Por Noelia Leiva// Foto: María Eugenia Giorgi
Colectivos y personas autoconvocadas denunciar con carteles e intervenciones del espacio público el aumento de los femicidios. En 2014, fueron 277. Es decir, una muerte cada 30 horas.
En su primera expresión pública, el 21 de septiembre de 1983, el “siluetazo” fue una representación política y artística en el espacio público de la ausencia que había sido perpetrada por la violencia: miles de siluetas humanas ganaron terreno en el centro porteño para “ocupar el espacio” de las y los detenidos y desaparecidos de la dictadura que terminaría meses más tarde. El sábado último y por tercera vez, la herramienta se resignificó. El movimiento de mujeres lo convirtió en una forma de denunciar en la calle que las ausentes ahora son las mujeres asesinadas por el machismo, expresado por los varones que fueron responsables de sus femicidios.
“Si tocan a una, respondemos todas y todos” fue la consigna de la actividad, que se realizó en avenida La Plata y Rivadavia con medio centenar de personas. La iniciativa todavía tiene el lema “Por Melina, por todas” porque comenzó a organizarse cuando se conoció que la joven Melina Romero había sido asesinada. Y no sólo eso, sino también cuando la ola de prejuicios sexistas cayeron sobre la víctima, quien se convirtió bajo la mirada de los medios hegemónicos en su propia victimaria. La principal denuncia de la jornada se tradujo en una cifra, que detrás conlleva largas historias de padecimiento: cada 30 horas un varón mata a una mujer en Argentina.
Además de ese caso que asumió presencia mediática, la propuesta “se organizó pedir justicia por Gabriela Parra, la chica que mato su ex en la confitería que está en esa esquina”, le explicó a Marcha una de las participantes, que fue al encuentro para contar que también ella había atravesado violencia en su entorno familiar. Las agresiones denunciadas llegaron al escrache cuando cuatro varones se bajaron desde sus automóviles para insultar a quienes reclamaban, y para hacerlo apelaron a su condición de género. El paradigma se repitió cuando un vecino, al ver la demanda de los conductores, arengó “después se quejan de que las maten”.
La dinámica apuntó a colectivos antipatriarcales y personas autoconvocadas, que acompañaron con carteles y grafitties. La alusión recurrente fue defender el poder de decidir sobre sí mismas y sus cuerpos de las mujeres, lejos del mandato de ser sumisas. Días atrás, la actriz y escritora Magda de Santo había definido desde las redes sociales en referencia a lo que se iba a cuestionar desde la actividad: “No es guerra, es un genocidio silencioso de los varones contra las mujeres que atraviesa clases sociales y las ideologías políticas y que estructura a la sociedad con cuchillos asesinos”.
Las violencias que atravesaron las que ya no están alcanzaron varios niveles, cuya naturalización permitió que el femicidio sea su punto máximo. Fueron objetivadas, es decir convertidas en objetos considerados por el femicida como propios, de manera que su voluntad fue reducida. Algunas, las que convivían con el varón agresor, probablemente hayan vivido el recorrido de forma paulatina, desde cuestionamientos sobre la forma de vestir o con quién se relacionaba hasta ser obligadas a tener relaciones sexuales, por ejemplo. El patriarcado es la red que sostiene el concepto de apropiación masculina de todo ‘lo femenino’ que lo ronda.
Silencio, desaprobación de las opiniones de la mujer, prohibición de realizar actividades laborales o sociales, obligatoriedad de cumplir el rol de madre y esposa. El asesinato tiene una trama previa que puede detectarse y evitarse, de allí la importancia de los actos públicos. En tantos niveles opera el machismo que incluso una vez muerta, como sucedió con Melina, hace daño. “Usaba short”, “iba a bailar”, “andaba sola” son algunas de las sentencias que reciben las jóvenes por sus conductas, que, por el valor peyorativo que le asignan, se naturalizan como condenas en sí mismas. Por eso, esas acusaciones estuvieron expuestas en la jornada del sábado.
“Disculpen las molestias, nos están matando” era uno de los carteles que se plantó delante de los autos que pasaban por la zona. En la calle, quedó grabado con pintura blanca un “Ni una más”. “No se mata por amor”, adoctrinaba desde un poste un cartel escrito sobre un cartón, en referencia a la tradicional excusa que se repite en cada hogar violento. La ironía también fue de la partida: “Querido machista: no te voy a pedir permiso para ir por la calle”, planteaba desde su pancarta una de las manifestantes. Cada quien había conseguido pinturas, aerosoles y superficies para dejar plasmado el repudio a esta “costumbre de matar”. Que “se va a acabar”, como anunciaban desde sus cánticos.
En términos políticos
Según la ONG La Casa del Encuentro, pionera en visibilizar la violencia machista llevada a uno de sus puntos más extremos, “el término femicidio es político, es la denuncia a la naturalización de la sociedad hacia la violencia sexista”. Se trata del “asesinato cometido por un hombre hacia una mujer a quien considera de su propiedad”. En 2014 se registraron 277 muertes de este tipo.
Según el último informe del Observatorio de Femicidios en Argentina Adriana Marisel Zambrano que depende de la organización, los casos fueron 18 más que el año anterior, aunque sólo se trata de las situaciones asentadas en coberturas de 120 medios del país. Por fuera quedan las historias jamás denunciadas. Desde 2008, fueron 1808 las muertas y 303 los hijos e hijas que se quedaron sin mamá.
Por eso, como aquel siluetazo de 1983 donde Madres y Abuelas comenzaban a pedir el esclarecimiento de las ausencias forzadas, sobre los femicidios el movimiento de mujeres dice “Nunca Más”.