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    Sin categoría

    Sobre el Balón de Oro y otras cosas sin importancia

    11 diciembre, 20137 Mins Read
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    Sobre el Balón de Oro y otras cosas sin importancia

    Por Simon Klemperer. Días antes de la elección del Balón de Oro, nos preguntamos cuáles son las relaciones que se tejen entre el triunfo y el placer. ¿Acaso la necesidad de ganar opaca la capacidad de disfrutar? 

    De la traducción.

    Suelen surgirme los domingos, cuando veo los partidos del Barcelona, unas irrefrenables ganas de escribir. Sin embargo, esos pensamientos no tienen nada que ver con estos. Estos de aquí, esta tinta digital que ustedes leen en diferido, no son más que una torpe racionalización de esos pensamientos que nacen de, y viven en, la belleza. Son pura estética. Los pensamientos que surgen en esos momentos son, más bien, sensaciones. Las ganas de escribir son la necesidad de expresar esos sentimientos de alguna forma,  como para desagotar de mí interior todo lo que me da ese hermoso juego. Como la descarga del aplauso después de una obra. Sin embargo, se me complica la traducción porque, estoy convencido que al único formato susceptible de traducir esa sensación, es a la poesía, y yo, no escribo poesía. La recreación del arte solo puede ser más arte.

    Así, días previos a la elección del Balón de Oro, me planteo cuan triste es que los elegidos para dicho premio, sean siempre los que más éxitos y trofeos tienen en su haber. El fútbol piensa en números, en victorias, nunca en belleza, estética o placer.

    Del éxito.

    Lionel recibe la pelota, arranca a toda velocidad y hace del mundo que lo rodea un mundo de reparto. Cuando Messi arranca todos son actores secundarios. Desde que el messiánico e innombrable control de balón a toda velocidad entró en la mente humana, surgió la impensada posibilidad de cuestionar a Maradona como el mejor jugador de la historia. Solo una persona en la historia planetaria ha logrado correr más rápido y mejor con pelota que sin ella. Su equipo gana el 98 por ciento de los partidos que juega y él mismo, el niño Messi, disfruta sin parar mientras “Rolando”, el innombrable, rompe espejos con su mirada.

    ¿Es el mejor del mundo? Sí, puede ser. ¿Y eso qué? ¿Significa algo? ¿Qué? ¿Qué lo convierte en el mejor? ¿Es el Barcelona el mejor equipo del mundo porque gana todo lo que juega? No, no creo. Es el mejor porque gana de la forma que gana. ¿Cuáles son las dimensiones por las que se desplaza la categoría de “el mejor”? El Diego, por ejemplo. ¿Dejó de ser el mejor, acaso? ¿Cómo se sabe? ¿Cómo qué se mide?

    ¿Qué tiene que ver la velocidad, la cantidad de goles, la perfección en los movimientos, el logro absoluto, la calidad sin barreras, el éxito, en fin, con la vida? A veces nada. Maradona no metió todos los goles de Messi, y sí, a veces queda relegado detrás de este tremendo genio. Y, la forma que tenía el Diego de tocar una pelota, su forma de correr, su forma de cancherear sin darse cuenta un toque de tres dedos, su cabeza erguida, su fineza, su andar sin tocar el suelo, todo eso, ¿todo eso qué? Dónde queda el placer por lo que fue perfecto en lo estético y no en los resultados. ¿Qué lugar ocupa?

    La vida, podemos pensar, no se mueve necesariamente por logros, por goles, por triunfos, por éxitos, por copas. Y por qué hablamos todo el día, entonces, de ese estúpido afán de ganar. Y, tanto que hablan los medios de los mil y un millones de records que batió “la pulga”. Tal vez, solo tal vez, los futboleros no estamos todo el día pensando en records, y es la prensa un ámbito que expresa lo más tonto que tenemos. Tal vez los medios de comunicación no representan a su audiencia. Tal vez sí. Tal vez los futboleros somos un universo muy tonto y estamos pensando todo el día en quien la tiene más grande. El messianismo, y muy a su pesar, es un privilegiado caldo de cultivo para tanta tontería, tanto record, tanto exitismo, tanta velocidad y tanto, tanto, tanto, tanto tonto suelto.

    Como dice Kartun, la vida casi nunca es triunfo. En el mejor de los casos es un 1% de triunfo entre un 99% de nada. La vida es, dice el dramaturgo, como una cordillera vista desde arriba: muy poquitas puntas, y muchas laderas. Si el triunfo  es esa cima donde nos podemos mantener muy poco tiempo, si es que llegamos, la vida es todo el resto, toda la subida y toda la bajada. La vida es ladera.

    Del placer.    

    Fue solo el Barcelona, desde que yo estoy vivo, el equipo que logro unir estética, diversión, amor por el juego, armonía, trabajo colectivo, humildad, sensatez, y triunfo. El triunfo estuvo siempre reñido con todo eso. Y el hecho de que el Barça lo haya conseguido es, lejos de la ruptura de un paradigma histórico, la excepción que confirma la regla. Y sobre todo, la confirmación de la suerte que tenemos de estar vivos y disfrutar de tan tremenda magia. El triunfo es una cosa y el placer es otra.

    El mentado “recordismo” de Messi solo expresa el aburrimiento humano. Expresa la necesidad de llenar vacíos vitales y relegar cantidad por calidad. Son dimensiones paralelas e incomparables. No se puede comparar un beso con amor a un polvo si él. La penetración es solo el gesto insensible de la triste rudeza de los hombres. Con el gol pasa lo mismo. ¿Cuántos pasos previos de coqueteo con el balón hay antes de meter la pelota? Xavi e Iniesta son los prolegómenos que le dan sentido a la penetración, en este caso, del balón. El gol es un simple detalle que corona un trabajo previo. Por eso, porque somos machos criollos, Messi es lo que es, y después, solo después, vienen el Diego, Roman, Zidane e Iniesta. 

    Basta yutubear el gol de Maradona contra Inglaterra y su idéntica reproducción de Messi contra el Getafe. Son iguales y sin embargo, tienen nada que ver. El primero es de una eterna cadencia, es la eternidad en 11 segundos, es el placer a lo loco, es el amor, que es eterno mientas dura. El segundo es un polvete veloz. Si el primero es la noche entera en el telo de los sueños, el segundo es el polvo en el zaguan y dale rápido que viene la vieja. Si el primero es el amor eterno, el segundo es la eyaculación precoz.     

    No solo no es el mejor el que mete más goles, el que corre más rápido o el que la tiene más grande. En principio, para que haya uno mejor tienen que haber otros que lo acompañen. En general en la vida, el placer se hace con otros, se genera en conjunto, y los triunfos también. La masturbación no es reprochable, pero existe solo por ausencia de otros. Solo podemos dar premios individuales si nos olvidamos del colectivo. No hace falta sentarse a pensar mucho para darse cuenta de que si no existieran Xavi e Iniesta, la historia de Messi sería otra. Iniesta es, para el cronista, el mejor jugador del mundo. ¿Es el que luce? no siempre. ¿Es el que hace todo a la velocidad de la luz? no siempre. ¿Es el que hace la pirueta mágica? no siempre. ¿Es el que mete todos los goles del mundo y supera records hasta el cansancio? no, tampoco. ¿Y entonces? ¿Tan seguros estamos que es necesario todo eso para ser el mejor? El día que se premie a los jugadores que hacen funcionar equipos, Iniesta será un merecido mejor del mundo. El día que se premie el trabajo colectivo va a haber cambiado el concepto del éxito individual y en ese momento estaremos, otra vez, hablando de fútbol.

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