Por Leonardo Rossi, desde Córdoba. En la Universidad Nacional de Córdoba avanza un espacio académico para la agricultura campesina. En tiempos de agronegocio y multinacionales deteriorando los suelos, una iniciativa necesaria.
“Enfrentarse al agronegocio”. Con ese faro delante avanza la propuesta académica de construir una Cátedra Libre de Agroecología y Soberanía Alimentaria (Claysa) en la Universidad Nacional de Córdoba. A partir de la creación de un parque de producción agroecológico, una feria de productos campesinos y una serie de jornadas teóricas, germina día a día un colectivo alternativo, justo en el seno de uno de los centros de formación técnica del modelo de agricultura industrial. “Convengamos que las facultades de agronomía están cooptadas por el sector del agronegocio, y eso pasa en la nuestra. Entonces hay que generar espacios, ideas, técnicas para enfrentar a un sector muy fuerte”, plantea José Luis Zamar, docente de Ecología Agrícola de la Facultad de Ciencias Agrarias e integrante de la Claysa.
Con un seminario de agroecología se inició el trabajo teórico del proyecto de cátedra. Frente a más de cincuenta estudiantes y docentes se reflexionó acerca de puntos como la producción de alimentos, la utilización de los recursos naturales y el trabajo rural. Consultado por este cronista, Zamar sostiene que la agroecología “es una forma de enfrentarse o dar una alternativa a lo que llamamos agronegocio, propuesta que viene de los ’60 y ’70, de la Revolución Verde”, que promocionó la creciente utilización de insumos externos (fertilizantes, agroquímicos, maquinaria de última tecnología), bajo el argumento de que así se lograría aumentar la producción alimentaria y mitigar el hambre.
Desde lo estrictamente teórico, la agroecología se sostiene en algunos principios postulados por Stephen Gliessman, académico de la Universidad de California Santa Cruz, y difundidos por otros referentes en la materia como el chileno Miguel Altieri, de la Universidad de California Berkeley. Esta contracara de la agricultura industrial promueve “el reciclaje de nutrientes y energía, la sustitución de insumos externos; el mejoramiento de la materia orgánica y la actividad biológica del suelo; la diversificación de las especies de plantas y los recursos genéticos de los agroecosistemas en tiempo y espacio; la integración de los cultivos con la ganadería, y la optimización de las interacciones y la productividad del sistema agrícola en su totalidad, en lugar de los rendimientos aislados de las distintas especies”.
El modelo actual
Plantear una potente alternativa al modelo agropecuario que domina hoy el país, y hacerlo desde una Facultad de Ciencias Agropecuarias que supo (y sabe) ser usina de ese sistema agrario hegemónico, “no puede ser una tarea individual, aislada o sectaria”, según indican sus impulsores. La doctora en Ciencias Agropecuarias, Alicia Barchuk, explica que se está “creando un espacio interdisciplinario y multi-actoral donde trascendemos los límites de esta facultad”. La iniciativa está sostenida por movimientos campesinos, técnicos del el INTA-Pro Huerta y de la Subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación, además de docentes y estudiantes de otras unidades académicas de la UNC, que van desde la Arquitectura hasta la Nutrición o la Medicina.
“Necesitamos unión para contrarrestar este avance destructivo de la agricultura industrial y el agronegocio”, apunta Barchuk. El modelo agro-industrial se ha llevado puestas más de 68 mil hectáreas de monte nativo cordobés, sólo entre 2006 y 2011. A la par, la soja que ocupaba poco más de 3 millones de hectáreas en el año 2001, y era acompañada de un millón de maíz, 300 mil de girasol y 800 mil de trigo, ascendió a más 5 millones de hectáreas para 2011, casi un tercio de la superficie provincial. Los datos oficiales de Nación muestran que el resto de los cultivos vivió una drástica merma en la provincia. En diez años el maíz cayó a 800 mil hectáreas, a medio millón el trigo y la peor parte la llevó el girasol que se quedó con sólo 43 mil hectáreas.
La perspectiva a futuro no es alentadora. El Plan Estratégico Agroalimentario (PEA 2020) promueve aumentar la superficie nacional sembrada con granos de 33 a 42 millones de hectáreas, de las cuales 22 millones deben estar ocupadas con soja. Este plan, impulsado por el gobierno nacional y acompañado por los ejecutivos provinciales, fue avalado por 43 universidades. Desde la UNC, la Facultad de Ciencias Agropecuarias apoyó la propuesta.
Aunque el documento habla de “aprovechamiento de los recursos naturales en armonía con el ambiente” en ningún momento se profundiza sobre las contradicciones de este crecimiento de la agricultura industrial y el masivo desmonte o la creciente utilización de agrotóxicos: más de 300 millones de litros a nivel nacional por campaña, según datos de las propias empresas químicas nucleadas en la Cámara Argentina de la Sanidad Agropecuaria y los Fertilizantes. Tampoco se analizan los conflictos territoriales. En Córdoba hay al menos 69 disputas de tierra rural y más de mil familias afectadas, según un informe editado el año pasado por la Subsecretaría de Agricultura Familiar.
Recuperar territorio
Fundada en marzo de 1966, esta Facultad planteó entre sus argumentos de creación “desarrollar planes de investigación relacionados con problemas agronómicos regionales y nacionales que contribuyeran a la conservación de los recursos naturales, para asegurar a la comunidad rural y el país el máximo beneficio económico social”.
Ese postulado en el que pueden entrar variedad de líneas académicas puede ser completado hoy con una propuesta que apunta a “reconstruir” el modelo agrario, “a partir del conocimiento ancestral y de las comunidades que viven y saben de los problemas que hay en el campo”, dice Barchuk.
Con las experiencias precedentes de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad Nacional de La Plata, creada en 2003, y los posteriores procesos de Agronomía y Medicina de la Universidad de Buenos Aires, Comahue, Mar del Plata y Luján, en la UNC avanzan a paso firme. “Hay mucho que defender y territorio por recuperar. Hay que tomarlo con fuerza y esperanza, construir con alegría. No debemos tener una mirada derrotista, porque si nos victimizamos, nos inmovilizamos”, reflexiona la investigadora en forma de proclama.