Por Juan Francisco Olsen / Foto por David Corio
Hace tiempo tenía ganas de escribir algo que no se tratara de pandemias, de pobreza, de heridas abiertas, de futuros distópicos, ni de sufrimientos varios. Es difícil porque, obviamente, todxs estamos imbuídos en un insoportable encierro. En una trampa de pensamientos que ya no es sólo la restricción material de movimientos, sino la sensación de que no se puede hablar de otra cosa`, imaginar otra cosa. De que el comienzo y el fin de todas nuestras conversaciones, incluso en las que intentamos evadirnos, vuelve al mismo punto. Este mismo texto hace eso: Comienzo hablando de lo que no quiero hablar porque siento que es la forma más profiláctica de dejar de lado algo que, sin dudas, está en mí (en nosotrxs) todo el tiempo.
Hace días me confirmaron que no iba a volver a mi casa por mucho, mucho tiempo. Y eso genera que todos los mensajes que recibo son, al final, siempre con el mismo objetivo: “¿estás bien? ¿qué te dijeron del consulado? ¿te van a repatriar? ¿y tu trabajo? ¿y tu casa?”. Todas excelentes preguntas para las cuales no tengo prácticamente ninguna respuesta. Lo único que sé es que no voy a volver en un buen rato y que no quiero devenir en espera.
Andrew Sullivan decía hace unas semanas que vivir en una plaga es sólo una forma intensificada de vivir. Sólo revela la incertidumbre radical de la vida que ya está aquí, y nos enfoca en ella. Vivir en incertidumbre democratiza de forma radical nuestras expectativas. Ya que nos corre de la patética sensación de que está todo premeditado. La historia siempre siembra el devenir, pero es, justamente, ante esa incertidumbre donde se pueden imaginar futuros necesarios. Donde se ponen en movimiento las fuerzas de la historia y las esperanzas de cambio.
Ahora sin fecha de regreso, veo con mayor claridad aquella quimérica ilusión en la cual todos los blancos progresistas nos imaginamos salvadores de éste continente. Pero hay jóvenes en África que conocen mucho mejor cómo dibujar su destino. Jóvenes que habitan una tierra desgarrada, pero que son muchísimo más que las fotos del National Geographic. Que se permiten, aun en los marcos más desoladores empujar futuros nuevos. De eso quiero hablar un poco hoy.
Tujiangalie
El 30 de octubre de 2017, Uruhu Keniatta fue reelecto presidente de Kenia por el 98% de los votos. La cifra ese día no sorprendió a nadie, ya que el único candidato medianamente opositor había llamado a boicotear las elecciones. Estas habían surgido como resultado del escandaloso fraude cometido por el partido de gobierno, apenas dos meses antes, y que obligó, fallo del Supremo Tribunal de Justicia mediante, a realizar dos llamados electorales el mismo año para definir quién ocuparía la presidencia.
Como en otras partes del mundo, aquí no es extraño que se hagan elecciones amañadas. Uruhu ejerce el cargo que creó su padre, Jomo Keniatta, luego de la independencia de Kenia en 1964 y que hasta el día de hoy sólo ha tenido 4 ocupantes. Fraude electoral, violencia política, magnicidios y represión, han sido los mecanismos predilectos para mantener en pie esta, digamos, curiosa forma de vida democrática.
Sin ir más lejos, el propio Jomo Keniatta, un furibundo anti comunista, se encargó de desaparecer cualquier tipo de oposición política, muchas veces regando sangre sobre la tierra colorada de Kenia. Hasta morir en el cargo puesto, en agosto de 1978.
Keniatta padre también fue autor de algunas de las grandes desigualdades de la Kenia independentista. Como sucedió en muchos otros procesos de descolonización africanos, después de la salida de las autoridades europeas, las comunidades originarias más cercanas al régimen heredaron la administración republicana. Así, Keniatta distribuyó tierras, negocios y puestos de poder entre los suyos, favoreciendo fundamentalmente a la comunidad kikuyu, unos de los más de 30 pueblos que habitan esta tierra.
Pero los kikuyu son casi un tercio de la población de Kenia y jamás se logró tan nivel de distribución de la riqueza. Más bien, hay un grupo selecto de ésta comunidad, que se conformó al calor del poder y las armas de Jomo, y que se reparte el Estado y las dádivas sin despecho. Todo esto legitimado por una senda representatividad comunitaria y un fuerte rol de las iglesias, sobre todo pentecostales, para contener a las masas y repartir bienes de salvación a cambio de favores políticos y prebendas monetarias.
Con una élite tan aferrada al poder, el Estados es, entonces, también cosa de viejos. En un país donde fuera de la capital la edad promedio es de 15 años y la expectativa de vida es 59, asombra (o no tanto) ver como los cargos públicos se los reparten entre hombres octogenarios, algunos con carrera ininterrumpida desde la presidencia de Jomo.
Así, luego del alevoso fraude electoral de agosto del 2017, era de esperar que hubiera una reacción. Que la movilización tomara carácter destituyente y, a su vez, que fuera brutalmente reprimida. Tanto los analistas internacionales como los lugareños imaginaban escenas similares a las de los comicios del 2007, que terminaron con más de mil doscientos muertos. Pero esto no sucedió así. La estrategia de boicot de la oposición fue exitosa en su modalidad, ya que participó menos de la mitad del electorado en octubre, mientras que el llamado anterior había estado casi el 80%.
Sin embargo, con ese 38% del electorado, Keniatta ganó y a eso sobrevinieron algunos reclamos aislados, protestas donde se pudo expresar algo de bronca, pero, sobre todo, desazón. La sensación de que nada cambia, de que al final siempre gana el orden más injusto y de que, aún así, era preferible a la muerte. De allí, de esa fatal desilusión, surgió Tujiangalie.
Tujiangalie en swahili significa “autoreflección” y es el título, como mantra y grito rebelde, de la canción que meses después de las elecciones del 2017 decenas de miles de jóvenes comenzaron a hacer sonar por toda Kenia. Un llamado a la reflexión introspectiva de una generación a la que puso voz Sauti Solo, una de las bandas más populares del Este africano.
“En Kenia, tenemos un desastre” y la democracia “es sólo una palabra que decimos por diversión”, así exultan las primeras frases de Tujiangalie, compuesta por Bien-Aimé Baraza y el rapero, también keniata, Nyashinski, escrita en Sheng (mixtura entre inglés y swahili). Pero entra aún más profundo. La corrupción, la deuda, las desigualdades económicas, la relación entre el clero y la clase política, toda esa carga política y social que la Argentina de los 90 supieron encarnar bandas como Las Manos de Filipi, acá se muestran con un abanico de voces precioso, un sonido moderno aprehendido del pop y un ritmo cálido y afectuoso que hunde sus raíces en el reggae.
Otros grupos y cantantes comenzaron a hacer sus versiones de Tujiangalie, a traducirla a otras lenguas de Kenia, a mezclarla con otras composiciones y a ponerle imágenes para ilustrar el relato. Pero, sobre todo, esa autoreflexión hizo explotar un sentimiento generalizado.
“karibu to the Kenya, Republic of China”, vomita Wajinga Nyinyi, una de las primas de Tujiangalie, compuesta por el rapero King Kaka. En ésta canción de unos 7 minutos, ya no hay casi instrumentos, sólo un violín que apenas corta la oscuridad y nos acompaña en la agonía de sentir que hay muchas cosas que son una mierda y que necesitamos decir basta. Wajinga es cruda, mala onda, irónica en el tono y rabiosa en sus palabras. No apta para personas que les guste Celia Cruz.
Pero ni Tujiangalie ni Wajinga Nyinyi son canciones que invitan a la desobediencia desorganizada, sino a salidas políticas. En esta región no es raro que el descontento social termine en serias situaciones de violencia. Las tensiones entre grupos étnicos y los fundamentalismos religiosos son muchas veces los canales de conducción del odio y la impotencia ante las desigualdades estructurales. Lo que pide esta generación es una salida africana que supere las encerronas históricas.
King Kaka, Bien-Aimé Baraza, Xenia Manasseh, son sólo algunos de los nombres de artistas jóvenes que cantan contra la situación actual en Kenia y en todo el continente, pero que también en su música pugnan por la construcción de nuevos liderazgos políticos y proyectos colectivos que rompan con la herencia colonial, la dependencia económica, la opresión religiosa, las divisiones comunitarias, las espirales de violencia y las desigualdades sociales.
Este movimiento recuerda a otras oleadas artísticas que en distintos tiempos y lugares le dieron imagen y sonido a un viento de cambio que estaba por venir. Tienen nexos directos con artistas jóvenes negrxs de otras partes del mundo, sobre todo en EEUU. Como Childish Gambino, Common, Christian Scott, Robert Glasper, Jorja Smith, entre muchxs otrxs. Pero, quizás lo más distintivo, sea justamente la conciencia histórica y regional del proyecto que empujan.
“To understand Nigeria you need to appreciate where it came from” (“Para entender Nigeria, debes apreciar de donde viene”), comienza la canción central del último disco de Burna Boy y sigue: “so let´s establish a simple truth: the british didn´t travel halfway across the world just to spread democracy. Nigeria started off as a business deal for them, between a company and a government” (Así que establezcamos una verdad simple: los británicos no viajaron al otro lado del mundo solo para difundir la democracia. Nigeria comenzó como un negocio para ellos, entre una empresa y un gobierno”). Un crudo manifiesto que, bajo el nombre de Another Story, empuja a la actualidad un deseo de liberación pan-africano y retoma las banderas del Black Power, del Black Panther Party, de Patrice Lumumba, de Carmichael, de Angela Davis.
Pero no es gratuito tender un puente hacia esas ideas y ponerles música. Lxs jóvenes músicxs africanxs continúan un camino comenzado hace tiempo por Miriam Makeba, Fela Kuti y Nina Simone, entre muchxs otrxs enormes artistas. Reivindican que ellxs son la base de su música, pero también de sus ideas y de muchos de sus proyectos. A su vez, también son conscientes de que en muchos casos fueron proyectos políticos y artísticos cortados de forma violenta u hostigados hasta su extinción o marginalidad.
Burna Boy dio una respuesta bastante sintética sobre todo esto hace unos meses: “Todos tienen sus ídolos, él mio era Fela Kuti. Por eso su música es la base de todo y por eso mi misión es unir a África. Recién cuando tengamos una sola moneda, un solo pasaporte y seamos libres, estará cumplida”.
Sauti Sol / Tujiangalie https://www.youtube.com/watch?v=gnt10R89W74
King Kaká / Wajinga Nyinyi https://www.youtube.com/watch?v=WIuMZmagvUk
Burna Boy / Another Story https://www.youtube.com/watch?v=JXbWwR4rSmY