Por Aluminé Cabrera desde San Cristóbal de las Casas / Fotos por Mateo Manfredo
La activista y pensadora feminista Silvia Federici estuvo en San Cristóbal de las Casas para dictar un seminario en el Centro de Estudios Superiores de México y Meosamérica (Cesmeca). Allí, y también en diálogo con Marcha, Federici hizo referencias constantes a la importancia de los movimientos sociales en América Latina y, sobre todo, al zapatismo.
Trajo consigo su vasta experiencia y su extenso trabajo sobre la importancia del trabajo de reproducción social que las mujeres históricamente llevan a cabo y que el capitalismo ha utilizado como herramienta para su acumulación de riqueza. Sin embargo, a su paso por México, la activista y pensadora feminista Silvia Federici, no dejó de aludir a la influencia que tienen sobre su trabajo los movimientos sociales de América Latina ni a la “gran fuente de enseñanza” que significa el zapatismo.
Cálida, abierta y generosa, a lo largo del diálogo Federici dio cuenta, también, de la impresión positiva que se llevó de Argentina luego de su visita en abril pasado.
-Considerando que viajas mucho, ¿cómo se modifica tu presentación -si es que lo hace- de acuerdo al territorio en el que te presentas? Por ejemplo, aquí en México.
Cuando yo llego a México o a otro lugar de la América Latina como fueron este año Argentina, Uruguay, me siento en una posición muy peculiar. Desde los años ’90, los movimientos sociales latinoamericanos, a partir del zapatismo, han influenciado mi trabajo, mi pensamiento y mi práctica. Entonces es como regresar a un lugar que para mí es, sobre todo, de aprendizaje. Y lo que más me ha inspirado ha sido la organización de las mujeres, los esfuerzos que ellas han hecho en varios lugares para crear nuevas formas autónomas de reproducción. Esto es un punto central ahora en mi trabajo y mi interés político.
-En este sentido, ¿qué lectura haces del zapatismo y del papel del trabajo de las mujeres allí?
El zapatismo fue desde los años ‘90 una gran fuente de enseñanza para nosotras y lo que yo más he aprendido en los últimos años ha sido el papel que tuvieron las mujeres en dar al zapatismo una dirección política. Antes del levantamiento de 1994, tantas, tantas mujeres, muy jóvenes muchas de ellas, ya se habían juntado y habían ido a la montaña, organizadas. Estas mujeres poco a poco maduraron su proyecto político dentro del zapatismo y es por esto que la Ley Revolucionaria de las Mujeres fue aprobada. Para mí ese fue un gran aprendizaje.
En este viaje tuve la oportunidad de visitar un caracol y hablé mucho con la mujer que me llevó hasta allí, quien conoce bien al movimiento zapatista. Ella me contaba que antes del zapatismo, por ejemplo, en muchas comunidades rurales cuando las mujeres comían no podían mirar a los hombres, debían comer de espaldas a ellos. Una discriminación grave a nivel físico, como si la mujer fuera de otra especie. Ahora muchas de las mujeres son promotoras de salud, de educación. Esa es la verdadera revolución.
-Antes de venir aquí a San Cristóbal estuviste en Puebla, en el Congreso de Comunalidad. ¿Cómo fue la experiencia?
Fue una experiencia muy buena y no solo para mi ya que se trató de un congreso histórico que introdujo un nuevo tipo de discurso político. El concepto de comunalidad, de lo común, articula maneras muy diferentes en varias partes del mundo, une el pasado y el presente, junta varios movimientos, el feminista, el ecológico, los movimientos urbanos y los rurales.
Se empieza a reconocer que sin reconstruir el tejido social, sin las prácticas solidarias, sin la creación de una sociedad fundada sobre la cooperación no se puede salir de la catástrofe que es no solo el neoliberalismo sino el capitalismo. Una catástrofe de hace 500 años que nos sume en la pobreza, las guerras, el empobrecimiento.
-De los lugares de América Latina que has podido visitar, ¿en cuáles podrías decir que has encontrado este tipo de experiencias de lo común que signifiquen un avance contra el modelo capitalista?
Me ha impresionado mucho el encuentro con mujeres de los frentes populares pero también mujeres de las villas de Argentina, sobre todo esta villa que yo visité en Buenos Aires, la Villa 31 bis, en Retiro. Allí me encontré con un grupo de mujeres que me contaron su historia y me mostraron la estructura de reproducción que han creado como los comedores, merenderos, la casa de las mujeres. Son luchadoras que han tenido la capacidad de politizar cada momento de su vida, juntarse, decidir, recrear un mundo de relaciones nuevas y autónomas del Estado.
En todos estos años han luchado y negociado con el Estado pero para obtener recursos, insumos y materiales para construir sus barrios sin dejar que el Estado organice su vida. Esto es muy, muy importante porque no podemos olvidarnos completamente del Estado ya que él tiene en sus manos gran parte de la riqueza social. Yo admiro mucho a los zapatistas que intentan construir sin ninguna negociación con el Estado, sin embargo para otras tantas personas es extremadamente difícil hacerlo de ese modo.
Sé que estas experiencias del trabajo doméstico colectivo, cooperativo, de los comedores no son nuevas en América Latina, son experiencias que parten ya en los ’70 y que en Argentina fueron muy intensas en 2000, 2001. Como escribieron Verónica Gago y Natalia Quiroga, cuando la economía monetaria fracasó, surgió otra economía, que antes había sido ocultada. Fue la economía de reproducción de las mujeres piqueteras que traían las ollas a los piquetes, eran ellas quienes tenían la capacidad de continuar la reproducción de la vida.
Es claro que estos movimientos son bastante limitados, que están rodeados por las relaciones capitalistas, viven con grandes contradicciones, viven hostigados. Pero tienen esta capacidad de inventar estas nuevas formas, sin depender del Estado, fuera del mercado, fuera del capitalismo. Esto me parece un gran aporte que aunque se pueda perder temporariamente queda como una verdad histórica.
-¿Cómo podría ser un escenario ideal -aunque utópico- donde el trabajo doméstico y de reproducción, que ha sido desvalorizado y a la vez ha sido motor de la acumulación capitalista, pueda tomar otra dimensión en la que sea revalorizado?
Lo que yo vi en la Villa 31 de Argentina me parece lo mas utópico (se ríe) porque por mi experiencia ver tantas mujeres juntas, involucradas, capaces de unir sus vidas, ver barrios donde los niños pertenecen a todos, a todas, donde la calle junta las casas, no las separa, donde estos tejidos han sido construidos poco a poco durante tantos años, ya me parece una verdad muy importante.
Creo que hoy hay varios caminos hacia el proceso de revalorización del trabajo doméstico. En este momento estoy escribiendo un articulo sobre la lucha de las trabajadoras domésticas pagas, que en su gran mayoría son mujeres migrantes que viajan a Europa y Estados Unidos, desplazadas de sus países de origen por las políticas neoliberales. Uno de los temas de mi ensayo es que estas mujeres están revalorizando, revitalizando la cuestión del trabajo doméstico que gran parte de las feministas en los años ‘80 abandonaron, porque toda la organización, los intereses de la política feminista dominante fue el ingreso al trabajo asalariado a los lugares típicamente masculinos.
Estas mujeres son muy fuertes porque, en primer lugar, sobrevivir al proceso de la migración es una experiencia que te da mucha fuerza, y, en segundo lugar, son mujeres conscientes de la importancia de su trabajo, de su contribución a las economías de los países adonde llegan y a la vida de las personas para las cuales trabajan. Ellas dicen, como nosotras lo hacíamos muchos años atrás: “nada se mueve sin nosotras”.
Este me parece un camino, un camino que toma formas monetarias pero que también se contrasta con la visión social dominante de qué es el trabajo domestico. Yo no creo que haya una separación tan fuerte entre las mujeres que hacen hoy un trabajo doméstico pago y las que intentan construir formas de reproducción fuera del Estado. Creo que en ambos casos estamos frente a una lucha que marcha en dirección opuesta al Estado y a la sociedad capitalista.