La semana pasada Argentina puso en órbita el satélite ARSAT-1, un auténtico logro científico y económico que demuestra la imposibilidad de esperar un proceso de industrialización en manos de los capitalistas. Por Francisco J Cantamutto
La semana pasada Argentina se sumó a la selecta lista de países que han puesto sus propios satélites en órbita. Se trata del primer satélite geoestacionario argentino de comunicaciones, lanzado con éxito desde la base de Kourou, en Guayana Francesa el jueves 16 de octubre de 2014.
El artefacto dará al país una mejor cobertura de televisión digital, internet y telefonía móvil, todas tecnologías que forman parte de la vida cotidiana de las sociedades actuales. En este sentido, Argentina puede esperar una mejor y más amplia prestación de estos servicios ya que hasta ahora, estaban subcontratados a empresas extranjeras. Desde ahora podrán ser empresas públicas las que lo hagan; incluso se espera poder brindar cobertura a Chile, Uruguay y Paraguay.
La puesta en funcionamiento del satélite permite además burlar circuitos de transmisión de datos controlados por terceros países, lo que permite abonar a la soberanía nacional en el uso de información. Por supuesto que las redes de espionaje de otros países pueden intentar interferir las transmisiones, pero ya no lo podrán hacer automáticamente, como cuando controlaban los nodos por los que la información pasaba. Se trata de la misma discusión en torno a la necesidad de constituir una red de almacenamiento y transmisión de datos de internet, que ha sido ya planteada por varios gobiernos latinoamericanos. Hoy toda la información que circula por la red atraviesa el territorio estadounidense, permitiéndole a los aparatos de espionaje de ese país acceder fácilmente a nuestros datos.
El satélite fue diseñado y ensamblado por científicos/as argentinos/as, que trabajan en un equipo de cerca de mil personas en el INVAP, la empresa pública creada en 1970 que funciona en San Carlos de Bariloche. En esa ciudad se han concentrado una gran cantidad de investigadores/as especialistas en tecnologías avanzadas (ahí funciona el prestigioso Instituto Balseiro y el Centro Atómico Bariloche). La puesta en órbita del artefacto muestra con claridad tanto el éxito de una política de Estado en ciencia y tecnología, como la excelente calidad del personal especializado con el que contamos.
El ARSAT-1 representa, por todo lo anterior, un importante logro en materia económica, científica y política. Producirá grandes ahorros y además abona a la soberanía nacional en materia de comunicaciones y transmisión de datos.
¿100% argentino?
El satélite se promocionó con bombos y platillos como “100% argentino”. Sin embargo, prácticamente todos los componentes físicos del aparato fueron producidos en el extranjero. Tal como se explica en la página oficial, la carga útil del satélite (la tecnología operativa) fue fabricada por la empresa europea ThalesAleniaSpace. El hardware de la unidad procesadora de a bordo fue producido por Astrium, una filial de la multinacional europea EADS. Es decir, la mayor parte de la construcción del artefacto se hizo en el extranjero. En cambio, el diseño y ensamblaje del satélite se hizo en INVAP, así como el desarrollo del software involucrado.
No es esperable que ningún país produzca todos los componentes de un aparato tan sofisticado como un satélite. Menos a partir de la reestructuración de las cadenas de valor que se produce a partir de los ochenta, que internacionaliza los procesos productivos a escala planetaria: cualquiera familiarizado con la producción automotriz sabe que cada parte se produce en un lugar diferente del globo, por ejemplo. A los países de la periferia les queda reservado el lugar privilegiado de producción de materias primas, la elaboración estandarizada de productos de bajo valor agregado y el ensamblado de productos. América Latina ocupa este lugar en el sistema capitalista, basando la expansión de su economía en la explotación de recursos naturales y fuerza de trabajo barata. Los capitalistas que operan localmente se insertan en estos negocios para desarrollarse. Es decir, su negocio es aprovechar estas ventajas para lograr ganancias. En tal sentido, la expansión económica de la región en la última década se ha basado en la explotación de estos recursos. Mayor crecimiento asentado en extractivismo y fuerza de trabajo precarizada.
El kirchnerismo en Argentina, desde que llegó al gobierno, promovió la idea de alentar a la burguesía nacional, pensando en un desarrollo nacional y popular de la mano de los capitales en manos de connacionales. Pero, ¿hay alguna diferencia entre estos capitalistas y las empresas extranjeras? Tal como surge de la investigación de Schorr, Gaggero y Wainer, en un reciente libro, los capitalistas nacionales sólo han tenido dos grandes áreas de expansión: o se adecuan a la inserción internacional dependiente del país (Arcor, Ledesma, Urquía, Aluar,Los Grobo, por ejemplo) o se amparan en la protección del Estado (Cartellone, IRSA, Electroingeniería, Pampa Holding o Indalo, por ejemplo).
Este último grupo, de más reciente ascenso, repite los pasos de aquellos Capitanes de Industria que crecieron bajo el impulso de la obra pública décadas atrás, a los que el periodismo de los grandes multimedios ataca como “capitalismo de amigos”. Se trata de una bravata liberal que esconde el rol del primer grupo, asentado en ventajas consideradas “naturales”, cuyo negocio consiste en sostener la posición dependiente del país. Por supuesto, no hay que hacerse ilusiones con el otro grupo. Se trata de una burguesía parasitaria que crece bajo el amparo estatal, apropiándose de valor social bajo prerrogativas políticas. Ninguna de las dos ha aportado a superar la restricción externa, mostrando déficits en todas las ramas industriales de mediana o alta complejidad, lo que aumenta la dependencia de las ramas primarias o de baja complejidad.
Dicho de modo claro, no hay capital, burguesía o empresariado “nacional” que aporte al desarrollo de Argentina en clave soberana. Naturalmente, tampoco se lo puede esperar de las trasnacionales que operen en el país. ¿Tiene sentido entonces destinar el esfuerzo social de más de una década a incentivar un actor que no aportará más que dependencia al desarrollo?
El satélite ARSAT-1, posiblemente uno de los mayores logros industriales y científicos del país, no tuvo nada que ver con el capital que opera en el país. Esto demuestra el enorme grado de desvinculación entre la estructura científica nacional y la escasísima realidad de cualquier proceso de reindustrialización. El discurso de la industria como motor se choca contra esta palmaria realidad, levantando preguntas sobre los miles de millones de pesos derivados desde el Estado para subsidiar a este empresariado parasitario. Si es el Estado el que desarrolla científicos capaces de poner un satélite en órbita, ¿para qué necesitamos al capital?