongo que sí. Después me dí cuenta que mucha gente dio antes esa discusión mucho mejor, se planteó filosóficamente cuál es el punto desde donde pararse y pensar el resto. Hay algo de la propia mirada que tiene que ver con robarle la autoridad a ese afuera que decidió qué puede entrar y qué no, y qué nombre ponerle a lo que considera que debe excluirse. Entonces, bienvenida la consigna de volvernos monstruos y monstruas.
“…ni XXI ni H2O”
-¿Cómo cree que se da la lucha por la liberación de los géneros en otros puntos del país que visita con su música?
-Para ser justa con este lado del mundo, pasan cosas que cuando empezás a viajar te das cuenta y es que hay otros lugares donde cuesta mucho, donde todavía hoy no está la brújula de ir hacia eso. También hay que saber que no es magia, sino un cuerpo poético convertido en un cuerpo militante que quiere levantar su propia voz en la calle y en los espacios.
-¿Cómo sería, si se puede concebir, la sociedad ideal por la que trabajar?
-La otra vez me retó una amiga porque dije que al mundo no lo vamos a cambiar, pero, en realidad, lo que quería decir era re positivo. Yo digo que el mundo está para construirse, para dialogarse, que ya es un punto de partida que lo convertiría en algo distinto, inclusive respecto de nuestro miedo a no tener cómo generar eso que nos hace comer. A veces, desde ciertas ideologías, solamente se discute eso, lo material. Otras, quienes estamos en la discusión sobre las identidades pensamos sólo en esto. Se trata de poner a dialogar nuestros cuerpos distintos hasta permitirnos en serio que esas crianzas que nazcan empiecen a ser otros cuerpos. Entonces ellos nos van a tener que enseñar ese fluir, porque nosotros y nosotras fuimos generaciones que todo lo hicimos en contra: en contra del Estado, en contra de los viejos, en contra del sistema, en contra de esa calle violenta.
-¿Hay una forma de construir ‘a favor’?
-Nacer todos en su propia búsqueda sería algo asombrosamente distinto para vivir y tendríamos que darnos cuenta. Ya nos pasa con la infancia, que plantea lo nuevo y nos sorprende, hasta que inicia su institucionalización. Y me parece que hay que estar dispuestos a lo nuevo, que sería dejar de planear todo, lo que a su vez tiene que ver con ser tantos y tantas, que desnaturaliza los vínculos. Hay que volver a las pequeñas aldeas.
-¿Desde la organización económica?
-Desde todo. Es imposible esperar ser geniales administradores, con cualquier ideología, de ciudades donde somos millones intoxicando y destruyéndolo todo, sin conocernos jamás. Son lógicas antinaturales, lo principal es saber quiénes somos. Eso te conecta, hace que me importes. Somos números, somos diez mil que viven en tal barrio, doce mil que viven en tal ciudad. No somos historia, no somos rostro, no somos entidad. Me parece que eso es lo primero. Cómo tener el tiempo es otra cosa importante, que también es central para acompañar a la infancia que llega. Y que desde una aldea se pueda estar en contacto con otras. Parece romántico pero prefiero quedarme con el trabajo de esa construcción y no resignarme a envejecer en esta ciudad. No estamos lejos, pero necesitamos más cómplices.
(*) Marcha ofrecerá durante la semana la segunda parte de la entrevista, dedicada a su material discográfico “Buena vida y poca vergüenza”