Por Lucas Morello / Foto por Julieta Lopresto
La recomposición conservadora tras la victoria de Macri invita a pensar y realizar un análisis más fino de la significación política del balotaje, de los límites que presentó el modelo kirchnerista y de los desafíos que se avecinan hacia el futuro.
La victoria de Mauricio Macri fue vaticinada por muchos, casi preferida por varios, pero inesperada para todos. Como esos relatos que suenan mal pero que cuando la realidad se choca con ellos y los hacen carne, uno se da cuenta que no sonaban, sino que apabullaban. Y decimos inesperada para todos porque cuando la derecha veía retroceder su influencia social, cuando había agotado la utilización de los medios de comunicación como herramienta deconstructora de discurso, un ecuatoriano les recordó que en política no siempre se trata de convencer sino simplemente de ganar.
No es inescrupuloso plantear a esta altura de la circunstancias, que la victoria de Macri no solo fue soñada por los centros de poder del establishment económico argentino, sino que también existió en cierta parte del oficialismo una lógica perversa de abonar a un enemigo supuestamente más claro que permitiría consolidar el discurso oficial. Tres mandatos en la Ciudad de Buenos Aires conviviendo con más de una omisión por parte del bloque del FPV de negocios turbios, presupuestos recortados o reformas laborales en contra de los trabajadores hablan de ello. Por otra parte la renuncia a lo “imposible” en el kirchnerismo se llamó PJ, o el arte de lo posible, se llamó Daniel Scioli, se llamó Berni, o Granados.
Con la victoria de Macri empieza otra disputa, la disputa de las dimensiones, repercusiones y culpabilidades de dicha derrota en el oficialismo. ¿Se tocó un techo en el kirchnerismo, se agotó un modelo o la frazada corta del supuesto modelo mostró su hilacha? El debate de cara a la sociedad sobre este asunto es crucialmente importante en los próximos cuatro años. Peligroso sería caer en un análisis reduccionista diciendo que todos los caminos oficialistas llevaban a esto. Este análisis si bien puede ser perfecto a la hora de entender cómo las disputas hacia dentro del kirchnerismo y el peronismo, así como los estancamientos de los últimos años fue llevando hacia este escenario, deja de lado toda una franja importante de la población que creyó que el “modelo” era otra cosa, y más particular aún, deja afuera a casi un 50% de la población argentina que esquivó golpes mediáticos, desenmascaró parodias y le dijo no al neoliberalismo.
Con respecto a los ganadores de la pulseada, el nuevo escenario nos invita más que nunca a ser cautelosos e inteligentes. El discurso catastrofista podría no ser un correlato inminente después del triunfo del macrismo. En este escenario se juegan algunas cosas más que si nos ponemos la camiseta del FMI o si Cavallo va a gobernar tras las sombras. Macri es la primera gran victoria (y esperemos que la última) de una recomposición geopolítica de la derecha en América Latina. Y debemos admitir que en materia política muchas veces la derecha ha aprendido mucho más rápido de sus errores que la izquierda. En este sentido la derecha continental sueña que el triunfo de Macri sea la vanguardia/retaguardia de los triunfos en Venezuela, Brasil y Colombia. En esa labor, garantizar la gobernabilidad es la primer tarea (y las vicisitudes entre el PRO/PJ/UCR serán la muestra de ello) y medir los impactos del ajuste aparentando estabilidad será otra tarea importante para la derecha.
Para nuestro país es la primera vez que los sectores más concentrados de la economía, de los pools económicos y de la histórica oligarquía local tienen el poder tan directamente por la vía democrática. Nunca la derecha gobernó sin tan pocas restricciones en el poder ejecutivo. En ese sentido la estabilidad tambaleante, pero estabilidad al fin, que el modelo kirchnerista supo conseguir no puede ser un valor a rematar tan fácilmente. Ahora bien, a esta representación directa del poder económico que Macri representa debe mediatizarse los parámetros y márgenes de maniobra que puede tener un futuro gobierno que perdió en la mayoría de las provincias, que no tiene candidatos propios salvo en la provincia de Buenos Aires (que no es poco pero no es todo, mismo si contamos que el PJ bonaerense jugo a favor de esa elección), que se tiene que valer de aparatos ajenos para garantizar la gobernabilidad y que no tendrá, al menos los dos primeros años, mayoría parlamentaria.
En este sentido se debe ser cautos e inteligentes. Es fundamental entender que el PRO es la nueva derecha y que su funcionamiento lamentablemente ha tenido resultado a pesar de represiones, ajustes y parábolas disparatadas. Los votos del macrismo son tan de derecha como hijos de la despolitización, un factor aun más peligroso que si fueran puramente de derecha.
El kirchnerismo hizo casi todo mal para llegar al 22 de noviembre o la derecha hizo todo bien. Pero más allá de ello, hay un panorama más complejo aún para cualquier variante que intente exponer una salida a la crisis en los próximos 4 años superando por izquierda los techos del modelo K: el kirchnerismo será oposición, y oposición claramente por izquierda al macrismo. Esta situación es la que más atención requiere a la hora de entender los resultados del 22 más allá de las figuras de Scioli y Macri. Pero no abonamos aquí a la idea de un pueblo dividido o de polos totalmente irreconciliables.
No se dieron escenarios como en otros procesos del continente en donde la derecha salía abiertamente a hablar como derecha y la izquierda (suponiendo que el kirchnerismo representara esto) saliera a contraponer de lleno otro proyecto hegemónico. No hubo disputas de las calles, no hubo grandes contraposiciones ideológicas. Más bien un sector apeló al sentido conservador de mantener los pasos adelante que se habían logrado y otro sector no dijo nada.
Sin embargo, y a pesar de este panorama, es importante profundizar el análisis del voto de Scioli. Los más de 10 puntos que obtuvo Scioli en relación a la primera vuelta, representan un voto claramente ideológico, es un voto anti neoliberal y es un voto que se permite dialogar con el kirchnerismo desde la izquierda sin ser parte de este (o por lo menos sin ser obsecuente a este). Este sector debería ser parte importante de la base a intentar disputar para que las contradicciones en el futuro sean más reales y potencialmente transformadoras para el pueblo.
Con la victoria de Macri, el kirchnerismo por sus propias limitaciones hizo que esta derrota fuera un retroceso para todos, una derrota en la cual no todos tenemos la misma responsabilidad. La recomposición de la derecha más cruda y bajo los grandes márgenes que le propone la victoria del PRO es un retroceso para todo el campo popular, y esto con mayor o menor prolongación el tiempo lo confirmará. Sin embargo, el balotaje también abrió paso a otras voces que no se marginaron de la discusión llamando a votar en blanco, a una politización interesante del pueblo y estos desafíos, en medio de este retroceso, deberian ser tomados para pensar cómo más allá del ajuste y la recomposición conservadora que se viene, más que nunca se deberá trabajar en una opción política por izquierda con vocación de poder y que apueste al verdadero protagonismo popular.