Por Juan Stanisci
Un padre lleva a su hija a la cancha. No es un partido cualquiera. River vuelve a enfrentarse a Belgrano después de aquel fatídico junio de 2011 cuando descendió a la B Nacional. A días de que se haya repetido el duelo, un cuento posible sobre una historia real.
“¿Papi, qué es un partido con historia?”, pregunta una nena, mientras camina tomada de la mano del padre rumbo al primer control policial.
El padre la mira; una, dos, tres veces la mira. Como de costumbre, su hija pregunta cosas que para él son naturales, que no las piensa. Deja de mirarla porque llega la hora de levantar los brazos para ser palpado por un joven policía. Al pasar hace el chiste de que lo palpe todo lo que quiera, porque “total la pirotecnia y la falopa la tiene ella”, y señala a la niña. El policía no se ríe. El padre no lo sabe, pero tiene órdenes de no hablar con los “sujetos”. Así le dijo su superior: “No hables con los sujetos. Si te dicen algo, miralos como si les fueras a poner las esposas. Si se ponen cargosos, poneles las esposas”. El padre se salva sin saberlo. El policía también; hacer caso a esa orden lo hubiera llevado a perder la poca humanidad que no le robaron en la Escuela de Policía. Además, ese mismo chiste lo hacía su viejo cuando lo llevaba a la cancha.
Mientras atraviesan el tramo que falta para empezar a subir las escaleras que desembocan en la tribuna local, el padre esboza una respuesta: “Partidos con historia son esos que querés ganar sí o sí. Esos que no te importan ni los tres puntos: los querés ganar para torcer un poquito la historia”. El padre piensa que no puede haberle dicho eso a su hija, que como va a entender la historia alguien que prácticamente no tiene pasado. “Pero pa, la historia no se puede torcer, por eso es historia”, retruca la nena.
El partido todavía no arrancó pero el padre ya pierde uno a cero. “Claro, la historia no se puede torcer, pero cuando los equipos salen a la cancha y rueda la pelota, no son solamente estos jugadores los que salen, ni somos solamente nosotras y nosotros quienes gritamos: gritan también quienes estuvieron esa tarde que marcó este partido y que lo volvió un partido con historia”, explica el padre. “Y los jugadores saben que no es un partido más; juegan con los fantasmas de aquella tarde”, continúa inspirado. “Es como que aquel partido se vuelve a jugar cada vez que nos chocamos con ellos”, finaliza.
El padre explica lo que no sabe que sabe, su hija lo hizo una vez más. Ahora es la niña la que piensa. Mientras mira las tribunas que se llenan y las banderas a medio colgar. Piensa la niña que esta tarde va a gritar más fuerte y va a cantar más que nunca. Y le dice al padre: “Entonces hoy voy a cantar más fuerte que nunca, papi”, y le aprieta la mano.
La niña no lo sabe, pero al padre se le hace un nudo en la garganta y recuerda. Recuerda esa tarde el padre, en la que también tenía un nudo en la garganta. Por el partido, por el petiso ese que festejaba el empate dando vueltas alrededor del arco como si no supiera cómo gritarlo, por el dolor de ver lo que hacían con su cancha, por los jugadores rodeados por la policía… Por todo eso y más, tenía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. Y recuerda también cuando volvió a la casa ese 26 de junio de 2011. Le viene el recuerdo como una película: No saluda a nadie y va directo a la cuna de la beba, la alza y le canta. Más que cantarle, le susurra dulcemente: “River, mi buen amigo esta campaña volveremos a estar contigo…”. La misma canción que ahora cantan a la vez, la beba que hoy es niña y el padre, tomados de la mano. Mientras los jugadores entran a la cancha para intentar torcer la historia, un poquito, una vez más.
Publicada originalmente en Lástima a nadie, maestro