Por María Paula García. “El goce de Cristina. Se muestra cada día más desenfada, sensual y hasta procaz”. Con estas palabras titulaba su tapa la revista Noticias, acompañadas de un cómic donde se ilustra a la presidenta excitada.
A partir de una manera sin precedentes en el mundo de presentar a una presidenta en un medio gráfico de comunicación, se suscitaron diversas reacciones. Reacciones que fueron desde la minimización de la cuestión hasta el rechazo.
Muchas mujeres de la política nacional y del movimiento de mujeres coincidieron en considerar a la publicación un caso de violencia de género, en especial de violencia mediática, agregando además que la situación de goce sexual en la que se representa a la presidenta está asociada a un contexto de perversión que en el fondo termina penalizando el goce sexual femenino.
Compartiendo dichas afirmaciones, y yendo incluso más allá de tener que aclarar un determinado apoyo u oposición al gobierno nacional y su proyecto, intento sumar algunos elementos más a la reflexión.
Tal vez sería bueno preguntarnos a esta altura: ¿por qué justamente en un momento tan álgido de la polarización entre apoyo y oposición al gobierno de Cristina Fernández existen medios y personas que se introducen en la discusión política hablando de la “libido de la presidenta”?
Y la respuesta no es ni obvia ni sencilla, porque es necesario correr diversos obstáculos para llegar a una conclusión a la que hace mucho tiempo llegaron infinidad de feministas: no importa qué ideas sostengas ni qué proyectos políticos encares; si eres mujer y tienes la osadía de hacer política y peor aún, de llegar al poder, no serás confrontada por dichas ideas y proyectos ni mucho menos se te opondrán alternativas; serás descalificada por tu condición de mujer.
Si vamos más allá de esta nota, veremos que en realidad es el punto más alto de una andanada de prejuicios y estereotipos tanto machistas como misóginos que los medios de comunicación y diferentes referentes políticos vienen expresando públicamente en los últimos años. Prejuicios y estereotipos que se encuentran más ampliamente difundidos en la sociedad en general y que no casualmente se han venido agudizando en coyunturas políticas particulares. No obstante, en este caso atañen a la relación política / patriarcado, es decir al alto precio que las mujeres continúan pagando por el simple hecho de hacer política.
Las mujeres, sobre todo las que ejercen el poder están expuestas a las descalificaciones, a los menosprecios y a las evaluaciones que “miden” su eficiencia, su coherencia y su compromiso. Son objeto de un sin número de prejuicios. Ello sin duda puede ser definido como misoginia.
Y no estamos haciendo referencia a cuestiones de índole patológico, sino a un elemento inscrito en el terreno de los constructores sociales característico de un sistema de dominación y que está en las relaciones personales, en las relaciones sociales, en las esferas institucionales, se convierte en razones, creencias y dan soporte a la desigualdad entre mujeres y hombres y permiten su reproducción al infinito.
Porque lo expresado por la revista Noticias no es privativo únicamente de un medio gráfico. La misoginia se encuentra estrechamente relacionada con el patriarcado y deriva en una forma de discriminación por condición de género, es un fundamentalismo que se perpetúa contra las mujeres precisamente por ser mujeres y debe ser eliminado de la sociedad.
En el caso concreto de Cristina Fernández, un sinfín de confrontaciones y de críticas se han desarrollado explotando una diversidad de lugares comunes, tanto generales como culturalmente propios de nuestro país, cuya máxima expresión tal vez sea la tapa que estamos tomando en cuestión.
Sólo para recorrer algunos de los elementos que han circulado en los últimos años:
LA QUE MILITA EN PAREJA. Cuando las mujeres comparten un mismo espacio de militancia con una pareja masculina siempre, e indefectiblemente, son comparadas con él o tenidas en cuenta a través suyo. Y Cristina Fernández no ha escapado a este prejuicio tradicional de ser “la mujer de”. Tal es así que su llegada a la presidencia no fue vista por muchos como un mérito propio, sino como una estrategia de su marido para seguir manejando el poder. Primero se dijo que el que gobernaba era él; más adelante se le dio paso a la expresión del “doble comando” o “el matrimonio presidencial”. No importa lo que hiciese o dijese jamás sería por propia iniciativa.
LA VIUDA. Ya lo escribió Simone De Beauvoir en El Segundo Sexo (1949), la mujer viuda es blanco de una serie de mandatos ancestrales: le es transmitida una parte del poder de su difunto esposo, pero debido a su debilidad, debe aceptar inmediatamente un nuevo dueño. Los prejuicios sobre la viudez han estado a la orden del día desde el día mismo en que falleció Néstor Kirchner. Muchos fueron los que pusieron incluso en discusión si la presidenta llegaría a presentarse a elecciones nuevamente. Y no lo hacían pensando en el dolor que podría significar la pérdida de un ser amado, sino basándose fundamentalmente en el prejuicio de que no se es nada sin un hombre al lado. Aunque sin embargo se pasó rápidamente del “pobre viuda” que debe clausurar su vida y su sexualidad al “viuda alegre” que aprovecha para darle rienda suelta a sus bajos instintos. También aquí hubo una tapa de la revista Noticias, titulada “Amado mío”, donde se afirmaba claramente que la dupla presidencial con Amado Boudou “le aporta sosiego ala Presidenta”, aunque no votos.
LA BIPOLAR. También aquí hubo dos tapas de la misma revista, “El enigma Cristina” y “¿Está bajo tratamiento psiquiátrico?”, dos ediciones en las cuales se hacía referencia a un supuesto trastorno bipolar que explicaría las causas de su carácter irascible, su irritabilidad y su agresividad. Otro estereotipo típico al que están sometidas las mujeres y es argumento descalificador por excelencia: o somos seres dominados por las hormonas o nos persigue el fantasma de la locura y la doble personalidad. Cambios de humor, alteraciones de la personalidad, síndromes premenstruales o problemas de la menopausia. De esto no escaparía ninguna, sería parte de la naturaleza femenina. Pero una cosa es recrearlo en la publicidad de Evanol y otra muy diferente es que pase enLa Casa Rosada. ¿Quién nos gobierna entonces?, ¿la racionalidad o sus hormonas?
LA YEGUA. Vocablo lunfardo con el que se viene nombrando a Cristina Fernández desde hace tiempo. Y que empata perfectamente con todos los prejuicios y estereotipos anteriormente mencionados. Yegua es un término despectivo, “mala mujer; mujer grande y bien contorneada”. A una mujer se le dice yegua cuando en realidad se le está diciendo puta. Y no es que aquí se piense que la presidenta ejerza la prostitución, ni mucho menos. El término le cabe a todas, todas tenemos cara de puta sobre todo cuando osamos aparecer en el espacio público tradicionalmente asignado al varón.
LA MILITANTE SETENTISTA. Si ser mujer y hacer política no son fácilmente digeridos por una sociedad patriarcal, haber sido militante en los setenta y encima reivindicarlo es un estigma que la peor herencia política de aquellos años te hará pagar eternamente. La demonización de las mujeres militantes es un rasgo típico de la derecha argentina, quienes las percibieron como una amenaza, las consideraron doblemente subversivas y las tildaron de ser peores que los hombres militantes.
Las conclusiones están a la vista. Ser confrontada políticamente siendo mujer, más aún en el ejercicio del poder, implica tener que soportar que se discuta cómo te vestís, con quién te acostás, cómo te movés, con qué vehemencia hablás. Algo impensado a la hora de criticar a un político hombre. La propia revista Noticias llegó a publicar un “estudio de los gestos de virilidad peronista en una mujer que se juega a ser caudillo”.
¿Qué significado tiene decir que una mujer se muestra cada día más desenfada, sensual y hasta procaz?, ¿cuál es la vara con la que se miden estos indicadores?, en todo caso ¿sería esto un problema para llevar adelante una actividad política?
Me parece que el problema sexual, y bastante agudo y reprimido por cierto, lo tienen justamente los editores de la revista, así y todos aquellos/as que se hacen eco de tan machistas y vulgares análisis.
Y como el placer es revolucionario, tal como han gritado en las calles las feministas de los setenta, intentar un poco de autosatisfacción puede aliviar.
Sin embargo, el problema también está en la concepción que se tiene de las mujeres en la actividad política, cosa que debemos contribuir a transformar radicalmente de una vez por todas.