Por Pedro Perucca. Paraná Porá, la maravillosa obra teatral de Maruja Bustamante, nos propone acompañar a dos mujeres en un pesadillesco último viaje fluvial en busca de tierras altas donde escapar del terrible incidente que ha congelado los mares y destruido la civilización.
El mundo se ha ido definitivamente al tacho, parece. O, al menos, nuestro país lo ha hecho. Está bien que era de esperarse, pero no es grato de ver. En la mesopotamia argentina ya no reinan el calor, la humedad y los mosquitos. Grandes trechos del Paraná se han congelado pero, así y todo, sigue siendo la única vía navegable para alcanzar la tierra prometida de Córdoba, una de las pocas regiones del país donde, se dice, aún se puede vivir luego del innominado cataclismo que ha congelado los mares y acabado con la normalidad de la vida tal como la conocemos.
En ese contexto postapocalíptico litoraleño dos mujeres avanzan por el río con su balsa, solas y hambrientas, soñando con el fernet y los alfajores de la sierra cordobesa. La luna a veces se pone verde, plagas nuevas atormentan a las navegantes, hay entidades amenazantes en las orillas y vacas mutantes en el agua. Pero, contra todo, van, resisten, avanzan. Ellas son la Polaca Uk (Iride Mockert), dura, fuerte y valiente, una suerte de teniente Ripley litoraleña, y la Gringa Bataraza (Monina Bonelli), aniñada, dependiente y con una panza de 9 meses que apenas le permite moverse cuando hay que arrastrar la balsa por el cauce helado. Además del hambre y del miedo, las dos mujeres tienen en común un pasado. Allá en el pueblo, río arriba, la Gringa era maestra de primaria y la Polaca fiambrera. Pero además de compartir pueblo también compartían hombre: el Santo, un morocho de dientes grandes, seductor, amante de noches (o siestas, todo estaba organizado) y hombre previsor que les armó la balsa en la que hoy sobreviven pero que no llegó vivo al muelle para acompañarlas. El niño que acarrea la Gringa es un Santito, claro. Y por eso la Polaca está resentida pero, al fin y al cabo, también ese niño ajeno es un vínculo con el hombre que amó y que ya no está.
Las dos mujeres compiten, por supuesto, se odian, se provocan y se pelean. Pero también hablan, se cuidan, se entienden y se respetan. Cantan juntas, tiemblan juntas, alzan juntas sus precarias lanzas ante el peligro. Navegan. Avanzan.
Maruja Bustamante, la directora de la obra (además actriz, performer, docente y corresponsable de la tira online Plan V), ya no una promesa sino una brillante realidad dramatúrgica nacional sub 40, cuenta que la propuesta “tiene que ver con mi fetichismo con el Litoral. Los tríos. El agua. Los animales y las actrices nacionales. La obra me hizo pensar bastante en la ecología, el fin del mundo, la naturaleza y las relaciones íntimas”.
El de la Polaca, la Gringa y el Santo no es el único trío en cuestión. En realidad en el escenario además de las dos protagonistas hay otra presencia femenina fundamental: la de la arpista Sonia Álvarez. Ella, etérea, ajena, al costado de la escena, va enriqueciendo el texto con su música y con algunos recursos insospechados de su instrumento. Maruja Bustamante dice que lo que primero comenzó como un capricho luego se transformó en una parte fundamental de la obra: “El sonido del arpa haciendo las veces del agua ausente y la arpista como una sirena de río, un fantasma de lo que fue o lo que podría ser. La belleza del litoral perdido. El alma que todavía respira. La esperanza”.
Es que toda la obra de Bustamante es profunda, íntimamente femenina. En su relación con la vida, con la gestación y con esa naturaleza golpeada que hoy devuelve los maltratos humanos con violencia; también en el nexo entre esas mujeres que, sin dejar de lado las disputas, van conformando un entendimiento, una alianza y una complicidad de género (tal vez algo parecido a eso que hoy está de moda llamar sororidad, a falta de una palabra castellana que pueda referir a la hermandad en femenino).
Pero, además, y afortunadamente, aunque la obra plantea lateralmente algunos grandes problemas como el de la ecología o la supervivencia humana en situación límite, lo hace sin caer en la solemnidad o en el acartonamiento ridículo de “atención que esto es muy importante”. En muchos tramos es una obra divertidísima y en otros no la teme a la ternura. En palabras de Valeria Lois (quien hacía el papel de la Polaca, reemplazada en estas últimas funciones por Iride Mockert): “En estas épocas de cierto teatro muy intelectualizado, palermero conflictuado, familia disfuncional, etcétera, Paraná Porá me parece una jugada bien fuerte, bien contra la corriente”. Y lo es. Pero además es una jugada muy lograda.
En la valiente y novedosa apuesta de Maruja Bustamante, que fue programada en festivales nacionales e internacionales y nominada a diversos galardones, ambas actrices están maravillosas, el arpa acompaña siempre oportunamente, el vestuario estilo “Mad Max cartonero” (en palabras de su directora) es perfecto y la escenografía de basura reciclada y una iluminación sutil construyen sin fisuras un universo fantástico y dramático que vale la pena visitar, un oportunísimo cruce entre realismo autóctono y ciencia ficción que, paradójicamente, es una rareza en estas tierras acostumbradas a la vida siempre al borde del apocalipsis.
La obra se estuvo presentando en El Extranjero los domingos de abril y ahora extendió a los domingos de mayo con entradas de 50 y 70 pesos.
FICHA TÉCNICA
Escrita y dirigida por Maruja Bustamante
La Gringa Bataraza: Monina Bonelli
La Polaca Uk: Iride Mockert
Arpa: Sonia Álvarez
Nave: a77 (Gustavo Diéguez y Lucas Gilardi)
Objetos: Carolina Villacorta
Diseño de vestuario: Candelaria Aaset
Realización de vestuario: Wangulen
Foto:Marcos López
Asistente Artístico: Gael Policano Rossi
Producción: Monina Bonelli
Asistencia en dirección actoral: Maria Urtubey
Dirección y Puesta en Escena: Maruja Bustamante