Por Laura Salomé Canteros -@laurasalome / Fotos por Julieta Lopresto Palermo
Se realizó el sábado al mediodía en la Plaza de Mayo una manifestación para repudiar la violencia sexual y la naturalización de la cultura de la violación en el ámbito del rock y la música alternativa.
“Ya no nos callamos más”. Surgido en las redes sociales, el repudio se organizó el sábado pasado en forma de solidaridad con Mailén y Rocío, dos jóvenes quienes denunciaron por violencia sexual el 15 y 16 de abril a través de YouTube a Miguel del Popolo, vocalista de “La ola que quería ser chau”, una banda de música indie.
En buena hora la valentía de estas mujeres, relatos de violencias machistas y de abuso de poder hasta hace no mucho invisibles para el conjunto de la sociedad, generaron una potencia y una rabia colectiva a punto de explotar que se volvió irrefrenable en un verdadero sentido de lo irreversible.
La rebeldía del empoderamiento feminista, el saber que “cuando decimos no es no” y que la soberanía sobre nuestros cuerpos es una autoridad propia innegociable, llegó a los escenarios y las camas del rock y la música alternativa y a raíz de las denuncias de Mailén y Rocío contra Miguel del Popolo, vocalista de la “Ola que quería ser chau”, varios eventos en Facebook aglutinaron en la Plaza de Mayo a decenas de jóvenes que eligieron contar lo que les había pasado en este ámbito específico. Los testimonios de las pibas son desgarradores.
Fue el tiempo también de evocar viejas denuncias y de apelar al escrache. En una semana que pareció eterna para los machos del rock, Cristian Aldana, cantante de “El Otro Yo”, debió enfrentar denuncias que el realizaran un año atrás también por violencia sexual, con un agravante, la denunciante era menor de edad cuando aconteció el hecho. En el relato, vertido en un blog, cuenta como el abuso se comete “desde el lugar del ídolo”. Hay una página en Facebook para compartir información acerca de la causa judicial en la que se lo investiga. Llama poco la atención que los canales de denuncia para estas jóvenes no sean las instituciones del Estado.
A la plaza pública de las redes sociales se sumaron –al menos- tres ingredientes más para que la ira colectiva siga en aumento repudiando el rol asignado en el rock a las mujeres como muñecas sexuales o trofeos dignos del “capo de la noche” luego del show. Una anécdota de Pappo Napolitano y su sonrisa socarrona cuando le preguntaron en una entrevista “si había violado a una mujer alguna vez”, Ciro Pertussi defendiéndose sobre declaraciones pedófilas realizadas hace varios años atrás y Wallas, el cantante de Massacre, quien cuestionó y revictimizó a Mailén con lamentables palabras en un recital en vivo ante miles de personas.
“Estamos permanentemente expuestas a la violencia, incluso en nuestros espacios de arte, la naturalización de la misoginia y la transfobia pretenden volver invisible nuestro reclamo, o tildarlo de victimizante o exagerado. Este maltrato ha sido históricamente tolerado, permitido, alentado y justificado directa o indirectamente”, dicen en comunicado las “Ni groupies ni musas, libres y creadoras” un grupo de artistas mujeres y trans.
Cuando una mujer denuncia… Ningún rockero retrocede
Los silencios tienen en ocasiones el involuntario rol social de servir a los poderosos. En rápida reflexión, romperlo ante un delito, ante el avasallamiento de derechos, es en sí mismo un acto de liberación. Y no sólo subjetivo sino que tantas e históricas veces –como en ésta- el grito simbólico de la denuncia es de una potencia que va en el sentido de la búsqueda colectiva de reparación a las víctimas o sobrevivientes. Casi como un sabor a justicia resignificada.
Se considera que a nivel mundial una de cada 4 niñas y uno de cada 6 varones son víctimas de abuso sexual antes de los 18 años por lo que constituye una problemática social, cultural y de salud pública. A pesar de los altos números –extraoficiales-, se conoce que es baja la cifra de casos denunciados y se estima que un 70% los abusadores sexuales son mayores de edad, tienen vinculo parental, son parejas, amigos y/o conocidos de las víctimas y casi en su totalidad son del género masculino –y privilegiado-.
Desde que se conoció la denuncia de Mailén y Rocío contra Miguel del Popolo, un artista escasamente conocido para las masas, varias fueron las repercusiones; por un lado, la solidaridad y el acompañamiento ante la contundencia del relato de las jóvenes fueron automáticos, ya no parecería ser tan fácil cuestionar a una víctima ante un “conocido”, un varón empoderado, un hijo sano del patriarcado.
Y por el otro, la óptima reacción de otras bandas del palo de la música alternativa fue automática y por lo que vale pensar que la concientización sobre la violencia sexual que permea el feminismo organizado en todos los ámbitos pareció haber llegado donde se esperaba que las mujeres reproduzcan el rol pasivo, el de groupies, el de seguidoras. El mató a un policía motorizado, Los Rusos Hijos de Puta, Viva Elástico y Tobogán Andaluz, decidieron repudiar a los violentos, apoyar a las víctimas y no compartir más escenario con ellos.
Tuvimos un Kurt Cobain que se declaró feminista, tenemos rockers que saben que la liberación de la sociedad es caminar hacia la revolución al lado de las mujeres y tenemos pibes sensibles, esos nuevos pibes del rock, que saben que la cultura heteropatriarcal es tanto o más violenta si no se animan a cuestionar sus privilegios, a deconstruirse. Rock y feminismo deberían ir de la mano.
Porque no es el rock, son los machos y la cultura de la violación, son las prácticas de consolidación y reproducción de una asimetría de poderes que se sostiene con violencias; el cambio cultural es posible, una vida de disfrute, goce y libertades también. Pero para eso, debemos dejar de enseñar a las pibas a cuidarse para sancionar a los varones cuando violan.