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    Rompan todo

    19 junio, 20138 Mins Read
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    Rompan todo

    Por Pedro Perucca. El exitoso relanzamiento de la franquicia de Superman, Man of Steel, de Zach Snyder, arrasa con las taquillas en un discutible intento de adaptar al nuevo milenio al superhéroe norteamericano más lineal y básico de todos los tiempos.

     

    No creas que estoy
    En la torre de marfil
    Yo soy como vos, ¿no ves?
    Tampoco soy feliz

    “Rompan todo” – Charly García

     

    Kal-El/Clark Kent, a diferencia de Román, no está feliz. Para nada. Está preocupado y sufre toda la película. En la única parte donde no la pasa tan mal es porque acaba de nacer y no se entera de nada. Pero a su alrededor, en su Kriptón natal, está en curso un golpe de estado, dirigido por el general Zod contra el consejo de sabios y científicos que rige los destinos del planeta, con el objetivo un tanto nazi de garantizar la reproducción de algunas líneas genéticas elegidas. Jor-El, un científico copado y padre del recién nacido Kal (rol que inmortalizara Marlon Brando en la maravillosa Superman original de 1978 y que hoy sostiene con similar solvencia y, reconozcámoslo, algo menos de panza, Russell Crowe), se enfrentará al malvado Zod y logrará salvar a su vástago enviándolo a las estrellas. Al fin la intentona militar será derrotada y sus cabecillas condenados a la zona fantasma, desde donde escaparán para vengarse del hijo de Jor-El, el niñito enviado a la Tierra en su canasta de mimbre espacial. Igual esto no tiene mucha importancia porque Kriptón explota a los diez minutos.

    A estas alturas de la soirée, a 80 años del nacimiento del personaje y con el lugar preponderante que ha tenido en la brutal maquinaria propagandística norteamericana desde su concepción misma (primero en el comic y luego en radio, cine y TV), contar el mito original del nacimiento alienígena y del arribo de Superman a nuestro planeta no creo que sea un spoiler para nadie.

    Sin embargo, la película dirigida por Zach Snyder (un director mediocre, responsable de 300 y de Watchmen) y producida por Christopher Nolan (responsable de la actualización de Batman a la gran pantalla en el siglo XXI), intenta no recorrer el camino cronológico habitual para contar la historia y, luego del inicio de superacción extraterrestre, abordará el proceso de adaptación del niño extraterrestre adoptado por una amorosa familia de granjeros estadounidenses sólo mediante flashbacks administrados mientras se concentra en seguir a un Clark Kent (sorprendentemente bien compuesto por el inglés Henry Cavill, que ya se instala como la cara del superhéroe americano por excelencia para el siglo XXI) que va probando los límites de sus superpoderes mientras recorre el mundo, ayudando anónimamente a la gente, fiel a rajatablas al consejo paterno de no develar nunca su identidad porque “el mundo no está preparado” (el sensato y querible padre terrestre es un gran Kevin Costner, uno de los secundarios más sólidos de la película).

    Más allá del exceso de flashbacks, de una duración tal vez algo excesiva y de un eje romántico con Lois Lane que no logra funcionar en ningún momento, el problema mayor de la película es que parece dirigida por tres personas distintas, con lo que no se logra ningún desarrollo coherente ni de la acción ni de los personajes. Así, la primera parte en un futurista planeta Kriptón es claramente una de ciencia ficción con sello J. J. Abrams (responsable del relanzamiento de la franquicia Star Treek, de la próxima trilogía Star Wars y de toda otra película a estrenarse que lleve la palabra star en su título). Abrams había comenzado a desarrollar su versión del Último hijo de Kripton a principios del 2000 (luego de que no cuajara la propuesta de Tim Burton, donde el kriptoniano iba a ser ¡Nicolas Cage!), en un proyecto finalmente abortado llamado Superman: Flyby del que la actual Man of Steel parece haber tomado más de un concepto. Luego vendría la parte a cargo de Nolan, donde se busca dejar de lado la imagen cándida, buenota y casi paródica del icónico Superman de Christopher Reeve y mostrar a un Hombre de acero más “realista” (hasta donde puede ser realista un alienígena con superpoderes), conflictuado y en sintonía con el desencanto y la dureza del nuevo siglo. El extreme make over psicológico también incluye uno estético, con un rediseño del famoso traje azul. Es decir, algo parecido a lo que logró, con buen resultado en sus dos primeras partes, con la nueva trilogía del murciélago. Finalmente viene la parte de superacción, ésta sí a cargo de Snyder, donde los extraterrestres resentidos al mando de Zod vienen a buscar al azulito y amenazan con destruir el planeta, en la que básicamente pone toda su sapiencia al servicio de romper más cosas que en la reciente Avengers.

    Ahora que parece que el trauma post 11 S ha quedado ya un poco en el pasado, se puede volver a romper todo en EEUU y no hace falta situar la acción devastadora en el campo o en otro país. Ya pueden demolerse todos los edificios de la Gran manzana sin evocar el trauma de las extintas Torres gemelas. La lucha contra los alienígenas invasores de los Vengadores en pleno Nueva York y la amenaza atómica de la última Batman parecen haberlo demostrado, por lo que Snyder sigue decididamente por esa senda, dejando tierra arrasada a su paso. Así que, a falta de un crescendo dramático o de una evolución psicológica de los personajes, lo que hay es un incremento destructivo. Todo dentro de la obviedad snyderiana, está claro. Entonces primero rompemos una nave kriptoniana, después Smalville y después Nueva York (perdón, Metrópolis). Zod primero le pega una trompada a Supi, después le da con una viga de acero, después con un auto, después con una locomotora, después con un camión con acoplado y después… ¿Qué podrá ser? ¿Qué es más grande? Luego de un apasionante brainstorming de 40 horas el brillante equipo creativo de Snyder se decantó por un golpe con un satélite en órbita (de Wayne corporation, digamos de paso, en un sutil anticipo de la inevitablemente próxima Liga de la justicia). Y todo así durante la hora final de la película.

    De todas maneras, hay que reconocer que la abrumadora cantidad de efectos generados por computadora son eficientes y parece que están rompiendo todo de verdad (aunque la intención de sumar poder a los golpes hace que algunas peleas parezcan extraídas directamente de Dragon Ball Z). Pero, tal como sucede con Michael “Transformers” Bay y su amor por las explosiones cada cinco segundos, más acaba siendo menos. Si bien las coreografías de combate son interesantes, luego del tercer o cuarto edificio demolido ya uno medio que empieza a aburrirse un poco. Esto se subsana parcialmente gracias a la banda sonora grandilocuente de Hans Zimmer, que se ocupa de propinar los oportunos codazos en los momentos de acción para evitar que uno se quede dormido en medio de la gran batalla final.

    Si bien la lectura del superhéroe azul en clave religiosa (Superman/Jesús) no es una novedad, en la versión de Snyder estos elementos se explicitan hasta la obviedad. Así cuando Jor-El decide enviar a su único hijo a la Tierra dice que “será un dios para ellos”, hay una escena en una iglesia católica con el crucifijo de fondo en la que se le recomienda un “salto de fe”, cuando le piden “salvar a todos” Superman se deja caer desde una nave hacia la Tierra con los brazos en cruz, al momento de decidir su sacrificio salvador para el planeta confiesa que tiene 33 años, etc. Pero las imágenes cristológicas y la lección de “poner la otra mejilla” que Clark debe aprender en su niñez deberán superar un dilema al enfrentarse a poderes que amenazan a toda la humanidad. Entonces el boy scout azul deberá tomar algunas decisiones morales problemáticas para luchar contra un general Zod que dice que está dispuesto a utilizar la violencia o a matar a quien haya que matar para garantizar la supervivencia de su propia civilización. Esto, que podría ser leído hasta como una tibia crítica al modo yanqui de lidiar con el famoso choque de civilizaciones, ni siquiera se desarrolla demasiado porque prontamente Superman descubrirá que no se puede ser ingenuo y que el enfrentamiento con un enemigo dispuesto a todo justifica plenamente el uso de una violencia devastadora.

    Es decir, en lo político no hay grandes novedades, como era de esperarse. Se sabe: Superman es en el fondo un buen chico de Kansas que lucha por la verdad, la justicia y el american way, pero si alguien osa atacar a los Estados Unidos, que se atenga a las consecuencias.

    Tal como se anticipaba, Man of Steel está rompiendo no sólo toda Metrópolis sino también las taquillas del mundo entero (en el fin de semana de su estreno fue la segunda más vista del año a nivel mundial, sólo detrás de Ironman 3), por lo que ya se confirmó una secuela a pasos aceleradísimos (para 2014, aparentemente con un Superman “más global” y con la vuelta de Lex Luthor como némesis) y se vuelven mucho más concretas las posibilidades de una serie de films con el súper team de DC: La liga de la justicia.

    Podemos quedarnos tranquilos, los superhéroes están de moda y siguen produciendo enormes ganancias, así que los enemigos del american way of life deberán seguir archivando sus planes subversivos por un tiempito porque, ahora sí, parece haber Superman para rato.

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