Por Pablo Potenza. Marcha fue a ver la saludable puesta sobre el clásico de Roberto Arlt Saverio, el cruel, dirigida por Cristian Sabaz, y acá te lo cuenta.
Leónidas Barletta fundó en Buenos Aires el Teatro del Pueblo a fines de 1930, apenas unos meses después de un acto político inaugural -por su novedad histórica- y nefasto -por su efecto superlativo y devastador-: la primera interrupción de un gobierno democrático por parte de las fuerzas armadas, ocurrida el 6 de septiembre de ese año.
Inmerso en ese marco autoritario, y ubicado como oposición a la escena comercial, el Teatro del Pueblo no sólo comienza a estrenar obras de autores argentinos, con un cierto cuidado estético y un determinado contenido social, sino que replantea todos los componentes que hacen a la escena teatral, desde la función de los técnicos hasta la discusión de las formas de la interpretación, como desde el impulso de nuevos directores y dramaturgos hasta la configuración de otro tipo de espectador, más atento y exigente.
Una de las primeras obras que se representa es El humillado, transposición de un capítulo de Los siete locos, de Roberto Arlt, que Barletta percibe como drama y monta con sorpresa para el autor. A partir de este acontecimiento, Arlt se despierta como dramaturgo y escribe Trescientos millones, estrenada en 1932. Saverio, el cruel es su segunda obra y el Teatro del Pueblo la estrena el 4 de septiembre de 1936. Setenta y ocho años después el Teatro El Popular vuelve a ponerla en escena. La pregunta obvia es, ¿por qué?
Saverio, como Erdosain, es el hombre común, un trabajador de la calle. El corretaje por un lado, ser cobrador por el otro; en ambos casos se trata de profesiones que los hace caminar por la ciudad buscando timbres que alberguen clientes. La oferta y la demanda de estos especialistas se apoya en su oratoria: son hombres de poca cultura, pero con un poder de convencimiento sostenido en el discurso, es decir, mediante el verso, la labia porteña. Ambos encuentran el límite del recorrido domiciliario y el trabajo redundante, y lo cruzan para encontrar otra salida: Erdosain roba y cae en el abismo; Saverio actúa lo que no es y se hunde en otro precipicio. Son las constantes de Arlt: entrar en un mundo de locura para terminar perdiendo la vida. El vendedor de manteca -Saverio- acepta participar de la farsa que una familia dice montar para no contradecir la locura de una de sus hijas, y así encarna el papel de un coronel usurpador del trono de la reina loca. En realidad, todo es una comedia de la familia que busca diversión y la encuentra en la burla volcada sobre la ingenuidad de ese hombre crédulo: lo que llaman la “cachada”. Pero Saverio se toma en serio su papel y termina por descubrir una verdad que la familia ignoraba. El final es otra genialidad de Arlt, con su tono melodramático y patético, su roce con la tragedia y la exageración que desborda la subjetividad de los personajes.
Una primera respuesta a aquel interrogante propuesto radica, entonces, en que, como todo clásico, una obra de Roberto Arlt nos vuelve a sumergir en un mundo conocido que, no por pasado, deja de tener vigencia, en tanto propone temas universales e inagotables.
En segundo lugar, si Saverio, en su papel de coronel tirano, toma como modelos a sus “locos” contemporáneos -cita a Hitler y Mussolini- porque está sumergido en el mundo de entreguerras y es conciente del cisma que la guerra produce en la humanidad, no viene mal en estos tiempos apenas notar que las guerras están presentes y nos rodean, aun cuando se hayan naturalizado como noticia. Tal vez ahora el modelo no sería un militar dictador sino algún presidente ungido con el Premio Nobel de la Paz…
En tercer término, la cadena de excesos y disparates, apenas tolerada por el humor que despliega, exhibe en primer plano una visión de la Historia apoyada en la tramoya y lo truculento. Saverio, en su papel de coronel tirano, se escapa de los límites que fijaron sus creadores y abre todas las puertas de la realidad exhibiendo los cimientos que sostienen el poder; allí se desnuda una política que atraviesa secretos familiares, divergencias y explotaciones entre las clases sociales, el hambre de poder del hombre y la denuncia de la farsa en sí misma que todo poder sostiene: entra en escena la guillotina y su presencia es contundente. Luisa y Pedro, dos de los artífices de la comedia, visitan a Saverio y quedan suspendidos de sus roles al encontrarse con el artefacto criminal, pero, ante el reclamo por el exceso, y el recuerdo de que es coronel de un reino de farsa, reciben como respuesta: “Entendámonos, de farsa para los otros, pero real para nosotros”. Él va más allá y juega entre sueño y realidad, mentira y verdad. La conclusión es una crítica política: para ejercer el poder, deben rodar cabezas. Impresionar a través de lo absurdo y espectacular es el objetivo de Arlt, y la puesta actual lo logra con creces cuando el acto finaliza con un Saverio enajenado que se apoya en la guillotina y ríe fuera de sí, mientras una luz roja lo baña de sangre y lo recorta en primer plano abrazado al instrumento.
Por último, un cuarto intento de respuesta a la pregunta por la pertinencia en la reposición de una obra de estas características, podría llevarnos de vuelta al marco en el que la misma se exhibe. En el tránsito que va desde el Teatro del Pueblo hasta el Teatro El Popular se abre también un debate coyuntural sostenido en el lenguaje. La palabra pueblo ya es un fósil, mientras que lo popular, adosado a su par nacional, se transforma en una etiqueta que se pega en todas partes. Rescatar el teatro nacional y popular era un objetivo del Teatro del Pueblo y lo es también ahora del Teatro El Popular. Al ser una categoría que se pretende usar de forma histórica para fijar su sentido, es saludable que la ficción vuelva a apoderarse de su materialidad para que esos sentidos no se clausuren sino que se multipliquen. Roberto Arlt y Saverio, el cruel son todavía resistentes a la inmovilidad de la interpretación; con ese objetivo la puesta en escena es celebrable y la dirección de Cristian Sabaz lo confirma.
Ficha técnica:
Saverio, el cruel, de Roberto Arlt.
Dirección: Cristian Sabaz
TEATRO EL POPULAR: Chile 2080. C.A.B.A. www.teatroelpopular.com.ar
Funciones: Sábados 20 hs.
Actúan: Ricardo Bustos, Cecilia Milsztein, Emiliano Mazzeo, Nicolás Van Del Moortele, Rocío Carrillo, Claudia Abdul y Mayra Mucci.
Asesoramiento musical: Alberto Milsztein.
Sonido: Lucas Bustos.
Diseño de escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons
Realización escenográfica: Sergio Sagiryan.
Realización de vestuario: cedido por el Teatro Nacional Cervantes.
Iluminación: Daniel Aimi.