El proyecto Reverdecer de la FAUBA, Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, capacita a personas privadas de su libertad en huerta y jardinería agroecológicas para que puedan insertarse laboralmente y sanar vínculos. Educar para la libertad. La experiencia cooperativa como herramienta de trabajo para quienes estuvieron privadxs de su libertad.
Por Melisa Letemendía Foto: Reverdecer coope
Un domingo por mes se realiza la ya tradicional Feria del Productor al Consumidor en Agronomía. Allí llama la atención un puesto que, en medio de cactus y huertas portátiles, sostiene un cartel que proclama: “Más tizas, menos balas”. Para contarnos de que se trata hablamos con María Marta Bunge, Coordinadora del Taller Reverdecer, que nos dio detalles sobre esta interesante experiencia.
Educación popular para la libertad
El proyecto comenzó con un grupo de docentes y estudiantes de la Carrera de Jardinería de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) que estaban dando clases de Jardinería en la comunidad de Villa Soldati. María Marta Bunge recuerda que “no encontrábamos bien nuestro lugar en ese momento hasta que un día una persona del INTA nos planteó la necesidad de llevar adelante una huerta en el penal” y agrega que “la idea me gustó y fui a conocer el lugar, una vez que entré a la cárcel, no salí más”. La iniciativa contó con un apoyo inmediato de la Facultad, y así se inicio el trabajo en el 2012. Al año siguiente desde la Catedra Libre de Soberanía Alimentaria de esa Facultad (CaLiSA-FAUBA) alojaron esta formación.
La tarea se inició como un gran desafío para quienes la llevaban adelante. Las y los talleristas de Reverdecer, con formación académica tuvieron que adaptarse y transformar los contenidos para que pudieran ser comprendidos por las personas que habitan los contextos de encierro de la cárcel, que en su mayoría no habían finalizado ni la escuela secundaria y en más de la mitad de los casos ni la escuela primaria. Al comienzo relata Bunge “empezamos dando una capacitación resumida similar a la que se dictaba en la Universidad, con materias como fisiología y botánica, que si bien era útil a los chicos y chicas no les llegaba”. Así parece que también las y los talleristas comenzaron a transitar un camino de aprendizaje que fue mutuo, “también nos fuimos dando cuenta que había un montón de cuestiones relacionadas con la vida carcelaria, fuerzas potentes del sistema que van devastando a la persona: podés no salir del pabellón si dijiste una palabra de más, o una de menos”, nos comparte Bunge.
Con ideas forjadas por fuera del contexto de encierro, explica la coordinadora, “comenzamos pensando que la jardinería sería una salida piola para los pibes que estaban adentro, porque requiere poco capital para empezar y es fácil, pero con el tiempo nos dimos cuenta que los pibes ni siquiera entendían, y nosotros no entendíamos a los pibes. Había un abismo cultural”. Bunge explica que se dieron cuenta que “necesitábamos nosotros formarnos en educación popular primero”. Así fue como comenzaron a leer y formarse con los textos de Paulo Freire que aborda la educación desde la participación, el diálogo y la valorización de los saberes que poseen sectores históricamente oprimidos y que a partir de ello permite crear lazos de comunidad y confianza a través de los cuales el aprendizaje es un proceso de interdependencia. Señala que “nos resultó muy difícil empezar a entender esa trama perversa, que sitúa en la cárcel una mayoría de gente que viene de barrios vulnerados, o por qué cuando los países empobrecen y aumentan todos los delitos -tanto de pobres como de ricos-, sólo son condenados por ellos las personas pobres”.
La mirada agroecológica en un sistema contaminado
¿Qué relación hay entre la agroecología, la soberanía alimentaria y la cárcel?
Lo que nos permitió la agroecología fue un abordaje para entendernos como sistema, incluyendo la justicia social y los derechos. Haciendo una analogía, cuando estás haciendo una producción hortícola y encontrás bichos que comen tus plantas, el sistema convencional tira veneno y mata todo: lo bueno y lo malo. No ves la causa de fondo ¿Hay monocultivo? ¿Cómo está el suelo? Acá pasa lo mismo; se trata de personas a las cuales se les vulneraron sus derechos desde la infancia y el sistema los expulsó. Con una mirada agroecológica se intenta ver su contexto, cuáles fueron las condiciones que te llevaron a que actúes así y cómo la persona se fue perdiendo en el camino. Por supuesto que en un contexto de encierro una planta no es nada -hay muchísimas otras cosas que atender-, pero sí es una herramienta que nos permite producir un rescate en esa vida, y aprender de eso. El enfoque como sistema nos permitió también abordar el vínculo personal para interpelar al estudiante, para que aprendiera no solo a hacer su huerta y producir sus alimentos, sino para que encontrara en eso un espacio que resignificara la vida, y la vida propia”.
La alta densidad poblacional en las ciudades disminuye las posibilidades de integración de un gran número de jóvenes, que quedan por fuera del sistema, excluidos y con pocas posibilidades de insertarse y más aún si no hay políticas públicas de contención.
La entrevistada contó respecto a las personas con las que les tocó interactuar que “varios que son hijos, hijas o nietos y nietas de campesinos que migraron a la ciudad buscando un futuro mejor. Pero al llegar, se encontraron con la dificultad de insertarse en el conurbano, donde ya hay mucha gente, más de la que se puede emplear. Hay madres y padres que migraron con el objetivo de mejorar la calidad de vida de su familia, y terminaron con todos sus hijos o hijas presas”.
A partir de este trabajo reflexiona que “la cárcel también es una medida de desigualdad en una sociedad que no da oportunidades y que no ha podido encontrar otra solución que encerrar a los pibes. El encierro no resuelve nada, sólo votos de aquellos que piden más cárcel sin conocerla por adentro. La cárcel es un campo de concentración”.
El modelo de exclusión
Este escenario de carencias y vulnerabilidad está relacionado con el modelo de producción intensiva imperante, caracterizado por el monocultivo, el agronegocio y la especulación financiera en la producción de alimentos, con ausencia de políticas a favor de la Soberanía Alimentaria y del derecho humano a la alimentación.
Una dimensión de este complejo panorama basta con observar las cifras oficiales que indican que Argentina produce calorías que podrían alimentar a 440 millones de personas, sin embargo, estas se destinan en su mayoría a la exportación para engorde de ganado y generación de biodiésel. Según los últimos datos de la UCA, el 35% de las y los niños en el país sufre riesgo alimentario, es decir, no tiene asegurado el acceso a alimentos suficientes. Considerando que actualmente la pobreza infantil alcanza al 51%, se puede asegurar que el Estado además de no poder garantizar la alimentación de niñas, niños y adolescentes tampoco cumple con otros derechos básicos como la educación, la vivienda digna, la salud, que acentúan cada vez más la desigualdad y la deuda histórica con esos niños – pronto jóvenes, pronto adultos-, que son y serán condenados a la exclusión por el mismo sistema que luego los castiga.
De taller a cooperativa
El proyecto que comenzó con la participación exclusiva de estudiantes universitarios de la FAUBA fue ganando reconocimiento al participar de la Feria de Agronomía, donde comercializan las plantas, cuyas ganancias se depositan en la cuentas de los presos. Pronto la iniciativa se abrió a toda la comunidad y contó con el interés de sociólogos, una arquitecta que donó la construcción de una escuela de oficios en el penal. Además se interesaron personas de todas las disciplinas, con o sin estudios, lo que enriqueció la mirada, explica la coordinadora.
Uno de los objetivos es “la inserción laboral para evitar la reincidencia; por eso la Facultad siempre emitió los certificados de las capacitaciones sin mencionar que fueron realizadas en contexto de encierro”.
Los obstáculos con los que se encuentran quienes recuperan su libertad llevaron al taller a dar un paso más, porque “para ellos, conseguir trabajo era difícil ya que en muchos lugares les pedían antecedentes penales para entrar. Entonces surgió la idea de la cooperativa, para que pudieran trabajar cuando salieran”, explica Bunge. Desde el comienzo del gobierno de Cambiemos se modificaron los planes y el proyecto Reverdecer fue expulsado de los penales por no alinearse con las políticas neoliberales de la nueva gestión y por visibilizar el hacinamiento y las torturas que sufren los reclusos.
Las políticas penitenciarias nacionales de la actual gestión Cambiemos fortalecieron otro tipo de educación como la relacionada con prácticas de rugby.
“Estábamos en las Unidades carcelarias N° 47 (Anexos femenino, masculino y Régimen Abierto) y N° 48 de San Martín. Los cursos eran anuales y participaban unos 25 detenidos y/o detenidas por unidad. Ahora estamos sólo en el Instituto de Menores San Martín, de CABA, adonde van 4 personas externas, y en el Centro de Contención Moreno, donde vamos 2 personas. Las y los chicos alojados allí son pocos, y eso dificulta que haya un recambio de estudiantes que puedan participar de la experiencia”.
La Cooperativa que se creó para cumplir con una función social como el trabajo y la continuación del vínculo con los ex detenidos aún no se han podido concretar porque “al no estar trabajando dentro de la cárcel es difícil tener personas que se hayan formado con nosotros y vayan saliendo para incorporarse a la cooperativa”, nos cuenta la docente. Sin embargo y a pesar de los obstáculos continúan trabajando; recientemente la FAUBA decidió alojar al proyecto en su Incubadora de Emprendimientos, y le asignó un espacio en el predio de Agronomía por el término de 2 años. Allí están construyendo un invernáculo con ayuda voluntaria y afianzando las bases de la flamante asociación.
“Supongo que hasta que termine esta gestión no vamos a poder volver a las cárceles”, se lamenta María Marta que, junto con quienes asumen el compromiso de llevar adelante este taller, lucha porque prevalezca una mirada social sobre la delincuencia, sabiendo que todos somos semilla. Y entendiendo que podemos brotar de nuevo, si tenemos un ambiente favorable.
Contacto: Reverdecer coope