Por Gonzalo Reartes
Nos llega la noticia de que hace un par de horas murió el jugador eterno, René Houseman. Nos ponemos triste pero se nos pasa pronto: no es homenaje para el loco la tristeza o el desánimo. Por eso elegimos recordarlo con las medias bajas, los firuletes, los faltazos y la “indisciplina”. El Loco del potrero gambeteando vaya a saber dónde.
René se baja las medias, sale a la cancha, la pide, quiebra la cintura y su tobillo izquierdo, el del pie de apoyo, es castigado sin piedad. Banca el golpe, René. Amaga con el cuerpo y otro rival pasa de largo. Lo chocan de frente, cae. Pero René se levanta. Se pega a la línea de cal y la redonda no le llega.
Desobedece las tácticas, los esquemas. Lo establecido no es para él, siempre lo supo, desde que pateaba botellas de vidrio rotas en su La Banda natal, allá por Santiago del Estero.
Se muestra, la pide. Medias bajas, pique corto, rivales por el suelo. Algún central rústico vuelve a masacrar sus canillas desnudas, ni siquiera protegidas por las medias. Cae. Pero René se levanta. Eso es lo que tiene: siempre se pone de pie. Siempre la sigue pidiendo.
Aunque el vino lo tire para abajo, aunque se escape de la concentración para ir a jugar a la villa del Bajo Belgrano, aunque Menotti tuviera que ir a rescatarlo horas antes de un partido y lo encuentre ahí, mirando jugar un picado a un grupo de pibes (y no tan pibes) descalzos, en la villa, de esos picantes que se juegan por la moneda. Cuenta el Flaco que cuando le preguntó: “Houseman, ¿qué hace acá?”, el gran René contestó: “¿Qué quiere que haga? Mire cómo la mueve el wing nuestro”.
A pesar de todo, siempre la pedía, siempre se paraba, siempre daba batalla, siempre con una sonrisa. Sea en el Bajo Belgrano, alentando a su Excursionistas querido, o en Parque Patricios, con la casaca del globo, René siempre estaba. Ahí. De pie. Poniendo el pecho, como cuando las patadas ilusas e inútiles no podían alcanzar su vuelo poético. Como cuando sí lo alcanzaban y se volvía a parar. Y la volvía a pedir.
Se fue René, para vaya uno a saber dónde. Y ya el mundo parece un poquito más triste. Nos deja su mensaje de lucha y de esperanza. Y de vida bien vivida y andada. Como cuando afirmó: “A pesar de todo, no me arrepiento de nada. Fui muy feliz”. ¿Qué más se le puede pedir a un loco que magia y felicidad?