Por Gabriel Sabbatella. Tras de 17 años, donde conoció la escalera que lleva al infierno, el Millonario volvió a coronarse internacionalmente. Celebra merecidamente el título obtenido con esfuerzo. Desplegó otra vez ese gran fútbol que supo jugar.
Y un día River vuelve a ser River. Después de una larga agonía, donde conoció el infierno, la resurrección empieza a pisar fuerte. La cálida noche del 10 de diciembre de 2014 daba al escenario un marco perfecto. Las tribunas rebasaban de gente, color y esperanza. En el aire se podía oler que iba a ser un gran día para la rica historia de este grande que supo tropezar y levantarse de sus propias ruinas.
Cuenta aquel axioma tan viejo como cierto que el fútbol siempre da revancha. Si lo sabrá River hoy, si lo podrán contar en cada uno de esos abrazos los millones de hinchas que vuelven a sonreír e inflar el pecho.
Comprenden entonces hoy aquellos viejos fanáticos, de los gloriosos años en donde algún empachado de tantos títulos hasta podía desmerecer algún equipo campeón por no respetar el buen fútbol y la lírica de la triple G (ganar, gustar, golear) que la historia de la banda se encargó de valorar y transmitir desde antaño, que cuando son sus hijos que nacieron y vivieron la otra historia los que cantan dale campeón, hoy todo tiene otro sabor. Porque aunque el dolor cueste atravesarlo y deje huellas, no se puede negar que es un gran maestro, y la resurrección siempre nos da una nueva perspectiva.
Sino pregúntenle a cualquiera de esos fanáticos que vivieron momentos tan duros, e hicieron el aguante más que nunca, si esta cosecha no empieza a parecerse a una recompensa, por todo lo soportado, por sacar fuerzas de donde no había para seguir yendo a alentar al club de sus amores. Ahí el hincha mostró su cara más guerrera, guardó el famoso paladar negro en el cajón, y dejó la voz en cada aliento. Y el equipo entendió y acompañó, dejando el traje, la galera y el bastón en el placard, y probándose el overol.
Poco a poco empezó River a entenderse desde otro lado, se fue afianzando y sintiéndose más fuerte. La rápida vuelta a Primera preparó el escenario. Y quizás hasta antes de lo esperado, consiguió imponerse a nivel local. Ese título fue el oxigeno necesario para que todo el mundo River sintiera que el alma estaba volviendo al cuerpo. Y fue el voto de confianza para un grupo de jugadores experimentados, caso Barovero, Mercado, Teo Gutiérrez, por citar algunos, que llegaron al club en un momento de su carrera que los tenía preparados para absorber presiones. A eso se le sumaron algunos talentos de la inagotable fuente de cracks que son las inferiores millonarias. Pero faltaba algo más para que éste cóctel pudiera explotar. La ida de Ramón Díaz había dejado un vacío muy difícil de llenar, no era nada fácil sentar alguien en el banco a redoblar la apuesta de la resurrección.
Allí apareció la mano de Enzo Francescoli, otro punto de apoyo importantísimo de esta gesta. Ante las dudas de propios y extraños, con total confianza, le ofreció el cargo a Marcelo Gallardo y este, con una tremenda convicción, abrió aquel viejo placard, mandó el traje a la tintorería, sacudió la galera y lustró el bastón.
Vistió entonces su equipo de gala y lo sacó a relucir sin importar quien se pusiera adelante. Hizo del Monumental una fortaleza casi imbatible, fue al frente en todas las canchas y logró que su equipo forje una racha invicta, sumando también algunos encuentros de la era de Ramón Díaz, de más de treinta partidos, batiendo records históricos. Y no fue así nomás, sino que lo consiguió como esa historia de River anclada en la memoria de todos pedía ser resucitada.
Con un juego ofensivo y elegante, ofreció pasajes de gran deleite, con jugadas y goles que no solo los simpatizantes millonarios disfrutaron, sino todo aquel sincero amante del buen fútbol.
Pero tuvo más para dar y sorprender este River. Porque no lo esperaba un camino de rosas, sino que las espinas estaban listas para presentarle obstáculo, y fue ahí donde el equipo incorporó positivamente la historia reciente. Cuando la cosa se puso fea (caso Estudiantes en el Monumental, Boca en ambos encuentros, Nacional allá en Colombia), y las nubes empezaban a tapar el cielo, este equipo del Muñeco Gallardo mostró que abajo del traje tiene puesto el overol, ese que se fue confeccionando a medida en las malas y que nunca debería dejar de usar ya, porque no lo hace menos elegante, sino que todo lo contrario, lo dota de una fortaleza, una integridad y un poder que lo hizo superior a otros en todos los aspectos.
En fin, comprobando una vez más aquel viejo axioma de la revancha, River se llevó esta Copa Sudamericana merecidamente. Porque supo hacer callo de su herida y hoy está más fuerte. Porque en su idea, sumó buen juego, garra y temple al corazón de siempre. Y porque su gente, que nunca se borró en las malas, merece volver a disfrutar de las buenas. Felizmente para todo el pueblo millonario, parece que esta parte de la historia recién está comenzando.