Por Mariano Pacheco*
La “trilogía del profesor Gómez” lo consagró como uno de los escritores más importantes de la literatura argentina contemporánea, aunque ya venía escribiendo y publicando desde tiempo atrás. Ahora dice que abordó otras maneras de narrar, porque entiende a la literatura como un campo de experimentación y le molesta que lo encasillen en el género “novela histórica”.
Guillermo Saccomanno, que acaba de publicar por editorial Planeta su último libro (Terrible accidente del alma) acepta el convite para conversar sobre la literatura argentina actual, sus escritoras y escritores, las editoriales, lo que se produce por fuera de Buenos Aires, en el denominado “interior”, y también, de los vínculos entre política y literatura, la importancia de la historia nacional en muchas de sus novelas y el fenómeno del peronismo, al que define en su doble dimensión de “maldito” y “cantera de mitos”.
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Hace años está radicado en Villa Gesell. Desde allí escribió gran parte de su obra literaria. Incluso su anterior novela se llama Cámara Gesell, jugando con el doble sentido de inspirarse en aquella geografía y, a su vez, ver a sus personajes como desde una “gesell dome”.
-¿Cómo ve esta situación actual del país, en la que se habla mucho de una proliferación de una literatura a la que se denomina “del interior”?
-No creo en la diferencia de una literatura del interior y otra de capital. Por supuesto, eso no implica negar la contradicción que implica afirmar esto y saber que Dios atiende en Buenos Aires, como suele decirse. Está claro: es allí en donde se mueve más el mercado editorial. Los escritores del interior, en todo caso, lo que piden es promoción y no publicación, ya que siempre se publica y existen importantes editoriales en provincias y ciudades que no son Buenos Aires, en donde los escritores del interior muchas veces son maltratados.
En Córdoba, de hecho, está Alción. Y el Fondo Editorial Rionegrino publicó más de 500 títulos. Por otro lado, creo que la promoción debe ser una cuestión de Estado y no de los escritores, a quienes uno va y lee, y evalúa la calidad de su literatura, más que de dónde es el escritor. Además, si uno revisa la historia de la literatura Argentina, se encuentra con que hay grandes escritores que no son de Buenos Aires: Manuel Puig, de General Villegas; Héctor Tizón, de Jujuy; Antonio Di Benedetto, de Mendoza; Juan L. Ortíz, de Santa Fe, por nombrar algunos.
De tíos a sobrinos
Hace ya un siglo, la corriente de los formalistas rusos definió la relación de transmisión literaria entre generaciones como una suerte de pase de posta “de tíos a sobrinos”. Saccomanno no los nombra, pero hay algo de ese espíritu presente en la conversación que sostiene con este cronista. No se coloca en el lugar del padre, del escritor consagrado que mira con desdén o condescendencia a las nuevas “camadas” de escritoras y escritores (y las comillas vienen al caso, ya que el narrador radicado en Villa Gesell se niega a utilizar el concepto de generación) a los que –dice– no siempre puede leer del todo, porque con el paso de los años le tomó el gusto a releer textos abordados en otros momentos de su vida, y cada vez más frecuenta los clásicos, de literatura, como William Faulkner, pero también de filosofía, como Friedrich Nietzsche.
“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, planteó alguna vez Ítalo Calvino. “Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo”, agregaba el escritor italiano. Tal vez pensando en esa mirada –que seguramente alguna vez leyó y hasta quizás comparta–, Saccomanno rescata a escritores clásicos en medio de la charla sobre “los nuevos”, entre quienes destaca al bonaerense Juan Diego Incardona y a los porteños Félix Bruzone y Mariana Enríquez, pero también a la mendocina Fernanda García Lago y al cordobés Federico Falco. “Hay nuevas voces, tanto de escritores como de editoriales”, dice Saccomanno. Pero enseguida agrega: “no creo en la diferencia generacional en la literatura. Como alguna vez señaló Jean Paul Sartre, los pobres no tienen juventud, pasan directo de la cuna a la fábrica”.
Política y literatura
Si bien venía escribiendo y publicando desde hacía muchos años, la “trilogía del profesor Gómez” colocó a Saccomanno en un lugar destacado dentro de la literatura nacional. En cinco años (entre 2003 y 2008) tuvo la capacidad de narrar y dar a conocer tres novelas ejemplares, en donde la historia política argentina fue abordada de un modo sencillo e inteligente, dando cuenta a su vez de preocupaciones contemporáneas, como la cuestión de género, haciendo de la homosexualidad –tanto de hombres como de mujeres– un nudo narrativo de vital importancia.
“Entiendo a la literatura en relación con la realidad”, comenta el autor de El pibe. Y agrega: “aun cuando incluye elementos fantásticos”. Saccomanno reconoce en sus lecturas y en sus modos de escribir la influencia de algunos de sus maestros, como Noé Jitrik, o David Viñas, quienes –dice– le enseñaron que hay que leer en el marco de una época, contextualizar, fechar. “Me pueden tildar de realista, pero eso no descarta que me parezca central los usos de la imaginación para la literatura”, explica y pone como ejemplo, para graficar lo que intenta decir, la idea de Ernest Hemingway, quien concebía a la literatura como radar, como sismógrafo que detecta los temblores antes de que ocurran.
Saccomanno remarca el hecho de que cada escritor habla desde determinados intereses literarios, y él –insiste– lo hace desde una mirada forjada en la enseñanza de Viñas y Jitrik, pero también de Sastre y otros autores más contemporáneos, como Edward Said, de quien rescata que la política puede ser un enfoque más –“aunque no el único”, aclara– para abordar la ficción. “Mi literatura, de todos modos, no es ni pretende ser bajada de línea”, remata el autor de El buen dolor.
Fenómeno maldito
En la novela La lengua del malón (primer episodio donde aparece Gómez) el profesor ve morir a su amiga Lía, junto a Delia, su amante. Lía es lesbiana, izquierdista y judía, además de poeta y periodista del diario La Nación. Delia –obviamente, también lesbiana– es escritora (autora de la inconclusa novela La lengua del malón, cuyos manuscritos conservará el profesor Gómez), sí, pero también la mujer de un capitán golpista, que conspira contra el gobierno de Juan Domingo Perón (el hijo de Delia y el Capitán gorila, será un joven militante que se integrará a la guerrilla a mediados de los ´70). Las ve morir en aquella tarde de junio de 1955, cuando los militares bombardeen la Plaza de Mayo: son los prolegómenos de la “Revolución fusiladora” –a decir de Rodolfo Walsh– de Isaac Rojas y Pedro Eugenio Aramburu.
-¿Cómo leer el peronismo, después de tantos años?
-Me interesa el peronismo, sobre todo, como cantera de mitos y de historia viva. Yo no soy peronista, pero creo que no se puede negar la identidad política de las víctimas. Y desde 1955 hasta hoy, el peronismo ha aportado un caudal inmenso de víctimas. No sólo con el bombardeo a Plaza de Mayo, sino también durante la última dictadura, muchos de los que pasaron por la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y por Campo de Mayo eran peronistas. En fin, el peronismo es un fenómeno maldito. Y creo que no se puede eludirlo ni escapar de él.
La sombra de Facundo
Saccomanno plantea que, para nosotros, para nuestra época, los años ´70 son como “la sombra de Facundo”. Y que por eso no le sorprende que escritores como Alan Pauls y Rodrigo Fresán, que son de una generación distinta a la de él, hayan abordado de maneras tan distintas pero ambas tan inteligentes, aquel período. Y cita como ejemplos a Historia Argentina, de Fresán, y “las historias” de Pauls (Historia del llanto; Historia del pelo; Historia del dinero).
No está de más recordarle al lector que el propio Saccomanno, con 77 (el libro que cierra la “trilogía del profesor Gómez”) se mete con el período de la última dictadura. En 1977 Gómez enseña literatura Argentina en un colegio secundario. Es un “cincuentón que está de vuelta”. Es cabecita negra. Es puto. Es casi peronista. “En el país de la Sociedad Rural todos somos ganado que avanza hacia el matadero –dice Gómez–. En ese país en el que los militares han vuelto sospechoso lo cotidiano y transformado al prójimo en alcahuete, todos somos sospechosos, pero también alcahuetes en potencia”, puede leerse en la novela. Allí, en el colegio, el profesor Gómez comparte sus días con sus alumnos, pero también con sus colegas, esos docentes que van a la sala de profesores a tomar mate cocido sólo después de haber comido (solos y a escondidas) las cosas ricas que han llevado. Y es allí, en el colegio, donde Gómez se transforma en testigo obligado del secuestro de Esteban Echagüe, uno de sus alumnos que es “arrancado” de la clase que da sobre Facundo, de Sarmiento (enseñado, aclara, desde Juan José Hernández Arregui).
Según nos cuenta Saccomanno, el profesor Gómez era especialista en literatura inglesa, pero acorde con los tiempos de anticolonialismo que agitaban al país durante los primeros años de la década del ´70, se había pasado a la literatura nacional. Y había pasado a preguntarse (y preguntarle a sus estudiantes), qué definía lo nacional. Y a recorrer los lugares escindidos por la barricada que separaba los bandos que, desde Sarmiento, se denominaban como civilización y como barbarie. Conversando en torno a esas preguntas estaban cuando “la patota” irrumpió (“de civil. Calzados”) en la clase. “Los tipos se le fueron al humo. Le abrieron la boca. Lo agarraron a culatazos, lo arrastraron a través del patio. La sangre quedó en las baldosas. Así se lo Llevaron”.
Con 77 Saccomanno cerró la trilogía, y tal vez, un período de su escritura. Su nueva novela, así como El oficinista, marcan otra dirección narrativa. Y una actitud hacia la literatura y la vida: no copiar (se), conjurando el riesgo de repetirse como farsa.
*Esta nota fue originalmente publicada en el N° 47 de la revista cordobesa Deodoro.