Por Jorge Falcone / Foto por Veinticuatro/Tres
En un escenario de lucha social creciente, se impone sacar conclusiones sobre la experiencia acumulada por las argentinas y los argentinos durante este primer tramo del siglo XXI, a los efectos de evitar reveses capaces de seguir obstaculizando el camino hacia la liberación.
Contra el mito del carácter homogéneo de los procesos populares en América Latina
Durante la primer década del siglo en curso, así como en la Patria de Bolívar germinaba un verdadero poder popular crecido desde las bases insurrectas durante el Caracazo –y en Bolivia las mayorías indias y mestizas protagonizaban un ascenso semejante al cabo de siglos de humillación y castigo–, en la Argentina el sistema colapsaba asediado por un nuevo y brioso movimiento social que no tardó en ser asimilado por un reciclaje institucional destinado a restaurar la gobernabilidad arrebatando muchas de sus banderas para neutralizar aquel potencial subversivo. Hoy la perspectiva histórica permite objetivar que si en los últimos años se vivió un auge de conquistas populares en la región, la proa de dicha nave fue indudablemente ese patriota visionario llamado Hugo Rafael Chávez Frías, acaso el estadista que más bregó por el todo trascendiendo su parte, infrecuente cualidad que cada vez torna más verosímil la posibilidad de su eliminación por parte del Imperio.
Contra el mito del desarrollo
Curiosamente, pese a los litros de tinta vertidos al respecto por los más lúcidos y escarmentados analistas del mundo periférico, una nueva generación de jóvenes argentinos enamorados de la política durante la última década quedó atrapada en las redes de un discurso que llegó a la histórica disyuntiva de nuestro primer ballotage presidencial afrontando falazmente la confrontación entre dos modelos supuestamente contrapuestos, cuya opción “más popular” enarboló desembozadamente la alternativa del “desarrollo” como bandera del cambio necesario: Sólo la aniquilación de una conciencia crítica acumulada durante años de lucha, perpetrada por los genocidas y resignada por adultos renegados de las grandes utopías humanas explica que no haya podido evitarse tamaña estafa. Nunca está de más recordar que la filosofía desarrollista se sustenta en la ilusión de un progreso ilimitado basado en la explotación suicida de los recursos naturales. Cabe pues a los pueblos echar mano a su inventiva para ensayar vías diferentes a la del capitalismo.
Contra el mito de un Estado garante del empoderamiento popular
Las primeras organizaciones sociales coprotagonistas del “Argentinazo” de 2001 que sucumbieron al espejismo de una “segunda oportunidad histórica para la Generación del 70” se dejaron cooptar bajo el justificativo de que a partir de 2003 había un “Estado en disputa” y proponiéndose jugar el rol de una izquierda dispuesta a radicalizar las propuestas del gobierno en ciernes. Visto que alguna vez hicieron gala de su poder de movilización bajo la denominación de Unidos y Organizados, y considerando la pobreza política franciscana expresada por la disyuntiva terminal Scioli o Macri, tenemos derecho a pensar que no pusieron demasiado énfasis en su objetivo original… o resolvieron cortar camino hacia un bienestar individual dedicándose a forrarse para cuando volviese el tiempo de las vacas flacas. Pero sobran experiencias exitosas de autogobierno popular capaces de demostrar que el mentado poder no depende exclusivamente de hacerse con las herramientas creadas por el propio sistema a fin de perpetuarse.
Contra el mito de que el bienestar de una sociedad depende del consumo
En la Argentina, durante la llamada “Década ganada” se ha repetido hasta el cansancio que el “círculo virtuoso” de la producción y el consumo garantiza el bienestar social… sin embargo el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz –alguna vez referente de la dirigencia que sostuvo el postulado en cuestión– afirma que “el Producto Bruto Interno (PBI) sólo compensa a los gobiernos que aumentan la producción material. […] No mide adecuadamente los cambios que afectan al bienestar, ni permite comparar correctamente el bienestar de diferentes países […] no toma en cuenta la degradación del medio ambiente ni la desaparición de los recursos naturales a la hora de cuantificar el crecimiento. […] esto se verifica particularmente en Estados Unidos, donde el PBI ha aumentado más, pero en realidad gran número de personas no tienen la impresión de vivir mejor ya que sufren la constante caída de sus ingresos”.
Contra el mito de la unidad del peronismo
En un país signado desde hace 70 años por el fenómeno político-social que emergió a la vida pública el 17 de octubre de 1945 proporcionando una identidad al movimiento obrero organizado, cuyas dos últimas incursiones en el gobierno –una de corte neoliberal y otra neodesarrollista– parecen constituir las excrecencias y estertores de aquel potencial subversivo original, una visión en perspectiva parecería indicar que, cualesquiera que vayan a ser sus posibles reciclajes de ahora en más, el ciclo histórico de su mayor capacidad de producir transformaciones profundas se ha cumplido, y sólo cabría esperar la confluencia de su más cara tradición plebeya de lucha en la nueva alternativa que en adelante sean capaces de forjar las y los trabajadores y el pueblo en general. De constatarse tal hipótesis, la trajinada unidad del peronismo (alguna vez compuesto por su tronco ortodoxo, el liberal-socialdemócrata, y el combativo… blanco de las más salvajes represalias desde adentro y de afuera) terminará reduciéndose a la utopía corporativa y reaccionaria de una burocracia política y gremial acostumbrada –como el resto de nuestra clase dirigente– a vivir de rentas a expensas del Estado. Constituye pues una responsabilidad indelegable de las mejores experiencias del campo popular canalizar generosamente el desencanto de multitud de jóvenes que durante los últimos años aspiraron genuinamente a protagonizar un cambio social de fondo, para que dicho caudal no sucumba a los pies de una dirigencia ajena a toda capacidad de autocrítica que, disfrazada de progresista, ya viene urdiendo la nueva encerrona conducente a bregar por el “retorno triunfal” de un modelo a todas luces fracasado.
Contra el mito de la humanización del capital
Otro lugar común en que ha incurrido la dirigencia que rigiera el destino nacional durante los últimos años –no por ridículo indigno de revisión– ha sido el de pretender ejercer un “capitalismo en serio”… como si dicho sistema probadamente predador de nuestra especie y su hábitat guardara desde su origen alguna fórmula inaplicada aún y capaz de conducir al bienestar general de la sociedad. No obstante, las fórmulas para “ennoblecer” el sistema y poner fin a sus abusos parecen intentos de oscurecer el océano arrojando un tintero. Pero la realidad se empeña en demostrar que no hay manera alguna de establecer un modo de distribución justo sin suprimir el modo de producción capitalista, lo que nos lleva de lleno al problema del poder político, sin cuya gestación no habrá transformación social.
En conclusión, creemos que la acumulación de fuerzas por parte del campo popular debe servir para consolidar irreversiblemente sus conquistas, descreyendo aún del más seductor canto de sirena populista emanado de un sistema económico que a lo largo de la historia ha ofrecido sobradas pruebas de conducir a la infelicidad y postración de la humanidad.