Por Sebastián Kohan Esquenazi
Hace muy pocos días vio la luz una nueva revista. Una revista llamada Humo, de crónica y ensayo, cuyo primer número piensa y vive los medios de trasporte, la movilidad, las estaciones, los puertos, los pueblos, los barrios, las grandes urbes y la vida del espíritu. Y todo lo demás también.
“Un Galileo viejo, barbudo y enfermo se retracta ante el tribunal de la inquisición romana de sus posturas a favor de la teoría copernicana y pronuncia, por lo bajo, la frase eppur si muove”. Esa frase es el subtitulo del titulo de una revista que hace pocos días vio la luz y que tiene la suerte de llamarse Humo. No todas las revistas se llaman Humo, incluso, quizás, ninguna. Y si es verdad que lo que empieza bien, termina bien, entonces esta revista no tiene desperdicio. Eppur si muove. Pero se mueve. No tengo claro aun por qué se llama Humo. El prologo lo explica y en la presentación, que se realizó hace pocos días en la Casona de Flores, fue tema de conversación, pero aun así, no tengo claro por qué se llama Humo. Son ustedes, sin embrago y por lo tanto, libres de averiguarlo, yendo prestos a la librería más cercana a pedir por favor un ejemplar de esta joyita que se va a agotar más rápido que el humo de un Marlboro rojo.
Entonces, qué es Humo. Humo es algo así como una revista conformada por una docena de ensayos y crónicas que versan, cada una, desde donde quiere y como le da la gana, sobre movilidad y medios de trasporte. Es un ejercicio de libre pensamiento individual que termina siendo una ejercicio de pensamiento colectivo porque dicen que, y a veces es cierto, dios los cría y ellos se juntan. En el caso de Humo, la multiplicidad de subjetividades adquiere vida nueva en su fusión y crea algo nuevo en su intersección. Vida, más vida, y más que vida, decía Simmel, y así es. La comunión de estas crónicas en esta revista genera mucho más de lo que cada uno de sus autores podría haber imaginado. Las notas se potencian entre sí. Un acto de fe trasmutado en acto de magia. “La premisa indicada por los editores fue sencilla”, me cuenta Simon Klemperer, uno de los cronistas, “movilidad y medios de trasporte. Ninguno sabía qué escribirían los demás, ni quiénes eran”. Los editores, por cierto, tampoco intuían el resultado. La sorpresa fue grata. Al salir de la imprenta la obra tenía más peso que antes. No por el peso material de papel, sino peso teórico, por su coherencia interna. Una coherencia que tiene valor porque nace de la espontaneidad y que es, por tanto, mucho más compleja y consistente que las coherencias dirigidas, controladas y preestablecidas.
Eppur si muove. Los trayectos ocupan en la vida mucho más de lo que imaginamos. La vida no es tanto un estar como un desplazarse. Y no es tanto un desplazarse como un intentar estar en otro lugar. La vida, por ejemplo, de aquel que vive en Parque Chas y trabaja en el microcentro es diariamente un intento de llegar de un punto a otro, y es en este trayecto donde se encuentran lo abstracto y lo concreto y hacen un todo. Humo es eso. Los autores de las notas leen la ciudad mientras se leen a ellos mismos. Humo es la abstracción de entender las formas en que las ciudades fueron pensadas y planeadas históricamente y lo concreto de tener que subirse al vagón de subte Línea B cuando ya no entra un alma. Los autores leen y son leídos. Escriben sobre el movimiento, en movimiento. Humo es, quizás sin quererlo, puro pensamiento holístico. Holístico pero barrial. Un agujero negro en una esquina de Berasategui, un Charly Parker de Cortazar que recrea su vida toda entre una estación y otra. Un diminuto instante inmenso en el vivir.
Novak se sube un avión y se intuye diminuto allá abajo donde todo se hace maqueta; Beccaria se sube a la lancha que va al Tigre y se trasmuta en turista de un momento a otro. Bril se sube al tren que va a Once y entre furgones sin puerta y smartfons se convierte en correspondencia, sí, de esas que eran una hoja de papel escrita con tinta y que iba adentro de un sobre que también era de papel. Los autores miran por la ventana y se ven afuera a sí mismos. Viajan y al moverse se desdoblan, y se ven caminando por la vereda desde el bondi. Valle viaja siete días en el Transiberiano y mientras se interna en el vacío más grande del planeta, recorre la historia rusa, china, mongola, japonesa y ruega que no lo hagan bajar en Siberia por algún pecado cometido. No quiere que lo demoren, tiene que volver a ver a Boca. Caravaca viaja a Baradero, sin saber muy bien por qué, se sube al Chevallier con su kit de etnógrafa y cuando llega a destino, se baja en un paréntesis, como escucharon, se baja en un paréntesis lleno de motos donde ella no sabe si está o no. Y cuando vuelve, sube rápido al colectivo, se sienta y nunca, pero nunca, habla con nadie. Dos horas de silencio hasta puente Saavedra, y mientras espera el 19, formula las preguntas correctas para las entrevistas ya hechas. Es un don que tiene.
Lo dicho. Pasen y vean. Aprovechen. Las librerías, más que nunca, venden Humo y está, extrañamente, al alcance la mano.