Por Laura Cabrera / Foto por Fotojiando
Relato sobre las formas posibles de vivir y de las formas en que decidimos hacerlo.
La ciudad enloquece. La ciudad nos hace enloquecer, nos acelera, nos arrastra a su ritmo. Ahí no tomamos conciencia de que estamos vivos, no prestamos atención a casi nada, mucho menos atención ponemos en que en ese instante de aceleración lo que respiramos es aire, que nos rodean otras almas, que lo que sentimos en nuestro cuerpo es la energía del otro, positiva o negativa. Repelemos todo, sentimos (eso sí) que con nosotros mismos podemos, con ese nosotros que en realidad es individual… y a veces resulta ser nuestro peor enemigo.
Un bocinazo. Una puteada. Música salida de una disquería. Otra melodía que suena desde el violín de un artista callejero, de un laburante. ¿Y qué? Nada. Nada, porque no prestamos atención a nada. Porque escuchamos todo junto. Porque a veces no nos sale separar y porque otras veces no queremos. Porque a veces nos encaprichamos en unir. Porque a veces no queremos sanar y preferimos sangrar
Nos quejamos de lo feo, de lo triste, incluso muchas veces ponemos atención en lo feo dentro de lo bueno que nos pasa. Nunca nos conformamos. Queremos más y muchas veces no sabemos bien qué. Tenemos mucho por aprender de lo que somos. Somos mucho más de lo que las horas, los días y los años nos muestran. Pero insistimos en poner el foco en lo que no fue, en lo que no es, en lo que quizá nunca sea, como si en realidad no quisiéramos ser felices.
Necesitamos desacelerar la cabeza y no pensar tanto: actuar. No es impulso, es dejar ser al corazón, llegar a ese momento en donde sentir la ebullición de la sangre se convierte en un bálsamo para todo el cuerpo, incluso para el alma. Y al corazón hay que hacerle caso, hay que dejarlo libre, no hay que atarlo a nada ni frenarlo. Lo tenemos que dejar ser por nosotros y por todo aquello de nosotros que todavía no conocemos porque al final del camino, lo que estamos evitando son los cambios y lo que estamos priorizando es la tristeza.
Al escribir este texto, muchas situaciones habían sucedido con una carga tan pesada que no me dejaba ni pensar, sólo me permitía escribir y escribir sin siquiera conectar con lo que estaba haciendo. Tiempo después volví a leerlo y me pregunté “para qué”. No supe con exactitud para qué había vuelto a este punto del círculo sobre el cual camino, pero pude darle otro sentido, ya que tiempo después de escupir estas palabras me choqué con “Viaje a Ixtlán”, de Carlos Castaneda. Me topé con su idea de “parar el mundo”, la de no dar todo por hecho y lo que a mi entender fue la mayor enseñanza: no caminar con nada en las manos para poder sentir todo lo que nos rodea.
Quizá al leer esto sientas algo similar, quizá no sientas nada o quizá ni lo hayas pensado. Por cualquiera de los tres “quizá”, es necesario que nos levantemos para ser, que frenemos la cabeza y le demos prioridad al alma, a las energías, a las percepciones que van más allá de lo tangible. Es necesario que abandonemos la cáscara y que desparramemos las semillas cultivadas en uno y sembradas en otros, porque por ese motivo y de ese modo llegamos al mundo.
Yo sé lo que no quiero. Dejar de sentir. Dejar de ver. Dejar de pensar en lo que me rodea. No quiero vivir la privatización del amor. Quiero que salga de mí hacia un otro, que rebote y vuelva con fuerza, que se expanda. Yo quiero pararme a observar, compartir, sonreír. Quiero guardar conmigo los mejores recuerdos (y los más tristes también). Pero lo que más quiero es poder cambiar sin miedo. Quiero lograr “parar el mundo”, aunque sean sólo instantes. Empezar a jugar, a divertirme, a conectarme con el todo, de ese todo del que formo parte.
Necesitamos pensar menos el amor y sentirlo más. Dejar de acumular proyectos y trabajar para concretar todo aquello que queremos, porque si queremos con el corazón, si actuamos con el corazón y nos guiamos por su ebullición, todo se puede. No hay cosa que no pueda conquistarse con amor.
Hoy elijo desintoxicarme de tantas palabras y empezar a crear. Hoy escribo acá porque elijo que leas esto y entiendas. Elijo eso y espero que llegue y, de ser necesario y realmente lo sentís, que pulses el botón de este gran motor. El mío ya está encendido. Alguien me tomó de la mano, alguien ya tiene sus dos manos ocupadas y libres de todo al mismo tiempo: con una me sostiene y desde su otra mano se ve otra que lo sostiene. Funciona así. Somos nosotros. Son nuestras almas. Es el equilibrio del mundo. Ya lo dijo Solari: “Mirá las almas a tu alrededor, mirá el amor que está a tu costado”.