Por Tania Piris Da Motta*
Por recusación al Tribunal, se suspendió en Oberá el juicio por el femicidio vinculado de Selene Aguirre. Una crónica del primer día del debate oral y del hostil interrogatorio a Victoria, la madre de Selene, acusada injustamente por el hecho que habría cometido su ex pareja Emilio Lovera.
1.
La fiscal Estela Salguero de Alarcón la mira y pregunta, inquisidora: “¿No pudiste romper el vidrio para escaparte si estabas secuestrada?” Victoria Aguirre levanta los ojos llorosos y trata de responder, desde la sensatez, una pregunta que roza el absurdo. Y roza el absurdo no sólo porque carece de sentido común (¿romper el vidrio? ¿escaparse por una ventana con vidrios rotos con una nena que sufre discapacidad motriz y tiene retraso madurativo?), sino también del más elemental análisis sobre las responsabilidades implicadas en una situación de encierro y amenazas. Para la fiscal, aparentemente, los secuestrados tienen la culpa de no escaparse, las mujeres golpeadas de no separarse de sus parejas, las prendidas fuego de no haber apagado a tiempo las llamas. “¡Pero se trataba de tu hija! ¡Hubieras roto el vidrio!”, le reprende la fiscal y suma una nueva función a las previstas por el Codigo Penal: estipular lo que “se hubiera hecho”, así, en subjuntivo, en el colmo del contrasentido. El tribunal no objeta nada.
La escena sucede en el juicio que se desarrolla en el Tribunal Penal 1 de Oberá, donde se juzga el crimen de Selene Aguirre, una niña que padecía síndrome de Fahr y que a pesar de esa condición sobrevivió hasta los dos años y medio y tuvo algunos progresos en su evolución psicomotriz, gracias a los cuidados de su madre, Victoria Aguirre, de familia trabajadora y estudiante de magisterio, de sólo 24 años. En el 2014, Victoria conoció a Rolando Lovera y por primera vez salió de la casa de sus padres para convivir con quien se convertiría en un “monstruo”, según sus palabras, y acabaría con la vida de la nena. En sólo un mes de convivencia, coronado por una semana de completo terror causado por diferentes situaciones de violencia de género, Victoria perdió lo que más quería. Pero Victoria está ahora en el banquillo de los acusados, y esto no sólo es injusto, indignante e inadmisible, sino que además apenas alcanza para describir la situación. Tras la ilusión que generan las vestimentas formales y el ritual cívico y leguleyo, no hace falta aguzar la vista para ver que Victoria, en realidad, está en el cadalso, y la Santa Inquisición ya tiene su veredicto y su condena.
2.
La fiscal la mira y pregunta, inquisidora: “¿No pudiste pedirle ayuda a la médica de guardia y avisarle que tu concubino las estaba maltratando?” La joven levanta los ojos llorosos y explica, desde la sensatez, que Lovera estaba vigilándola desde una ventana, a pocos metros de allí, y describe además cómo son los precarios “boxes” del hospital público de Oberá. “¡Pero se trataba de tu hija! ¡Le hubieras dicho igual!”, amonesta nuevamente la fiscal, con el mismo tiempo verbal, y la misma autoatribución de funciones por fuera de la ley. El tribunal no objeta nada.
Los que estamos presenciando el interrogatorio y la increpación nos sentimos en el mundo del revés: ¿acaso es un crimen ser víctima y no poder verbalizar un pedido de ayuda? ¿No poder verbalizar no es acaso resultado de la misma acción del victimario? Y por otra parte: ¿la médica de guardia debía escuchar la palabra “ayuda” para ayudar en una situación tan clara de abuso de una menor? Y más importante aún: ¿concurrir a la guardia no es una forma de pedir ayuda en el contexto de las limitaciones de la vigilancia permanente de Lovera? Pära la fiscal, aparentemente, la víctima tiene la culpa de su condición, y “hubiera hecho algo más” para no ser victimizada. Tal razonamiento no solo va contra el principio de protección a la víctima sino que además niega los resultados de numerosos estudios realizados sobre el tema. El informe del psiquiatra Oscar Krimer, quien declarará mañana en la segunda audiencia del juicio, explora la línea de la “encerrona trágica”, que fue postulada por el psicoanalista Fernando Ulloa para describir el estado de indefensión en que quedan los sujetos sometidos a experiencias traumáticas por parte de aquellos que detentan el poder. Esta línea es aplicable a la violencia que padeció Victoria, que incluyó, según el profesional que la entrevistó, incomunicación, encierro, castigos físicos y psicológicos, amenazas de muerte y abuso sexual. En la “encerrona trágica”, la crueldad del victimario lleva a la víctima a una situación “sin salida”, en la que no puede apelar a un tercero, y su propia subjetividad resulta “amputada”, por lo que difícilmente pueda tener alguna responsabilidad en todo lo que sucede. Para la fiscal, no obstante, es necesario insistir sobre la responsabilidad de la víctima, porque de ese modo puede confirmar, supuestamente, que Victoria “no hizo lo suficiente” para salvar a Selene. Aunque Victoria, a pesar de la encerrona, hizo muchas cosas para salvar a Selene, la fiscal debe llevar al extremo del absurdo las supuestas “opciones” que tuvo la joven, para que el Poder Judicial pueda justificar el rol de verdugo que cumplió frente a esta víctima de violencia de género.
3.
La fiscal la mira y pregunta, inquisidora: “¿No pudiste pedirle al médico que te revisara bien en la comisaría para que viera los golpes que tenías?” La joven levanta los ojos llorosos y responde, desde la sensatez, con una contrapregunta: “¿Usted estuvo alguna vez en una comisaría? ¿Sabe cómo le tratan a una en un lugar así? A mí me llevaron a las rastras, me tiraron en un calabozo oscuro, y el médico que llegó no me revisó bien.” La fiscal sonríe (¿?) e intenta decir: “Nunca estuve en una comisaría, pero sé que hubiera pedido que me revisen bien…”, pero es interrumpida por una acotación del abogado defensor, y la sonrisa se transforma en una mueca indescifrable.
La Inquisición no actúa sola, forma parte de todo un aparato que se despliega con el objetivo de mantener en funcionamiento el sistema de forma óptima. Los “agentes del orden”, los tipos que portan garrote y disparan balas, son parte connatural de ese sistema. Y el sistema, como sabemos, no funciona sin opresión ni explotación. ¿Por qué Victoria, una joven estudiante, sin antecedentes, que resolvió ser madre soltera y luchó por cuidar a su hija, termina en la comisaría y después en la cárcel? La respuesta es simple. Como diría doña Rosa: porque es “negrita” (descalificativo de clase y no necesariamente de raza), y porque es la madre, es decir, porque es mujer. Las opresiones deben seguir vigentes, la explotación debe seguir vigente, y el peso del Estado debe descargarse sobre esos sectores oprimidos y explotados. ¿Por qué la fiscal nunca estuvo en una comisaría? Qué pregunta; basta mirarla para saberlo. ¿Por qué a Lovera le trata con condescendencia? ¿Por qué el violador Santandrea está libre? ¿Por qué el femicida Willy Ríos volvió a su pueblo con una caravana de bienvenida? ¿Por qué Gruber está impune?
4.
La fiscal la mira y pregunta, inquisidora: “¿No pudiste escaparte con el conocido de tu papá cuando lo encontraste en el supermercado? ¿A cuántos metros estaba? ¿A qué distancia estaba Lovera?” La joven levanta los ojos llorosos y responde, desde la sensatez: “¿Cómo me iba a ir si la nena estaba dentro del auto? ¿Acaso la iba a dejar sola con él?” La respuesta desarma la reprimenda que ya estaba en los labios de la fiscal (esta vez no puede decir: “¡Pero se trataba de tu hija! ¡Te hubieras escapado!”).
Los que estamos presenciando el diálogo aplaudimos interiormente a Victoria, esta victoria de Victoria y todas las anteriores victorias de Victoria. Cada una de sus respuestas ha desarmado, al menos parcialmente, la estrategia de la acusación. Victoria ya no es una víctima, es una sobreviviente. Lo que no es poco frente a la Inquisición.
*cronista de la Revista Superficie
Leé las notas anteriores en: http://www.marcha.org.ar/tag/victoria-aguirre/