Por Nadia Fink.
El tercer superclásico de los trabados superclásicos se jugó el mismo día en el que murió Emanuel Ortega, el jugador de San Martín de Burzaco que había chocado contra un muro de la cancha once días atrás.
Que este partido internacional se jugara en ese contexto, el día del jugador de fútbol, era ya una incomodidad difícil. Estaba el deseo imposible de que surgiera la mirada atinada, el freno que supiera a justicia, al “sentido común” tan mentado por estos días.
Pero no llegó. Y el partido se jugó igual. El tercero de unos superclásicos horribles, trabados, con mucha pierna fuerte y mucha actuación. La última: la amarilla que se ligó Gago por pasarle de largo a un “volador”.
La crónica del partido de hoy hubiera sido un gol de último momento, un partido mediocre, jugadores abocados a la falta fácil y a la caída más fácil aún; en el marco de un pibe que se moría en la cama de un hospital, que había escrito en su muro “vivir por el fútbol” y que sufrió un empujón a destiempo, en una cancha corta, con muros demasiados cercanos al campo de juego. Una cancha de ascenso, pero también una cancha como la de Argentinos Juniors –donde los jugadores deben hacer los laterales en puntas de pie para no pisar la línea–.
El show debe continuar
Pero el show debe continuar y, suspensión de próxima fecha del campeonato argentino mediante, el partido de vuelta por la Copa Libertadores entre Boca y River se jugó igual.
El inicio fue a todas luces, con un sinfín de bengalas desde adentro del estadio. Naturalizado a esta altura de los partidos que las bengalas sean parte del espectáculo deportivo, olvidados los 194 pibes muertos en Cromañón. En la previa, el secretario de Seguridad (y precandidato a gobernador de Buenos Aires), Sergio Berni, daba muestras de una política errante y negadora ante el crecimiento de los barrabravas: esperaba (deseaba, verbos asociados a lo pasivo, al “no se puede hacer nada”) que los reconocidos barras de la 12, Rafa Di Zeo y Mauro Martín, no asistieran al partido. Además, elogió las virtudes del despliegue de su operativo policial: desde la cantidad (1200 policías), y el secuestro previo de bengalas y trapos…
Después de un primer tiempo previsible, un entretiempo que mostró un dron con una tela que simulaba al fantasma de la B volando entre público local (todos socios, recordemos, sin visitantes para prevenir la violencia), los jugadores de River caminaban por el túnel para llegar al campo de juego y, según pudieron tomar las cámaras desde varios ángulos, desde la tribuna de Boca, abrían la manga para tirarles, supuestamente, gas pimienta a los del equipo contrario.
El desconcierto de los jugadores visitantes, el ardor en el cuerpo, en los ojos (ese mismo sentido por tantas y tantos militantes en marchas o en desalojos, ante represiones policiales, y corridas en las mismas tribunas cuando las fuerzas de seguridad acosan y hay un brazo amigo que alcanza una remera mojada para cubrirse la nariz, los ojos; pero esos no se ven, no se filman, no indignan a nadie), y un partido demorado. El agua cortada en los vestuarios, para no dar ventajas deportivas (como en las bailantas en las que el agua del baño sólo era caliente para alentar el consumo de bebida en las barras), los jugadores sacándose camisetas manchadas de naranja (la policía secuestrándolas como pruebas para investigación, como corresponde) tirándose agua en botellas traídas al trote por médico y cuerpo técnico riverplatense… y los jugadores y cuerpo técnico de Boca en la cancha, los primeros moviéndose para no enfriar los músculos, los segundos esperando que la pelota rodara otra vez.
El gas en el ojo ajeno
En el medio, ni un solo gesto (ni uno solo) de solidaridad entre jugadores. Entre el ajetreo y los susurros con mano en la boca (no vaya a ser que una cámara tomara esas palabras dichas pero que no tienen que saberse) de árbitros, jugadores, dirigentes de uno y otro equipo y las autoridades de la Conmebol, los más afectados en River: Kranevitter, Ponzio, Vangioni y Funes Mori penaban en el banco de suplentes sin que alguien se preocupara por una mínima atención. El único que se acercó fue Daniel Osvaldo, que intentó, aunque sea, charlar con Ponzio. “Andá a la puta que te parió”, le dijo Arruabarrena a Gallardo cuando el partido se suspendía y el técnico de Boca sabía que lo perjudicaba, que River llevaba la ventaja de un partido ganado y el empate los dejaba en mejor posición.
A las 23.16 anunciaron la suspensión desde la voz del estadio. Pasada la medianoche, los jugadores de River seguían en el campo de juego. Desde la platea llovían botellas, y la manga desplegada les quedaba lejos. ¿Qué pasaría si los jugadores de Boca fueran un poco solidarios y acompañaran a los otros, sus pares, hacia el vestuario o, al menos, hacia la manga?
Los intereses se cruzan: que la hinchada tomaría represalias contra ellos por ser solidarios con su eterno rival, que todo parece discutirse, pensarse. Nadie quiso hacerse cargo de suspender el partido. Como en otros encuentros en los que jugadores o árbitros eran agredidos antes del inicio de un partido (y el árbitro consultaba si empezar o no según la decisión personal del que había recibido el botellazo/cascotazo u “objeto contundente” a mano), la decisión quedaba a la vera del agredido. Desde la TV Pública se escucha aún: “Un partido suspendido por unos poquitos que arruinan el espectáculo”… y siguen siendo esos “poquitos” el chivo expiatorio de una estructura (el fútbol, las dirigencias, las barrabravas, el poder, el narcotráfico, la policía cómplice, el juego sucio) que no se siente amenazada porque el poder y la impunidad siguen estando de su lado. Un estadio que recibió bengalas, drones y gas pimienta. Una dirigencia que no supo poner paños fríos. Unos jugadores que no quisieron solidarizarse. Autoridades y árbitros que no se animaron a tomar decisiones a tiempo. Y en el medio de todo eso, el pibe Emanuel Ortega dejó escrito en su muro: “A diferencia de los profesionales cuando se me rompen los botines no los cambio, paso noches arreglándolo, pegándolo para poder seguir jugando, porque es lo que amo”. Lástima que nadie le haya hecho honor, hoy en su día, el día del futbolista.