Por Francisco Longa / Dibujo por Diego Abu Arab
Este artículo sostiene tres ideas: primero que la polarización conllevó a una forma de politización intensa; segundo que el esquema binario sigue y va a seguir estando presente en la mayoría de los debates públicos; tercero: que polarización no debería significar fanatismo ni falta a la verdad.
Este artículo se origina sobre todo en los discursos públicos que circularon durante la última semana, a partir de la desaparición del submarino ARA San Juan. Este penoso episodio ratifica una vez más que el tamaño de la mal llamada ‘grieta’ es tan profundo, que amenaza con devorarse cualquier tema.
Vale pensar qué tienen en común temáticas tan disímiles como: la dirección del seleccionado nacional de fútbol, la desaparición de un submarino de la Armada, la muerte de Santiago Maldonado, o la última serie televisiva de Pablo Echarri. Lo que tienen en común es que todas estas temáticas se han codificado en el espacio público bajo el esquema polarizador y binario que hegemoniza los análisis en nuestro país.
Por un lado puede parecer que hablar de la ‘grieta’ suene ya a lugar común. A esta altura es evidente que cualquier temática política que tiene arraigo en la masividad termina jalonada, o bien por las simpatías macristas, o bien por las afinidades opositoras, dentro de las cuales el kirchnerismo aparece como principal espacio. Pero hay un aspecto tal vez poco enfatizado sobre esa ‘grieta’: la polarización es una forma de politizar temas que durante algunas etapas no convocaron pasiones políticas.
Esto es exactamente lo que ocurre en una sociedad polarizada: cualquier tema de la actualidad es leído bajo las simpatías o enemistades respecto de proyectos políticos en pugna. Eso es lo que ocurrió en la Venezuela de Chávez, por ejemplo. Es cierto que esta afirmación suele llevar a otro equívoco: pensar que antes de estos procesos la sociedad ‘no estaba politizada’. Gran error, al menos para el caso argentino. ¿Alguien puede decir que previo a la asunción de Néstor Kirchner la argentina era una sociedad ‘despolitizada’? Sería un sinsentido.
Pero lo que sí ocurrió durante el kirchnerismo, sobre todo luego de la inflexión nacional-popular iniciada en 2008 –al decir de Maristella Svampa–, fue una politización intensa de la vida social. Esto hizo que muchos aspectos de la vida cotidiana que antes no caían en la politización para las mayorías, ahora si lo hicieran y, además, que lo hagan en un esquema férreamente dividido en dos partes enfrentadas. Es decir entonces que durante los últimos años asistimos a una polarización y a una politización intensas, donde cualquier tema fue interpretado desde las preferencias políticas.
Comúnmente quienes defendemos una mirada democrática y de izquierda promovemos la participación activa de la sociedad en los temas públicos, y celebramos la politización en todos los casos. Esto es así porque hace tiempo que reivindicamos que todo hecho es político incluso los hechos privados, como nos viene enseñando el feminismo desde hace décadas.
El problema entonces no está en que los temas ‘se politicen’, porque eso implicaría pensar que de antemano ‘no son políticos’. Pero sí es un problema que cualquier evento de cualquier naturaleza sea la excusa para exacerbar la defensa de un proyecto político, sin ningún análisis medianamente honesto del asunto.
ARA San Juan y/o Santiago Maldonado
La profundidad del agua y las desapariciones terminaron siendo los trágicos hilos conductores de dos terribles episodios que vivimos como sociedad recientemente. Varias preguntas nos asaltan: ¿44 miembros de la Armada argentina valen menos, igual o más que un militante solidario con la causa mapuche? ¿Sobre qué zonas del tejido nacional retumba nuestra sensibilidad? Querer que el rigor de la justicia revele la verdad sobre la muerte de Maldonado, ¿es contradictorio con reclamar la aparición con vida de los/as submarinistas? ¿O más bien es momento de ‘pagar con la misma moneda’, y de burlarse de los familiares de los/as 44 como lo hizo Elisa Carrió con la familia Maldonado mientras éste se encontraba desaparecido?
El jueves al mediodía el impresentable conductor radial Ángel ‘baby’ Etchecopar dijo en pocas palabras que la culpa de la desaparición del submarino era del gobierno anterior por haber puesto a una ‘montonera como Nilda Garré’ a destruir el ejército. Además, estableció un paralelismo con Santiago Maldonado, sosteniendo que la sociedad no debió ocuparse de un “lumpen que se fumó un porro y le tiró piedras a la gendarmería” (la referencia es textual), sino de tener fuerzas armadas bien equipadas.
Probablemente Etchecopar, cuya bajeza no deja de sorprendernos, no sepa que la aprobación final para que el ARA San Juan vuelva a navegar fue oficializada por el actual gobierno en 2016. Posiblemente tampoco conozca que en mayo de este año fue precisamente Nilda Garré quien en su actual rol de diputada nacional, le advirtió al jefe de gabinete Marcos Peña que “el submarino San Juan necesita una carena desde hace tiempo y se la deberá hacer pronto si no se quiere tener incidentes de navegación”. Lo que sí es seguro es que de haber contado con toda esa información, este sujeto hubiese pensado y dicho lo mismo. Esto ocurre cuando el fanatismo político y el odio clasista obnubilan toda capacidad de raciocinio.
Pero no hay nada en la politización de una sociedad, siquiera en la polarización de la misma, que obligue a la ceguera o a la idiotez. Se puede debatir en forma fervorosa, se pueden defender posiciones con vehemencia y se puede inclusive habilitar lugar a las pasiones políticas por sobre la razón. Pero dejar de lado cualquier indicio de verdad en función de defender (o atacar) a cualquiera que nos rememore un proyecto político con el cual no coincidimos, es una forma decadente de totalitarismo ideológico.
Este comportamiento obcecado y necio no sería tan problemático si se circunscribiera solamente a algún que otro conductor radial. Esta forma de intervenir en el debate se aprecia en la opinión de miles de ‘micro fascistas’ cotidianos (al decir de Ezequiel Adamovsky), que destilan su odio en redes sociales, en programas radiales, en foros de diarios en línea, etc.
La dignidad frente al revanchismo
La segunda idea tiene que ver con el devenir de este escenario que se describe. Lo más probable es que todo esto vaya a profundizarse. Un primer golpe de vista a nuestros consumos culturales lo confirma: el formato de poner a dos personajes con posiciones encontradas, para regodearse en el griterío y la agresión que pueda alcanzar su contrapunto, es un factor común en televisión y radio. Lo vemos en programas de farándula, de fútbol o de política. Lo vemos en debates públicos en locales partidarios y en la universidad: juntemos a dos que opinen distinto y esperemos que la escalada de hostilidades enamore a la audiencia.
Si esto es tan así tal vez sea hora, antes que seguir denunciando la grieta, de aceptar que en cierto modo amamos la polarización y, más aún, que militamos por una politización intensa de la sociedad. Ese tipo de politización conlleva riesgos: los afectos, las amistades y la familia pueden quedar del otro lado de la línea trazada por nuestras opiniones.
Pero atención, nuevamente recordemos que el debate no significa obcecamiento; que la defensa de las ideas –aún en modo intenso– no es igual a la necedad, y que la pasión de la política bien puede convivir con visos de verdad e inteligencia. Que exista polarización no está mal, si evitamos que lleve a defensas ciegas de cualquier cosa que ponga en duda nuestro campo de ideas.
Pero, ¿estamos a la altura de semejante desafío? Quiénes sino las Madres de Plaza de Mayo podían con su testimonio mostrarnos una vez más el camino posible: “como Madres conocemos el desgarro de la espera y la incertidumbre que no tiene fin. Reciban nuestro saludo y sentido acompañamiento en la tragedia que están padeciendo”. El texto corresponde a Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y se dirige a las familias de los/as submarinistas.
Claro, se trata también de una de las organizaciones que desde el primer momento exigió justicia por Santiago Maldonado. Se trata de una de las reservas éticas más valiosas de nuestra polarizada sociedad.