Por Francisco Caputo (Desde Trelew)
La hazaña del “Depo”, el club del pueblo de las 1.300 personas, trasciende a un campo de juego. Mística, honor, coraje y dedicación se conjugaron para darle al cuento de hadas real, un final feliz. En junio pasado la “Máquina azul y blanca” disputaba por primera vez un torneo de AFA y un cronista registró partido y ascenso con el corazón latiendo fuerte.
Ignorados y condenados a perder, a no existir. Ese es lugar que la historia le destina al pequeño, donde el más fuerte impone su ley a gusto y placer. Y el fútbol, como creación humana, no puede escapar a ese destino. Los denominados puntos perdidos en el mapa, registrados únicamente por la Santísima Trinidad, no tienen lugar en el banquete.
Pero en una conducta tan humana como la desigualdad, está el pequeño que se anima a desafiar al orden establecido. Y ocasionalmente, triunfa. Ese es Río Pico, el pueblo de 1.300 habitantes del Interior profundo de la Patagonia que conquistó su sueño y avanzó a la futura fase previa del Federal B. Un debutante absoluto en el fútbol oficial, afiliado hace ocho meses a la Liga del Oeste, clasificó a un torneo organizado por la AFA. La nota inicial de Jornada el 10 de mayo pasado sobre el club, “Pueblo pequeño, ilusión gigante”, resultó ser una profecía.
La utopía concretada
Río Pico es un soplo de aire fresco. Es un regreso a las fuentes de este deporte, es un grito de rebeldía ante la mugre. El “Depo” encarna los mejores valores de este juego. La transa y la prostitución, como diría Alejandro Lerner, resultan cansadoras. Río Pico representa lo contrario. El futbolero está hastiado de la rosca y de manejos sombríos. Por eso, la “Máquina Azul y Blanca” enamora y se convirtió en un fenómeno social que trascendió a un campo de juego. Es el triunfo de la utopía ante la realidad.
Juego pulcro al margen, Río Pico es sinónimo de pureza, mística, coraje y dedicación. Pero también de inclusión. El arquero Maximiliano Recalde es un símbolo de ello. Se radicó en el pueblo, según sus palabras, para cambiar la “mala vida” que llevaba en Buenos Aires.
En el último tramo del partido del domingo, Recalde atajó tres mano a mano a Independiente, mientras el “Depo” buscaba la igualdad que logró sobre la hora.
Posteriormente, detuvo el primer penal de la serie, aquel que abrió el último paso hacia la gloria. Recalde se consagró como heredero del abuelo riopiquense de Sergio Romero, quien militó en el club hace décadas. Por ello mismo, Recalde, al igual que todo el plantel, cuerpo técnico y dirigentes, se ganó a futuro el nombre de una calle, de una escuela o de un hospital.
El subsuelo de la Patria sublevado
Al igual que en Juventud Unida de Gobernador Costa o Río Mayo, por citar dos ejemplos, la identificación entre pueblo y club es total. Alrededor de 700 riopiquenses (según estimaciones que bien podrían quedar cortas) abarrotaron el Dante Aristeo Brozzi, sede de la vuelta del partido del domingo. Literalmente, más la mitad del pueblo se trasladó al recinto esquelense e invirtió la localía birlada por una maniobra de escritorio. Otros tantos viajaron desde la costa chubutense y de otros rincones de la cordillera. La otra porción de la comunidad siguió las acciones a la distancia, en diversos puntos de la Argentina.
Por ende, no extraña la magnitud de los festejos, que se prolongaron hasta la madrugada del lunes. El inicio fue el regreso de la caravana que acompañó al equipo y el plantel mismo, que iluminó las Rutas 40 y 19 de regreso a casa. Se trató de una luz similar a la ocurrida el anterior fin de semana. En ese momento, la comunidad agotó neumáticos y cajones de madera para hacer fuego, con el afán de evitar el congelamiento de su cancha y poder jugar allí la final de vuelta. Dicho esfuerzo, tuvo su recompensa el domingo. El subsuelo de la Patria sublevado, los ignorados, los sometidos, de vez en cuando, osan desafiar el statu quo y dar un grito estridente. ¿La misión? Decir que existen, que viven, que laten, que rugen, que sueñan. Río Pico hizo eso. Gritó bien fuerte para recordarle a quien debe, que está lejos de ser un punto perdido en el mapa. Y que la pureza y las utopías están bien vivas.