Por Francisco Longa
Lejos del estilo confrontativo de la presidenta Cristina Fernández, Scioli busca consolidar una imagen de diálogo y apertura, asumiendo compromisos con sectores diversos y antagónicos. Guiños hacia la economía popular, el grupo Clarín y la revolución cubana.
Durante su primera fase de gobierno, Néstor Kirchner desplegó una estrategia de construcción de hegemonía política basada en contener e integrar a diversos acumulados político-sociales emblemáticos de la sociedad argentina. El campo de los derechos humanos, la renovación de la corte suprema menemista y el perfil latinoamericanista en las relaciones internacionales, se cuentan como algunos de los terrenos donde supo concitar la adhesión de organizaciones, colectivos y grupos de poder representativos de cada ámbito. Doce años más tarde, y en una coyuntura política y económica completamente distinta de aquella, la agenda del candidato a la presidencia por el Frente para la Victoria (FpV), presenta continuidades y rupturas con aquel 2003.
Es consabido que una característica de la imagen de Daniel Scioli tiene que ver con su amplio espectro de relaciones sociales y políticas. Esas relaciones van desde el vínculo con el Grupo Clarín, cuyos programas televisivos y stands corporativos veraniegos nunca se privó de visitar, hasta la relación con los movimientos sociales kirchneristas. En estas mismas páginas hemos analizado ya el rol que Daniel Scioli ha tenido durante todo el ciclo kirchnerista: vicepresidente de Néstor Kirchner en 2003, dos veces gobernador del distrito electoral más importante del país y presidente del Partido Justicialista entre 2009 y 2014; este recorrido demuestra que formó parte sustancial de todo el proyecto kirchnerista, lo cual no niega que sea un candidato poco agradable para los ‘oficialistas puros’.
Pero un aspecto fundamental de este espectro de relaciones radica en su personalidad templada, que le permite oír críticas y denostaciones con la mayor impasibilidad. Así, puede digerir sin inmutarse un almuerzo con Mirtha Legrand incluso luego que ésta llamara dictadora a la jefa política del FpV. Nuevamente, esta actitud podrá ser vista como una virtuosa frialdad en función del objetivo final, o como un rasgo de genuflexión, según el espacio político que cada quien defienda antes y después del 9 de agosto.
Lo que es cierto es que los gestos y los estilos de Daniel están bien alejados del temperamento de Cristina Fernández. Esto no es menor, en un tiempo donde los gestos son valorados casi con el rango de programas políticos.
La agenda del Papa
Desde su asunción, el papado de Francisco se ha caracterizado por sus ‘gestos’. No viene a cuento ahora recuperar el rosario de gestos de renovación para la Iglesia Católica que Bergoglio realiza desde entonces, pero sí mencionaremos brevemente algunas intervenciones que hizo en el plano regional y que se relacionan con la candidatura de Scioli.
El reciente paso del pontífice por América Latina (visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay), dejó algunas pistas de su construcción de poder y su cercanía con algunos movimientos sociales del país. Esta visita se realiza cuando continúa brindado frutos el acuerdo entre Cuba y Estados Unidos –motivado por intermediación papal-, tales como la reapertura de embajadas mutuas tras 54 años. Justamente hacia la isla del caribe partió el gobernador bonaerense, días atrás, en un viaje que tuvo como único objetivo lograr una foto con Raúl Castro.
Pero sin dudas lo más destacado de la visita papal fue la cumbre con movimientos sociales que Francisco encabezó en Cochabamba, Bolivia. El hito más destacado del discurso ante miles de referentes de movimientos populares latinoamericanos fue sin dudas la referencia a las ‘tres T’ (tierra, techo y trabajo). Estas tres letras se han convertido ahora en una suerte de mantra que Scioli repite en cada entrevista. Es consabido que recoger un guante papal, en la actual coyuntura, solo puede redundar en un crecimiento de la imagen positiva para el candidato en cuestión. Es llamativo no obstante que las consignas que Francisco lanza, por su carácter universal, podrían ser retomadas por cualquiera de los candidatos a la presidencia, más aún luego del giro ‘nacional-popular’ que Macri intenta otorgarle a su discurso.
Sin embargo, el contexto en el cual el Papa realizó la intervención con movimientos sociales –afines tanto al kirchenrismo como al evismo- le permite a Scioli erigirse como principal depositario de dicho discurso. Es así que las organizaciones territoriales más importantes del universo kirchnerista consagraron el vínculo del ex motonauta con el Papa como vaso comunicante. Ese vínculo tuvo un mojón trascendental días atrás cuando en la puerta de la emblemática fábrica recuperada IMPA de la Capital Federal, Scioli se comprometió a crear, en caso de ser electo, el Ministerio de la Economía Popular.
Como en un partido de ajedrez en el cual nadie puede asegurar qué jugador quedó mejor parado, los movimientos kirchneristas enmarcaron esta jugada dentro de un avance para sus objetivos populares, siendo que Scioli se vio obligado a aventurar una promesa fuertemente comprometedora. Por su parte, para el sciolismo fue todo un triunfo que los kirchneristas de paladar negro lo hayan congraciado con semejante acompañamiento y demostración de lealtad; sobre todo considerando el terreno en el cual se dio el acto, que a priori parecería esquivo para DOS: un espacio fuertemente ligado a la economía popular y a la resistencia al neoliberalismo.
A su vez, también forma parte de las estrategias del espacio kirchnerista dar por ganada la elección de antemano, consagrando a priori una imagen de Scioli -y su equipo- casi en funciones presidenciales. Sumada a la ya mencionada foto con Castro, que más parecía un encuentro entre pares, el jefe de gabinete de la Provincia de Buenos Aires, Alberto Pérez, está operando como mediador en el conflicto laboral que vienen llevando los trabajadores de la línea de colectivos 60 contra la patronal Dota.
Como vemos, bien lejos del escenario de crisis institucional de 2003, ante la nueva coyuntura política Scioli intenta capitalizar los logros alcanzados durante estos últimos 12 años y presentarse como el mejor representante para encarar las tareas por venir. Lo hace asumiendo agendas de todos los colores políticos. Agendas que le darán un fuerte respaldo electoral, pero que podrían en un futuro mostrase como incompatibles.